John Carter, personaje codiciado durante largo tiempo por varias de las grandes productoras de Hollywood, hace su primera aparición en la novela La Princesa de Marte, publicada por Edgar Rice Burroughs –autor también de la archiconocida Tarzán de los monos– en 1911. Estamos hablando por tanto –aunque cueste creerlo– de una historia con más de cien años de existencia, anterior a la mayoría de los cómics, y por supuesto a la épica aventura de Star Wars, e incluso anterior a los personajes de la iconografía cinematográfica japonesa en la que se basan las películas de George Lucas.
John Carter es una especie de Lancelot, un Tirant lo Blanc futurista, cuya especialidad son los viajes astrales entre Marte –llamado Barsoom en las novelas de Burroughs– y la Tierra. Es, por supuesto, un superhéroe cuyo único poder, amén del teletransporte, son unos enormes e incontrolables saltos que la densidad de sus huesos y la gravedad de Marte le confieren.
A nivel escenográfico, esta versión de Andrew Stanton –ganador de dos Oscar por Buscando a Nemo y Wall-e– se ha tomado la molestia de parecerse, en lo virtual, a las últimos capítulos de la saga galáctica –los marcianos parecen un híbrido entre Golum y Jar-Jar–, y mezclarlo con algunos destellos de western con varios personajes buscando su destino. El resultado es una película épica, de aventuras, que sorprende en algunos momentos y que resulta predecible e insoportable en otros. Se mueve en el camino de los efectos digitales excesivos, en el de la fantasía y un cierto futurismo retro, que entretiene más de lo que muchos han predicho, pero menos de lo que se merecía la novela de Burroughs.
No esperen tampoco grandes interpretaciones, porque no las hay y porque este modelo de cine apenas las permite. Taylor Kistch, escultural y habituado ya al cine de acción, intenta recordarnos a Timothy Oliphant, aunque la ternura del personaje apenas le permiten destellos malévolos, y del resto, aunque no vemos sus caras, nos quedamos con Samantha Morton y Willen Dafoe. Ni Lynn Collins, Mark Strong, Dominc West, James Purefoy o –magnífico en otros papeles– Bryan Cranston, ofrecen algo más allá de lo que la rutina de aventuras y efectos les permiten.
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