miércoles, 30 de noviembre de 2011

"Un dios salvaje", teatro con aroma de genialidad

Si hay un director no sólo interesado, sino especialmente dotado para urgar en las zonas oscuras del alma humana –basta un breve repaso a su filmografía– ese es Roman Polanski. No es casual por tanto su interés por Le Dieu du Carnage, título original de la obra de teatro escrita por la francesa Yasmina Reza que en España se ha traducido como Un dios salvaje.

Polanski escribió la adaptación del guión durante el tiempo que duró su arresto domiciliario en su casa de Suiza. Fue un proceso moroso, según explicó el propio cineasta en Venecia, ya que debía mandar los fragmentos a su abogado quien a su vez los enviaba a la policía, una parte más de su estado de vigilancia. El resultado es el que ahora se nos presenta en forma de relato cinematográfico eminentemente teatral: un análisis devastador sobre los valores y la educación de la clase media-alta norteamericana, cuyo diagnóstico es el de una enfermedad llamada prejuicios, soberbia e intolerancia. Visto así, Polanski, al igual que Yasmina Reza, bascula toda su energía en relatar el proceso de degradación que sufren dos matrimonios, los Longstreet y los Cowan, una tarde cualquiera mientras se reúnen para solucionar un incidente entre sus respectivos hijos. Lo que arranca como una charla distendida y racional en la que los Cowan intenta disculpar el comportamiento de su hijo –ha pegado con un palo al hijo de los Longstreet– terminará en la más pura irracionalidad, aderezada con alcohol y con los mismos comportamientos violentos que les han reunido.

La maestría del director no reside esta vez en sus movimientos de cámara, o en su punto de vista: estamos ante una pieza teatral, y eso Polanski no lo esconde, más bien al contrario: exprime al máximo ese entorno claustrofóbico en el que sitúa a sus cuatro personajes, protagonistas de su particular Ángel exterminador. Una taza de café es por dos veces la zanahoria que atrapa a los Cowen en ese redil y que convierte Un dios salvaje en una obra de inteligencia narrativa. Su arranque nos atrapa y nos engaña sutílmente a través de un tono de comedia negra que pronto tornará en tragedia interior cuando los fantasmas de sus protagonistas se adueñen del espacio convirtiendo ese espacio en el terreno de ese dios salvaje del que nos habla el título.

Es sin duda encomiable la labor del cineasta, como lo es también la de sus interpretes, John C. Reilly, Jodie Foster, Kate Winslet y sobre todo el austríaco Christoph Waltz, en un trabajo de contención realmente admirable, con el que todos coinciden apunta directamente al Oscar.

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martes, 29 de noviembre de 2011

"Rampart", el ascenso de Harrelson al olimpo de los Oscar

Trailer de Rampart, película protagonizada por Woody Harrelson, Sigourney Weaver, Robin Wright –entre otros– dirigida por Over Moverman y con guión de James Ellroy. El argumento: los peores y los mejores momentos de un policía corrupto con un singular método para aplicar la justicia.

lunes, 28 de noviembre de 2011

"Luck", la serie más esperada del año

El 29 de enero llega a la pantalla de la HBO una de las series más esperadas del año, Luck, protagonizada por Dustin Hoffman, Nick Nolte, Dennis Farina, Joan Allen, Ian Hart, Tom Payne, Michael Gambon y Jill Hennessy, entre muchos otros, y producida y creada por David Milch y Micahel Mann. Es muy probable que durante la segunda semana de diciembre podamos disponer de un pre-air, pero de momento, un aperitivo.

"Las aventuras de Tintín", frenético espectáculo de acción

Durante muchos años Steven Spielberg ha acariciado la idea de llevar al cine las aventuras del reportero belga Tintín y su perro Milú. Finalmente, y gracias a una eficiente mecánica creativa de efectos digitales –la captura del movimiento ha mejorado sustancialmente desde Polar Express–, la unión de Spielberg y Peter Jackson ha permitido que Tintín se convierta en personaje de la gran pantalla, pero sin perder ni un ápice sus cualidades gráficas.

Nada que objetar pues al talento visual desplegado en Las aventuras de Tintín, menos aún a sus capaces, creíbles y técnicamente perfectos efectos digitale o a su enorme capacidad para seducir con un 3-D a la altura que nada tiene que envidiar al primigenio Avatar. Es, sin embargo, en su avasallador despliegue irrefrenable de acciones donde reside el principal problema. Ni Spielberg, ni Jackson, ni sus guionistas, han sido conscientes de que en la viñeta es el lector-espectador quien decide la pausa y establece el ritmo de la aventura. Algo que en el cine controlan guionista, director y montador, y que en este Tintín se ha convertido en un exagerado festival de acciones a cual más intensa y trepidante, al que el espectador asiste sin posibilidad alguna para tomarse un respiro.

Este espectáculo, digno del Michael Bay más atronador, termina convirtiendo la gran aventura de Tintín en un sufrimiento acumulativo de escenas de acción en el que diálogos y personajes terminan –paradójicamente– desdibujados. Algo que sin embargo muchos admitirán porque la destreza técnica visual es tan brillante que supera cualquier crítica argumental.

El guión, cóctel de varias aventuras del reportero creado por Hergé –además de El Secreto del Unicornio, incluye retales de El cangrejo de las pinzas de oro y El tesoro de Rackham El Rojo– demuestra sin embargo su alejamiento de los Transformers de Bay y su cercanía con Indiana Jones, personaje en el que muchos creyeron ver –con sólidos argumentos– rasgos y evidencias de Tintín (aunque el propio Spielberg ha admitido conocer justo después de su primera entrega) . El Secreto del Unicornio, en el que se percibe el talento de Steven Moffat, uno de los mejores guionistas británicos de ficción –Sherlock Homes 2011, Doctor Who–, está lleno de guiños y homenajes al arqueólogo, y es ahí donde Spielberg y Jackson juegan su mejor baza. Aunque de todos los personajes, sin duda el que se lleva la mejor parte es –curiosamente– el perro Milú, auténtico cerebro de la aventura cuya intuición y pericia terminan dejando a Tintín, Haddock y los gemelos Dupont en un elegante segundo plano.

Habrá que esperar a una segunda entrega, o quizá a una tercera, cuya continuidad nadie pone en duda –el propio Spielberg ya ha adelantado que puede llegar hasta una tercera parte–, para certificar todas las cualidades de este héroe del cómic de los 40 y 50 que, por el momento, se nos antoja un tanto abducido por un frenético espectáculo de acción sin fin.

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domingo, 27 de noviembre de 2011

"5 metros cuadrados", la cruda realidad

5 metros cuadrados es el fiel reflejo de una situación dramática que en los últimos años han padecido –todavía padecen y padecerán– muchos españoles: la salvaje especulación inmobiliaria detonante y una de las razones de la actual crisis económica. La película intenta retratar ese modelo desde el punto de vista de sus víctimas, la pareja formada por Álex y Virginia. A punto de casarse, con el dinero justo y un futuro laboral algo incierto, toman la desafortunada decisión de comprarse un piso sobre plano: o lo que es lo mismo, pagar una entrada por un piso que todavía no está ni medio construido. Una práctica que ha llevado a la ruina y la desesperación a muchas familias, víctimas, como los protagonistas de esta historia, de constructores ambiciosos que en connivencia con políticos corruptos han dado forma a una nueva clase de ladrones: los especuladores inmobiliarios.

Max Lemcke ha conseguido encajar de forma perfecta –al menos durante la primera parte de la película– el drama con un finísimo humor negro que, en algunos momentos, nos recuerda lo mejor de Azcona, Berlanga y Ferreri. Sin embargo, Lemcke ha desaprovechado una magnífica oportunidad para soltar todas las cargas de profundidad que se merecen semejantes vilezas, y se ha quedado a medio camino en parte debido a un final que ni contenta, ni remata un drama que se nos antoja, como espectadores, mucho más complejo y profundo de lo que se plantea en el guión. Hay también poco interés por desarrollar la relación entre los dos protagonistas, magníficamente interpretados por Fernando Tejero y Malena Alterio, pareja que destila una innegable vis cómica –así nos lo han mostrado en la serie Aquí no hay quien viva y en películas como Torremolinos 73, Días de cine o Al final del camino–, y que se nos presentan en una serie de secuencias que aisladas funcionan bien, pero que no hacen avanzar la historia. La falta de solidez del guión se aprecia también en la vaga presencia de los personajes del constructor y el político, ambos fundamentales en el desarrollo del relato y que sin embargo sólo aparecen esbozados y, quizá, excesivamente estereotipados.

5 metros cuadrados sirve para certificar el bajo nivel del cine español presentado en el último Festival de Málaga, ya que de otro modo no se entiende que este segundo –y correcto– trabajo de Max Lemcke haya sido capaz de acumular tantos premios, entre ellos el de la Biznaga de oro a la Mejor Película.

Pero con todos los reparos que se le quieran poner o incluso con sus errores, 5 metros cuadrados responde a una necesidad por la que nuestro cine ha pasado prácticamente de soslayo: el retrato actual de nuestros males sociales y económicos. Y sólo por eso, por su corrección y por su extraño humor negro, merece nuestra atención.


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viernes, 25 de noviembre de 2011

"Amanecer 1ª parte", bodas y viajes

No hace falta preguntarse qué ha llevado a los productores de la serie de Crepúsculo a dividir su última entrega –así lo deseamos– en dos partes: todos sabemos que ha sido el dinero. Lo que si cabe preguntarse es, ya tomada esa decisión, en qué se ha invertido tamaño presupuesto, porque obviamente no ha sido en conseguir un guión minimamente acorde y entretenido con el supuesto –e increíblemente ñoño– mundo fantástico de sus protagonistas.

Las reacciones que consigue Amanecer (parte I) son, bostezos y sonoras carcajadas, por este orden. Y es que durante  una hora y media de película, lo único que han sido capaces de contarnos guionista y director ha sido el bodorrio del vampiro Edward con su futura vampira Bella. El resto, unos veinte minutos, se lo dejan a los –desastrosos y peligrosos– resultados de una idílica luna de miel en un paraíso brasileño. Así pues, esta cuarta entrega se puede resumir como un súper anuncio –extensísimo y caro– de agencia de viajes para parejas ricas.

Quien escribe estas líneas no ha tenido el placer –o mejor dicho, la fortuna– de haberse visto las tres entregas anteriores, y sólo puede juzgar el producto en función de lo que es y se ve, jamás sobre lo que ha sido y le precede. Y visto así, Amanecer (parte I) resulta, ñoña, absurda, aburrida y, lo que es más grave, innecesaria.

No sabemos si Bill Condon, su director, es consciente de que esta partición –teniendo en cuenta lo insulso de su argumento– no beneficia en nada ni a la saga ni a su trabajo como director.  No podemos hablar tampoco de los actores, ya que su lugar parece haber sido ocupado por un grupo de maniquíes que parecen salidos de una fiesta de Golpes Bajos y cuyo único mérito es que no se les caigan los dientes postizos. Así pues, esperemos –yo desde luego no lo haré– a esa tan ansiada segunda parte que redima –hazaña harto complicada– los males de esta cuarta entrega.

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jueves, 24 de noviembre de 2011

"Crazy stupid love"

Spray para mantener un buen aliento, material de promoción de Crazy Stupid Love.


"Anonymous", fue o no fue Shakespeare

Lo más sorprendente de Anonymous, al margen de su inusual propuesta literaria, es la presencia de un director tan alejado de propuestas semejantes como puede ser Roland Emmerich. Que la misma persona que ha puesto en marcha proyectos tan épicos y comerciales como insustanciales –Stargate, Independence Day, Godzilla, El día de mañana o 2012, por poner unos cuantos ejemplos– se haya interesado por el guión de John Orloff puede resultar, como mínimo, sospechoso.

La realidad es que Emmerich llevaba tiempo buscando una historia relacionada con el entorno Shaskespiriano, algo que Anonymous le ha brindado en bandeja de plata, con el añadido de remover la polémica sobre la autoría de las obras de uno de los mayores escritores en lengua inglésa. Según los “conspiranoicos” de esta teoría que guionista y director han llevado a la pantalla, el verdadero autor de las obras firmadas por William Shakespeare no es otro que Edgard de Vere, Conde de Oxford. En medio de un entorno favorable para la dramaturgia, una Inglaterra dominada por la reina Isabel con mano de hierro, pero sugerida primero por William Cecil y por su hijo Robert Cecil después, se suceden las intrigas para conseguir la caída de la Reina y con ella de la dinastía de los Tudor. Un escenario por el que desfilan autores como Ben Jonson o Christopher Marlowe, con una trama fundamental cuyo objetivo es demostrarnos que la razón por la que surge la presunta obra de Shakespeare-De Vere, que no es otra que el amor.

Teorias a parte, Emmerich demuestra defenderse con bastante soltura en este entorno de la Inglaterra del siglo XVI: sus personajes resultan creíbles, su estilo visual es vigoroso y los actores –casi todos– responden de forma consecuente a lo que de ellos se espera. Con lo cual, Anonymous termina resultando una espectáculo entretenido, con un ritmo dosificado y con un final previsible, pero no por ello menos interesante.

Tan sorprendente como la presencia de Emmerich es la elección de su protagonista, Rhys Ifans, un actor que para muchos ha dejado una huella imborrable merced a personajes tan extravagantes como ridículos en comedias como Notting Hill, Little Nicky o más recientemente en el último Harry Potter. Sin embargo, su versatilidad y su sólida experiencia en la escena británica le permiten llegar al corazón del personaje, ayudado sin duda por actores de peso como David Thewlis o la mismísima Vanesa Redgrave, esta última dando vida a una pletórica y sensible Reina Isabel I.

Seguramente los más puristas abominarán de este producto made in Emmerich, por excesivamente simple y comercial. La realidad es que el resultado, sin llegar a los niveles que probablemente le hubiese dotado a la historia un Kenneth Brannagh, es el de un trabajo más que digno con destellos de brillantez.

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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Ryan O'Neal en "The Driver" (1978)

¿Con quien te subirías antes a un coche, con Ryan Gosling, protagonista de DRIVE (2011), o con Ryan O'Neal protagonista de THE DRIVER (1978)?

martes, 22 de noviembre de 2011

"Drive" 2011 Trailer

"Durante 5 minutos conduzco sólo para ti"


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"La guerra de los botones", niños jugando a la guerra

Hace casi 50 años el director francés Yves Robert adaptó al cine la novela de Louis Pergaud La guerra de los botones La guerre de boutons en original–, una historia en la que dos grupos de jóvenes de dos pueblos vecinos iniciaban una guerra simbólica que les serviría de tránsito e iniciación a la madurez. Su grato recuerdo ha perdurado en la memoria cinematográfica del también director Christophe Barratier que ha querido adaptar de nuevo la novela, con alguna que otra licencia: por ejemplo, mientras Robert situaba su historia en su misma época, a principios de los 60, Barratier en cambio ha preferido remontarse hasta los años de la ocupación nazi, aprovechando así todo el sustrato dramático que esa época permite. Así, además de la lucha de esos niños, nos ofrece como telón de fondo la división y los enfrentamientos entre franceses colaboracionistas y la resistencia, sazonado con algún que otro tópico sobre la persecución de judios.

Barratier, que tan buenos momentos nos ofreció con Los niños del coro –otro drama también protagonizado por niños– ha querido repetir la experiencia con un guión menos singular, más dramático y peor estructurado. En su guerra pesan quizá demasiado los argumentos políticos y una cierta simplicidad a la hora de componer personajes malos, lo que los termina convirtiendo en meras caricaturas sin matices. Es sin embargo en la dirección de los personajes infantiles más tiernos donde Barrantier toca la fibra y consigue que, con una simple frase o una mirada, esos personajes muestren sus mejores armas: la credibilidad y la inocencia.

Los actores maduros defienden como pueden unos personajes mucho más planos que los infantiles. Y entre ellos destacan Kad Merad y Laetitia Casta, por encima de Guillaume Canet o del propio Gerard Jugnot.
La guerra de los botones –originalmente La nouvelle guerre des boutons– es una aproximación a la novela de Pergaud algo irregular salvada de una mediocridad incipiente gracias a la ternura de algunos de sus personajes, y sobre todo a la sencillez narrativa de su planteamiento.

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lunes, 21 de noviembre de 2011

"30 minutos o menos", gamberros disfrazados de monos

Construir una comedia estándar para Hollywood se basa en tres premisas básicas: un guión con personajes extravagantes y diálogos discordantes; unos actores más o menos conocidos por comedias previas que aseguren unas cuantas carcajadas; y un poco de acción bien dosificada. El resto lo pone una dirigida y bien encauzada campaña de marketing. 30 minutos o menos cumple casi a rajatabla esos requisitos. Y por eso probablemente consiga una más que discreta taquilla.

Su guión, cuentan, estuvo vagando de productora en productora hasta que consiguió entrar en la llamada “lista negra”, dónde van a parar los mejores guiones pendientes de producir. De sus actores destacan Jesse Eissenberg y Danny McBride, sobre quienes recae buena parte del peso cómico de la historia. Ambos, y con la ayuda de Nick Swardson y Aziz Ansari, defienden por momentos gags extraños y diálogos que por extravagantes y absurdos terminan provocando alguna que otra carcajada. Y si a eso le añadimos un leve toque de acción provocado por varias persecuciones en coche y algún que otro tiroteo, ya tenemos montada la comedia gamberra para adolescentes de este mes de noviembre.

Contratar a Ruben Fleischer, director de Bienvenidos a Zombieland –así como a su protagonista, Jesse Eissenberg– es toda una declaración de intenciones. Porque ese es el modelo de comedia en el que estaban pensando sus productores y a quien parecerse, sin conseguirlo. Su alocada aventura se queda finalmente en una gamberrada, que divertirá a algunos y que otros olvidaremos rápidamente. Pero que en cualquiera de sus variantes servirá de aliciente económico para que el equipo artístico siga haciendo cine. Ojalá de mejor calidad que éste.

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jueves, 17 de noviembre de 2011

"El gato desaparece" de Carlos Sorin

Fotografía de "Donatello"(a la izquierda) uno de los protagonistas del largo El gato desaparece del cineasta argentino Carlos Sorín (a la derecha).

"Tiburón 3-D", truco sin trato

En un época de crisis tan galopante como la que que nos encontramos y que, quien más quien menos padecemos, resulta incomprensible que una productora derroche una ingente cantidad de dinero en un producto tan innecesario, tan vacuo y tan bochornosamente espantoso como este Tiburón 3-D. No hay excusas capaces de avalar semejante desaguisado. Ni por público –¿el juvenil que acude a las salas en busca de sangre y carnaza tipo Saw?– ni por prescripción de una tecnología tan –ridículamente aquí– sugerente como es un 3-D de pacotilla que deja en entredicho el futuro de un sistema que comienza a mostrar síntomas de enfermedad terminal a los pocos años de su nacimiento.

Es por tanto un truco innecesario, una operación comercial deleznable, e incluso indigna del peor de los esbirros de Lehman Brothers, sacar a la luz una nueva entrega del Tiburón que con tanto mimo y esmero encumbró a Spielberg al olimpo de los dioses del cine. Un pecado que, ojalá, acabe en la papelera de algún videoclub on line, o tal vez en un festival de psicópatas frikis hartos de basura cinéfila.

Los culpables de todo esto son: Will Hayes y Jesse Studenberg, en el guión, y David R. Ellis en la dirección. En el currículum de este último nos podemos encontrar con obras igual de abyectas e innecesarias como la que nos ocupa: Destino final 2 y 4 y Serpientes en el avión. En el caso de ésta última, su única aportación, sólo apta para los fans más friquis, eran un puñado de frases que solo un tipo como Samuel L. Jackson puede sostener e incluso elevar a clásicos de serie B.

En Tiburón 3-D, en cambio, sin estrellas ni actores de calado, sus espantosos diálogos sólo producen asombro y sonoras carcajadas. Ese misterio mouriñista –“¿por qué?”– quedará sepultado porque en realidad a nadie debe importar este tiburón de mercadillo que se mueve entre lo peor de cine teenager de terror y que, esperemos, su productora no repita nunca más.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

"Tímidos anónimos", pecado de humildad

El francés Jean-Pierre Ameris comparte con Jean-Pierre Jeunet –además del nombre– un especial cariño hacia los personajes que, bajo la piel de la cotidianidad, esconden al más maravilloso y heróico de los seres. Así eran los protagonistas de Delicatessen y, con un énfasis mucho mayor, su obra cumbre, Amelie. Tímidos anónimos cumple muchos de esos requisitos. De entrada se trata de un cuento sobre dos personajes a quienes la timidez les ha impedido realizar muchos de sus sueños, empezando por expresar y hacer público su amor. Y aunque el estilo de Ameris es menos detallista que el de Jeunet, su planificación, sus colores, su musicalidad e incluso las reacciones de sus personajes, responden a un punto de vista común.

La única pega que se le puede poner a esta entretenida comedia romántica es precisamente su excesiva timidez, su falta de pretensiones, a la hora de abordar a unos personajes y una historia tan original. La humildad del planteamiento y la falta de profundidad, hace que la película quede reducida tan sólo a unas cuantas secuencias que, quizá, en otras manos –Jeunet sin ir más lejos– se habrían convertido en una historia de amor más apasionante, probablemente más larga y con alguna que otra subtrama alternativa a la de los protagonistas. Tímidos anónimos es una historia romántica con forma de cuento de –no llega– hora y media que no empalaga, que entretiene y se digiere con muchísima facilidad. No sólo por su duración, si no por un guión y unos diálogos acertados, y por las interpretaciones de sus dos protagonistas: Benoît Poelvoorde, habitual de la comedia y al que hemos visto hace poco en el taquillazo del cine francés Nada que declarar, e Isabelle Carré, actriz por la que Ameris parece sentir una especial predilección al haberla convertido en protagonista de sus dos últimas películas.

lunes, 14 de noviembre de 2011

"Detrás de las paredes", giros insostenibles

Cuesta creer que el mismo Jim Sheridan cineasta y creador de trabajos tan emcionantes como Mi pie izquierdo, En el nombre del padre, The Boxer o In America, sea el mismo que está tras la cámara de este thriller de bajas aspiraciones rebautizado aquí –paradójicamente– como Detrás de las paredes.

Los créditos nos dicen que sí y su excelente dirección de actores parece confirmarlo en muchas de sus secuencias. Sin embargo, el desaguisado de un guión flojo, cuando no absurdo, deja a la luz los gravísimos problemas de producción de un filme del que el propio Sheridan reniega, renunciando públicamente a su autoría.

Detrás de las paredes quiere parecerse –como su director avanza en las entrevistas promocionales– a Los Otros y también a El Sexto Sentido, y a veces hasta a Ghost. Por desgracia no es ni remotamente próxima a los experimentos sobrenaturales de Amenábar o de Shyamalan, a pesar de las intenciones del propio Sheridan. La realidad es que Detrás de las paredes comienza como una película sobre fantasmas y casas encantadas, pero a los cuarenta minutos, y merced a un giro de guión tan inesperado como ridículo, se convierte en otra cosa, en otra película, que no vamos a desvelar, ni lo merece.

Salvada en determinados momentos por las interpretaciones de actores con talento y recursos sobradamente demostrados como Daniel Craig, Rachel Weisz o Naomi Watts, la película no convence ni a su propio director, quien tuvo sus más y sus menos con guionista y productores sobre el enfoque que debía sostener la historia. Al final, como sucede en Hollywood, han sido estos últimos –los productores– quienes le han dado el final cut, el corte final, a un relato tristemente embrutecido por un guión inconsistente que ni asusta ni aterroriza.

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viernes, 11 de noviembre de 2011

"The Thing", precuela previsible

Pocas películas han sido capaces de superar un arranque tan hipnóticamente misterioso e intrigante –un perro recorre un paraje de la Antártida perseguido por un tipo que le dispara desde un helicóptero– como el que construyó John Carpenter en La Cosa, allá por 1982, y que junto con un original planteamiento y unos efectos a la altura, han convertido la película en un clásico del género.

Casi treinta años después, Marc Abraham y Eric Newman –productores de El amanecer de los muertos, El último exorcismo–, por encargo de Universal, se han aventurado no con un remake sino con lo que ya se conoce con el nombre de precuela –George Lucas y su Star Wars I, II y III fue el fundador del género–, es decir una película que cuenta el origen de los personajes de la primera. En definitiva, un lío en el que hay que fijarse lo justo. La realidad es que los productores han puesto en marcha la máquina de hacer dinero recuperando un clásico –que dicho sea de paso, el propio Carpenter recuperó basándose, además de en el relato de John W. Campbell Jr. y en la película de 1951 El enigma del otro mundo–, y en lugar de hacer el típico remake han preferido bucear en el pasado de la historia original. Aunque el resultado, no es muy diferente. Más bien todo lo contrario: estamos ante la primera precuela-remake. Y es así porque la única diferencia entre ésta y la de Carpenter es que aquí quien lleva la voz cantante no es un hombre –Kurt Russell–, sino una mujer, interpretada por Mary Elizabeth Winstead (La Jungla 4.0, Scott Pilgrim).

Para certificar que se trata de un producto muy próximo a la serie B, los productores no se han roto la cabeza –ni el bolsillo– y han optado por contratar a Matthijs van Heijningen Jr., director holandés, prácticamente desconocido, que resuelve con aprobado alto su debut en el largometraje. Más grave en este film, diríamos casi imperdonable, es su falta de tacto e inteligencia a la hora de resolver la presentación del engendro-criatura, ya que su devoción por el original ha llevado a productores y director a mimetizar unos efectos especiales que, allá por los ochenta, funcionaron e incluso recibieron menciones, pero que aplicados al año 2011 resultan, poco menos que ridículos. Superado ese –gran– problema y los continuos cambios de idioma –de noruego a inglés para quienes apuesten por la versión original–, La Cosa entretiene y atrapa casi en la misma medida que la de Carpenter. Y para el final, el inicio de Carpenter, con la inquietante partitura de Morricone incluida, una banda sonora que a los creadores de los Razzie no debió agradarles en exceso, ya que la seleccionaron precisamente en esa categoría de los Anti-Oscar.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Cartel español de "Millenium" de David Fincher

Trailer "Silencio en la nieve", de Gerardo Herrero

Trailer y fotografía de Silencio en la nieve, la nueva película de Gerardo Herrero, basada en la novela El tiempo de los emperadores, del asturiano Ignacio del Valle.






"Margin call", crisis hipotecaria hora cero

De nuevo la crisis, la que padecemos, la que nos aplasta. J.C. Chandor, director y guionista, ha elegido en Margin Call la hora cero: un día cualquiera, unos tipos con sueldos millonarios de un banco de finanzas –uno de esos que se dedican a comprar y vender en nombre de otros, y en el suyo propio, títulos, bonos, acciones, o cualquier cosa que se pueda vender– caen en la cuenta de que tienen entre sus activos una gran cantidad de hipotecas basura, cuyos seguros no valen ni medio dólar. La paradoja es que todo eso sucede el mismo día en el que la empresa decide poner en marcha su política de "recortes". Y precisamente uno de los “recortados”, un cargo intermedio, es quien pondrá en marcha la maquinaria que lo destapará todo. Su descubrimiento, y la revelación a uno de sus discípulos, hará que, para ellos y para el resto del mundo, al día siguiente ya nada sea igual.

En Margin Call no hay nombres pero en nuestro subconsciente resuenan los ecos de Lehman Brothers, su acumulación de títulos sobre hipotecas basura y su caída en picado. Todo contado desde un punto de vista humano. Porque aunque los mercados, la bolsa o las operaciones no tengan ni alma ni carácter, quienes toman las decisiones son personas, individuos inteligentes, pero también irresponsables y ambiciosos, cuyas prioridades son capaces de llevar al mundo hasta una de sus mayores crisis económicas.

Narrada con una estructura muy clara –en muchos momentos nos recuerda a Todos los hombres del presidenteMargin Call es un thriller financiero en toda regla, complemento esclarecedor en la ficción sobre lo que Inside Job nos mostraba como documental. Un guión sin fisuras, basado en personajes, diálogos y decisiones. Compleja por momentos, pero sobre todo intrigante, entretenida, absorbente y magníficamente interpretada, este primer largo de J.C. Chandor, es un relato verosímil sobre lo que pudo ser, y tal vez fue, la caída de Lehman Brothers.

Además del guión, su reparto demuestra que el talento de Stanley Tucci, Jeremy Irons, Paul Bettany, Kevin Spacey, Zachary Quinto –ejerciendo también de productor– y  Simon Baker, no tiene nada de casual, y que su presencia eleva la categoría de este aleccionador e interesante filme.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

"Contagio", gélido thriller médico

En marzo de este año Steven Soderbergh anunció que dejaba la dirección de largometrajes, por cansancio y probablemente por aburrimiento. La suya es una carrera a través de una autopista con dos carriles. En uno de ellos, Soderbergh se ha permitido el lujo de escribir y dirigir películas tan personales, singulares y originales, como frías y aburridas. Solaris y El buen alemán son claros ejemplos de ello. En el otro, seguramente por el que le conocerán quienes frecuenten las salas de cine comercial, se encuentran taquillazos como Un romance muy peligroso, Ocean's Eleven y sus dos secuelas. Y entre ambos ha firmado películas tan interesantes como Traffic o Erin Brokovich, probablemente sus dos mejores y más reconocidos trabajos.


Su toque moderno –para algunos críticos pedante– como realizador ha quedado definido en muchos de sus trabajos, un sello que se ha hecho evidente sobre todo en Traffic. Quizá por esa razón Soderbergh ha intentado repetir la experiencia en Contagio utilizando para ello una estructura narrativa similar. Y durante más o menos una hora lo consigue gracias a su pulcritud de documentalista, analizando con total frialdad el proceso de contagio de una mortífera epidemia bacteriológica. A partir de su víctima cero, una ejecutiva ejerciendo de relaciones públicas en Hong Kong –Gwyneth Paltrow– y con un guión centrado en los aspectos médicos y políticos, el director avanza con buen ritmo por el sendero del thriller científico.

En un determinado momento, el relato se nos presenta casi como un frío y terrorífico documental sobre zombis. Sólo que los zombis no son tales, sino personas de carne y hueso, las mismas que hace un par de años clamaban por su vidas mientras los autoridades mundiales escondían bajo llave la realidad del tan manoseado virus de la Gripe A. Y ahí es cuando se hace patente el principal problema de Contagio: su falta de empatía, su nula capacidad para emocionarnos con las vidas de sus protagonistas. Ni siquiera la ventaja de contar con un casting plagado de estrellas tan contundentes y emocionales como Marion Cotillard, Kate Winslet, Gwyneth Paltrow, Lawrence Fishburne, Jude Law o Matt Damon –utilizados todos como mero reclamo para publicitar el filme– sirve para acortar distancias con el espectador.

La realidad es que Contagio asusta por su frío realismo político, y su estética –más próxima a La amenaza de Andrómeda que a Estallido–, realzada por una música hipnótica, sirve, básicamente, para que el resultado sea el de una película de terror sin sustos, sin buenos ni malos y con muchísimas zonas grises –el personaje de Matt Damon es inmune al virus, pero nunca se llega a explicar porqué, mientras el de Marion Cotillard queda relegado durante buena parte de la historia– que el guión no ha sabido ni plantear ni resolver. Es un Soderbergh sin artificios ni edulcorantes, que gustará a los fans de sus relatos más personales y desmotivará a quienes esperen un thriller más dramático y comercial.

lunes, 7 de noviembre de 2011

"Sin salida", vehículo para adolescentes

La ventaja de filmes como Sin Salida es que no engañan, ni lo pretenden. La suya es una aventura creada ex profeso para especial lucimiento de ese joven e inexpresivo actor –de tremendo parecido con el mejor tenista del mundo– llamado Taylor Lautner, hoy por hoy un cuerpo agraciado con el que Hollywood mercadea para ganar ingentes cantidades de dinero. Así lo dicta su fama, labrada a golpe de aullido y tableta de abdominales en las tres entregas –por ahora– de la archiconocida serie de Crepúsculo, sobre los relatos de Stephenie Meyer. Más o menos, eso es lo que podemos esperar de Sin salida.

Con un guión donde todo nos suena –a veces demasiado reciente, Salt, Hanna, Colombiana, Nikita– lo único reseñable es disfrutar de las secuencias de acción y de los tiroteos varios. Un arte en el que su director, John Singleton –Justicia poética, Cuatro hermanos, A todo gas 2, Shaft– parece haber puesto todo el empeño, abandonando las prescripciones de un género que el Bourne de Matt Damon y Paul Greengrass ha conseguido redefinir con soltura y brillantez. De eso, aquí, no esperen encontrarse ni los restos. Es más, Sin salida adolece precisamente de eso, de su tardanza a la hora de desligarse de su punto de partida. Así, la trama que domina todo el meollo en cuestión tarda más de veinte minutos plantearse. En ese precioso tiempo, productores, guionista y director, prefieren mostrarnos lo dura y adversa que puede resultar la vida estudiantil de ese niño mono, espécimen perfecto para anuncios de Tommy Hilfigher. Minutos que muchas adolescentes agradecerán y que al resto sólo consiguen aburrirnos.

A modo de anécdota, paradójica, resaltar el hecho de que un cine como el americano sea capaz de poner todas las trabas posibles a las secuencias de sexo o a que sus personajes nos embriaguen con el humo de un cigarro, y sin embargo, no ponen ni un solo pero a que sus protagonistas –como es el caso– luzcan palmito y cara descubierta sin casco cuando se trata de rodar una secuencia a lomos de una moto de alta cilindrada.

Por lo demás, ni la presencia, breve, de la siempre espléndida Maria Bello, de una curtida Sigourney Weaver o del siempre joven Dermott Mulroney, suponen aliciente en este mini-thriller de espías y acción específicamente creado para públicos adolescentes con las hormonas alteradas.

viernes, 4 de noviembre de 2011

"Intruders", thriller desorientado

Juan Carlos Fresnadillo saltó a la fama en 1996 gracias a un espectacular y genial cortometraje de título Esposados, cuya carrera –jalonada de premios– llegó a su clímax tras ser seleccionado para el Oscar al Mejor Cortometraje. Su esperado debut en el largo, Intacto, casi tan sorprendente y brillante como su anterior trabajo, supuso una de las mejores películas de nuestro cine y su factura nos remitía a lo mejor del thriller americano moderno. La curtida voz de Max Von Sydow, la revitalización de Eusebio Poncela y la presencia de Leonardo Sbaraglia y de Mónica López culminaban un argumento original que pronto se convirtió en todo un taquillazo. Unos años después, Danny Boyle le echó un ojo y le propuso dirigir –y reescribir– la secuela de su desasosegante 28 días después, que se convertiría en 28 semanas después, escaso ejemplo de segunda parte capaz de superar a su original.

Con este currículum, Fresnadillo se ha forjado una dilatada –dos cortos y dos largos– pero sólida e interesante carrera. De ahí la curiosidad por su siguiente trabajo, presentado en el Festival de San Sebastián de 2011, fuese enorme. Y en parte, esas expectativas se han cumplido. Digo en parte porque Intruders no es la película que cabría esperar de un tipo tan inteligente, cinematográficamente hablando, como el cineasta canario. Y probablemente algo habrá tenido que ver que el guión no esté firmado por el director y sí en cambio por Nicolás Casariego – novelista y autor de guiones como Y decirte alguna estupidez como por ejemplo te quiero– y Jaime Marques –Ladrones, Noche de Reyes–.

Cualquiera que sea la razón, el resultado de Intruders es el de un thriller místico, tal vez sobrenatural, que cabalga entre dos géneros sin saber muy bien a cual de ellos pertenece. En su arranque –utilizando para ello todos los elementos del género de terror diabólico, con muchísimas semejanzas con Insidious– se nos promete una historia, que, sin previo aviso, y por obra y gracia de los guionistas, gira y se reconvierte en no sabemos muy bien qué, y lo que a priori podría resultar interesante comienza por volverse pesado y vulgar. Como espectador, la estrategia de Intruders suena a vendedor de humo, aprendiz del J.J. Abrams de Perdidos, capaz de crear una intriga mayúscula para resolverla rápido y mal, dejando un amargo sabor de boca y desilusiones varias.

Por lo demás, excelente realización de un director acostumbrado a cuidar hasta el mínimo detalle del encuadre, que trabaja de forma admirable con un grupo de buenos actores, entre los que destacan Clive Owen y Pilar López de Ayala, extraña pareja que sostiene esta trama bilingüe –rodada en inglés y español, con lo cual la versión doblada debe parecer un disparate– prácticamente hasta el final.

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jueves, 3 de noviembre de 2011

"One day", amores imposibles

Dicen quienes han leído la novela de David Nicholls, One Day, que la directora Lone ScherfigItaliano para principiantes, An Education– la ha adaptado con sumo respeto. Aunque si hay ser honestos, la realidad es que una buena parte de ese mérito debe recaer en el propio autor, Nicholls, ya que él es quien ha firmado también el guión de la película.

Presentada como comedia romántica, One Day es en realidad un drama sobre la relaciones de una singular pareja de amigos: dos personajes cuyos encuentros y desencuentros durante más de veinte años no les permiten confirmar su amor. La película selecciona momentos claves de esa relación, retratos temporales rodados con mimo y detalle, que servirán para transmitirnos el abanico de emociones de su protagonistas y cómo sus dificultades para comunicar su amor les niegan una y otra vez la tan ansiada estabilidad.

Destaca, además del gran trabajo de elipsis –elegir y descartar es una de las tareas más difíciles para un director a la hora de adaptar, mucho más para el propio autor de la novela y del guión– de Lone Scherfig, la presencia de una actriz como Anne Hathaway –sorprendente elección para el filme–, una americana que ha entendido y comunicado perfectamente todos los estados de ánimo de la Emma Morley de Nicholls. Un poco menos el de Jim Sturgess, joven talento británico al que hemos visto recientemente en Across the Universe y Heartless, tal vez por que a su personaje, un joven productor y presentador de televisión, inmaduro y mujeriego, le toca lidiar con la peor parte del drama, la culpabilidad de una relación que nunca consigue fructificar.

One Day tiene más virtudes que defectos. La primera sin duda una dirección acertada que no ha permitido que su obra se convierta en la típica comedia dramática made in Hollywood predecible y plagada de tópicos. Acercarse a sus personajes de forma humilde, sin sofisticación, a partir de sus comportamientos naturales y sin buscar la complacencia del público con diálogos cómicos, entre otras porque no se trata de una comedia, ni lo pretende. Con todos esos elementos, Lone Scherfig ha conseguido una historia emocionante, romántica y realista, que sin ser perfecta, deja un entrañable sabor a buen cine.

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miércoles, 2 de noviembre de 2011

"Mientras duermes", lección de suspense

Jaume Balagueró es uno de los culpables de que nuestro cine se sitúe en los primeros lugares en la clasificación general del género de terror. Casi de forma paralela, y a su sombra en algunos casos, han ido surgiendo cineastas como J.J. Bayona, Paco Plaza, Luis Berdejo o los hermanos Álex y David Pastor. En el caso de Balagueró, productos como Los sin nombre, Darkness y sobre todo Rec –codirigida con Paco Plaza–, avalan un currículum que pedía a gritos un salto significativo dentro de un género que comenzaba a limitar sus aspiraciones. Mientras duermes es ese paso, no de gigante, pero sí fundamental. Y es sin ninguna duda su mejor película hasta la fecha, la mejor dirigida, la mejor escrita –el guión está firmado por Alberto Marini, asesor de multitud de proyectos para Filmax y del que ha surgido la novela que ha dado paso a este ingenioso thriller psicológico– y también, probablemente, la mejor interpretada.

Al contrario que en sus anteriores historias, Mientras duermes profundiza en la mente del criminal, en sus temores, sus gustos, sus costumbres y sus problemas. Es por tanto la elección del punto de vista –el del psicópata– la que enriquece el relato de Balagueró y la que le permite un alto grado de originalidad. Luis Tosar es César, un portero de finca urbana con una vida anodina, insípida, un tipo prácticamente invisible a los ojos de los vecinos del edificio en el que ejerce. Hasta que su vida se cruza con Clara, la vecina del 5ºB, a la que le pone cara la otra gran promesa femenina de nuestro cine, Marta Etura. César es, como escuchamos miles de veces, un tipo normal, algo introvertido, pero amable al primer contacto y, en ocasiones, con una tibia sonrisa complaciente. Pero eso no es más que una fachada. La realidad es que César esconde mucho más de lo que enseña. Y jugando con sabiduría la carta del suspense, Mientras duermes se nos presenta como un relato de terror bajo el que se esconde todo un tratado de psicología, el de su protagonista.

El director, gracias a un guión perfectamente dosificado, a su maestría para el género y a un elenco de matrícula, nos ofrece un relato inteligente, atractivo y emocionante, tal vez una de las mejores películas del año, brillantemente interpretada por Luis Tosar y Marta Etura, pareja predestinada a coincidir en el cine –La vida que te espera, Casual Day– y en la vida real, y de la que guardamos un emocionante y grato recuerdo gracias a su gran trabajo en Celda 211.

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