Viggo Mortensen, que ya debutó en el cine español con tres trabajos bien distantes –en el tiempo, pero sobre todo en estilo, Gimlet (1995), La pistola de mi hermano (1997) y Alatriste (2006)– hace lo propio ahora en el argentino, país en el que pasó gran parte de su infancia y por el que siente un especial cariño.
Es indudable que su presencia en el reparto es un aliciente más que suficiente para atraer a todo tipo de público y conseguir, de paso, una buena taquilla. Mortensen ha dado vida a una buena ristra de heroes, desde El Señor de los Anillos, hasta Una historia de violencia, pasando por La carretera, Promesas del Este o la ya mencionada Alatriste. Y tanto por carácter como por talento, contar con él significa –hablando de marketing– tener la mitad del trabajo hecho.
Todos tenemos un plan parece, a priori, la película perfecta para un Viggo Mortensen preocupado ahora por el teatro, la poesía, la música y otros aspectos culturales mucho más alejados del frívolo mundo de Hollywood. Y es que el debut de Anita Piterbarg en la gran pantalla tiene mucho que ver con el mundo literario y la novela introspectiva. Es por tanto un relato con ciertas ambiciones en el que ha participado una parte del equipo de El secreto de sus ojos, película oscarizada y convertida –con todo merecimiento– en referente del cine argentino moderno de calidad. Sin embargo, Piterbarg, que también se ha encargado del guión, abandona en muchos momentos el misterio y el relato policiaco que tan buen resultado le dio a Campanella, para detenerse en los problemas psicológicos que provoca en el protagonista la asunción de una nueva personalidad. Son esos remansos, muchas veces injustificados, los que lastran un arranque interesante y unos diálogos soberbios. Aún así, la cineasta demuestra que su talento visual supera al narrativo, aprovechando al máximo la localización de un entorno –el Delta del Tigre, zona de pantanos y afluentes próxima a Buenos Aires– que termina convirtiéndose en un personaje más de la película.
Hay momentos de buen cine, de intencionalidad, también mucho intimismo, y sobre todo buenas interpretaciones. Sofia Gala Castiglione se luce con Rosa, el personaje más complicado y que mejor ha desarrollado Piterbarg en su guión, al igual que Daniel Fanego y su villano, Adrián. Ellos dan lo mejor, y admiten la presencia de Soledad Villamil –su personaje apenas apuntado–, del español Javier Godino e incluso de un Viggo Mortensen excesivamente apagado en su doble interpretación.
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