Sucede, algunas veces, que un actor con ínfulas de trascender toma las riendas de un proyecto, lo produce, lo maneja, lo reescribe y hasta lo dirige. Robert Redford, Clint Eastwood, Kevin Costner, Sean Penn, Mel Gibson, cada uno con su propia constancia y estilo, todos son ejemplos de ello. Sucede, menos veces, que ese actor decide compaginar ambas carreras, y que resulta que la segunda, la de director y cineasta, le da mejores resultados que la de actor. En esta situación parece encontrarse Ben Affleck.
A los desmemoriados les recuerdo que junto a su amigo Matt Damon, Affleck ganó un Oscar al Mejor Guión Original en 1998 por El indomable Will Hunting, guión sobre el que el propio William Goldman –responsable de grandes guiones– se molestó en aclarar que él no tuvo absolutamente nada que ver su escritura y que todo el mérito se debía a los actores. Unos destellos de talento nada engañosos si tenemos en cuenta la progresión del actor: cuatro guiones –algunos en colaboración–, trece proyectos como produtor y tres películas como director, incluyendo la producción de la última. Estamos por tanto ante un tipo inteligente, que suple la brillantez creativa con la insistencia de su esfuerzo y sacrificio. Gone Baby Gone fue el primer ejemplo, The Town, Ciudad de ladrones el segundo y Argo es el tercero, y, ojalá, no él último.
Argo es un proyecto bombón para cualquier director: primero porque parte de un hecho relacionado con el espionaje desclasificado –dado a conocer en 1997 durante el mandato de Bill Clinton– y sobre el que el periodista del LA Weekly, Joshuah Bearman escribió en 2007 un magnífico artículo ilustrado con un cómic para la revista Wired, que bien podría ser el story board base para la película de Ben Affleck; segundo porque se trata de un conflicto político internacional; y tercero porque en él, lo fundamental fue la pasión y la tenacidad de un agente de la CIA especializado en misiones de rescate llamado Tony Mendez.
Las expectativas sobre tan interesante empresa eran tan grandes que el primero en mostrar su interés fue George Clooney: exacto, otro actor metido a tareas de director y productor, poseedor de un infalible sexto sentido. Y su, llamémosle instinto, ha funcionado a la perfección: Argo es un interesante thriller de acción, una perfecta, intensa y apasionante descripción de un hecho inusual, casi paródico, cuyo objetivo era salvar la vida de seis –siete si incluimos al propio Mendez– norteamericanos atrapados en el Irán del Ayatola Jomeini.
Además de la conjunción entre comedia y thriller que destila Argo, de las buenas interpretaciones de sus protagonistas –con mención especial para Alan Arkin y John Goodman–, de una selecta y abundante banda sonora plagada de grandes temas, y de una perfecta recreación de los años 70, que permite volver la vista atrás hacia un pasado tan convulso como el presente, la película funciona también como una espléndida lección de historia cuyo mejor momento se nos presenta en ese prólogo-resumen, un viaje en el tiempo hasta unos hechos tan dramáticos como esperpénticos.
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