No sabemos qué habría sido de esta Blancanieves si hace un año Michael Hazanavicius no hubiese estrenado The Artist. De hecho es muy posible, como reconoce el propio Pablo Berger, guionista, productor y director, que jamás hubiese podido sacar adelante su proyecto, una película silente y en blanco y negro. Por un lado Blancanieves se debe heredera, pero por otro, el peso del padre, The Artist, planea en los momentos previos al estreno.
En su defensa basta decir que este proyecto tiene la misma edad que la hija del propio Berger, nueve años. Y resulta paradójico pensar que con un currículum tan exitoso y con unas cifras de taquilla tan contundentes con su primera película, Torremolinos 73, al cineasta le ha llevado tanto tiempo sacar adelante su siguiente proyecto.
Pero por si todavía no se había buscado suficientes “problemas”, a Berger no se le ocurre otra cosa que adaptar –libre y fielmente a la vez– la Blancanieves de los hermanos Grimm, un cuento que este año ya ha estrenado –con ésta tres– otras dos versiones. ¿Qué necesidad había de una nueva? se preguntarán muchos espectadores, sin saber que la creatividad y el talento que Berger ha aplicado en su película le confieren una singularidad que ya quisieran para sí las versiones de Tarsem Singh –la de Julia Roberts, para entendernos– o la de Rupert Sanders –Charlize Theron y Kristen Stewart–. Y es que Berger ha salido, no sólo indemne, sino victorioso, por la puerta grande, en su arriesgadísima apuesta de cine mudo y en blanco y negro.
Conviene aclarar, sin embargo, que Berger, en lugar de mimetizar el estilismo del cine mudo de los años 20 y 30 –como sí hizo Hazanavicius en The Artist– ha optado por aprovechar la planificación, los encuadres y los movimientos de cámara que el cine moderno ofrecen, mezclándolos con otros surgidos de ese cine primigenio, pero no Hollywodiense, sino español: desde las reminiscencias a Benito Perojo –en el propio argumento– hasta las escenas, dignas del mismísimo Florián Rey, por citar a dos pioneros del cine español. El resultado es una película de una belleza exquisita, no sólo por el tratamiento estético, sino por la bondad y los hallazgos a la hora de adaptar el relato –una Blancanieves torera, por ejemplo–, algo en lo que no conviene abundar para permitir que el efecto sorpresa sea mayor.
Sólo hilando fino, pero muy muy fino, podríamos achacar los excesos en algunos de los diálogos –que los hay, rotulados– y que en ocasiones despistan y desconciertan. Pero, claro, todo eso se puede guardar en un cajón bien pequeño en cuanto la grandeza y la presencia de Inma Cuesta, Ángela Molina y Maribel Verdú, primero y de Sofía Oría y Macarena García después, entran por la pantalla. Mención también para Daniel Giménez Cacho, probablemente uno de los mejores actores mejicanos, y por su puesto, a una composición musical de Alfonso de Villalonga que Berger ha sabido encajar en un montaje brillante y hasta divertido.
Blancanieves es también un lágrima sobre nuestro cine, un lamento, que nos demuestra cómo la dejadez con la que nuestros políticos tratan a nuestros cineastas, nos robará la posibilidad de ver películas tan originales, arriesgadas y bellas como ésta.
Publicado en Premierediario.com
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