Hay, en este tercer trabajo del neozelandés Andrew Dominik, un intencionado aroma a cine negro –eso que algunos esnobs y cinéfilos llaman film noir– lo que le confiere, casi sin desearlo, un halo de película de culto, a la que tal vez los distribuidores, y por ende el público, no le presten las debidas atenciones. A pesar de que en el reparto se encuentren estrellas como Brad Pitt. Una pena, porque Mátalos suavemente, utiliza el adjetivo de su título para enredarse en el cerebro y las entrañas de quien la ve, dejando esa extraña y agradable sensación de buen cine.
No estamos ante una obra magna, no es ni El Padrino, ni Uno de los nuestros, ni Los Soprano, pero tampoco le quedan tan lejos. Tiene todo lo bueno de ellas: una descripción de personajes amplia, detallada, sin artificios de cámara estilo Guy Ritchie, que se completa con intensas conversaciones rodadas en la más estricta austeridad, en primeros planos en los que el director permite a su grupo de grandes actores demostrar talento y versatilidad. Y por supuesto su argumento –matar a los responsables del robo de una partida de póker–, una muestra de las fuentes del cine negro en las que bebe Mátalos suavemente. Todo ello envuelto en un estilo visualmente atractivo, quizá sin el sofisticado estilismo de Drive, pero con una elegancia más que digna. Un sello a caballo entre el Tarantino de Reservoir Dogs y el Scorsese de Malas Calles es el que da forma a un relato redondeado por un grupo de actores bien elegidos y mejor dirigidos. Y aunque es innegable el peso de Brad Pitt en el reparto, junto a él destacan, a la misma altura, James Gandolfini, Ray Liotta, Richard Jenkins y Scott McNairy.
Andrew Dominik parte de un material interesante: la novela Cogan’s Trade del norteamericano George V. Higgins. Dominik incide en la zona negra y gangsteril, pero no se olvida del contexto social: el trasfondo de crisis que afecta toda la sociedad, y por qué no, al mundo de la mafia y los sicarios. Porque también ahí se notan los recortes y las carencias económicas y laborales. De ahí que algunos de sus diálogos recuerdan más a arengas de políticos o empresarios preocupados por el país y la economía, que a la simples charlas de barra. Una zona crítica que evidencia el protagonista, Jackie Cogan, al sentenciar en el epílogo de esta magnífica película que “Estados Unidos no es un país, sino un negocio”.
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