¿Una imagen vale más que mil palabras? No siempre. Pero sí en esta ocasión y gracias a un director y guionista francés de complicado nombre: Michael Hazanavicius. De él sabemos que ha dirigido cuatro cuatro largometrajes, dos de ellos –OS 117: El Cairo, nido de espías y OS 117, perdido en Rio– protagonizados por el mismo personaje y el mismo actor, Jean Dujardin. Sabemos también que está casado con Bérénice Bejo, protagonista también de The Artist. Y ahora, gracias a este trabajo, descubrimos que es un apasionado del cine clásico, que se ha atrevido con un homenaje arriesgado y contra pronóstico, realizando una película en blanco y negro con la única ayuda sonora de una esplendida partitura compuesta por Ludovic Bource.
Antes de asistir a este fascinante y emocionante viaje que supone ver The Artist, uno no sabe muy bien si calificar a este cineasta francés de aventurero suicida o de loco atemporal. Pero bastan diez minutos de película para comprender que estamos ante un sentido homenaje, ante una lección de historia del cine, en realidad, ante un engaño. No menor, sin mayor. Porque Hazanavicius nos hace creer que estamos viendo una película romántica sobre una pareja de actores, cuando la realidad es muy distinta: lo que The Artist nos ofrece es una historia de amor, sí, pero de amor hacia el cine, un repaso a las influencias y a la magia de directores como Lang, Ford, Lubistch, Hitchcock, Murnau, y con ellos estrellas como Douglas Fairbanks, Gloria Swanson, Joan Crawford, Greta Garbo y John Gilbert.
Además de la magia de la historia, de la música –toda una hazaña para Ludovic Bource componer casi 100 minutos de banda sonora– y del diseño de producción –una parte de la película se rodó en escenarios reales, como por ejemplo la casa de la protagonista está rodada en la mansión de Mary Pickford– destaca también el trabajo de sus dos protagonistas –en realidad tres, puesto que Uggie, el perro que acompaña a George Valentín está muy presente– Jean Dujardin y Bérénice Bejo. El primero, para quien el cineasta escribió expresamente el personaje de George Valentin, recoge toda la altivez de estrellas como Gilbert o Fairbanks para terminar aproximándose a un extrovertido y enérgico Vittorio Gassman. Y ella, porque además de conocer muy de cerca al director –es su esposa en la vida real–, transmite vitalidad y optimismo. Los dos, ayudados por estadounidenses curtidos como John Goodman o James Cromwell, consiguen que la película emocione y fascine. Y es que en cien minutos de The Artist hay muchísimo más cine que en todos los productos de 3-D.
Ganadora del Premio del Público en San Sebastián, y el Premio al Mejor Actor en Cannes, la película puede dar dentro de unos meses el campanazo y convertirse en ganadora de unos cuantos Oscar. Pero eso, es otra historia.
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