Los títulos de crédito, santo y seña de identidad de David Fincher –que por música y estética se nos antojan realizados por un discípulo aventajado de los Massive Attack, o lo que es lo mismo por el líder de los Nine Inch Nails–, además de ser lo mejor de esta adaptación son también una premonición de lo que nos espera: un juego lleno de oscuridades al que su director le ha conferido brillo y desasosiego a partes iguales gracias a una omnipresente y tecnológica banda sonora. Una estrategia que, por si sola, resulta interesante pero también insuficiente. La primera razón, cuyo origen es el propio guión de Steven Zaillian, tiene que ver con la magna densidad de esta primera parte de Millenium: parece tarea hercúlea resumir en dos horas –la película en realidad dura dos horas y media largas– las más de 650 páginas utilizadas por Stieg Larssen para describir las hazañas del periodista Michael Blomskvist y de la hacker Lisbeth Salander. Son tantos los datos, tantas las líneas de investigación, los personajes y los sucesos que se esconden tras Los hombres que no amaban a las mujeres, que, como le sucediese a Niels Arden, Nikolaj Arcel y Rasmus Heisterberg –responsables del guión de la versión sueca de 2009–, guionista y director no han tenido más remedio que sucumbir a un desmedido metraje para encajar todas las piezas de Larssen en más de dos horas y media de película. Dicen que las buenas adaptaciones cinematográficas pueden –y deben– ser fieles al espíritu pero infieles a las palabras. Ni Zaillian ni Fincher lo han conseguido. Aunque para muchos, su pecado, la excesiva fidelidad, es canónicamente perdonable.
Sin embargo, uno de los hallazgos que permite esta segunda y reciente versión –la anterior es del 2009– de Los hombres que no amaban a las mujeres es la comprensión sobre las intenciones del Larssen a la hora de componer y estructurar su novela. Deja claro Fincher que a Larssen lo que más le interesaba era la investigación del periodista Mikael Blomkvist para descubrir un misterio familiar que terminará en la revelación de un sanguinario asesino en serie. Y para mantener al espectador pendiente de esa enrevesada trama necesitaba de un personaje que sobrepasará las fronteras de la normalidad, una especie de superhéroe, un ángel de la guarda con los poderes y la fuerza del cómic. Lisbeth Salander responde a esa necesidad. Pero para desgracia de Larssen, y ahora de Fincher, Salander engulle a Blomskvist y a su revista, Millenium, erigiéndose en auténtico eje central de la novela. Consciente ya de ese poder, Larssen termina rendido a sus encantos y en las siguientes novelas, es ella la protagonista absoluta. Algo parecido le sucederá al espectador de esta versión cinematográfica, que exhausto tras dos horas y media de película y algo desconcertado, no sabrá si ha sido seducido por la fuerza arrolladora y tierna de ese personaje llamado Lisbeth Salander o por la actriz que tan enigmáticamente la interpreta, Rooney Mara. O tal vez ambas.
Fincher no ha conseguido toda su brillantez ni en la estructura, ni en los giros, ni en los diálogos: todo eso está en la novela y quedó perfectamente plasmado en la adaptación sueca. Donde el director en cambio sí ha dejado su firma ha sido en conseguir, gracias a la fotografía, a la música y a la imagen mutante de su Salander, un estado de ánimo desasosegante durante muchos momentos de la película. Y al final a pesar de trabajar sobre una estructura y un ritmo irregular que le empujan a un cierre atropellado, casi desastroso, el recuerdo que permanece en nuestra memoria es el de la mirada tierna y desafiante de Rooney Mara, su actriz protagonista.
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