En lo que va de año, el genero de espías nos ha ofrecido dos buenos ejemplos de cine de calidad. El caso Farewell, basándose en un hecho real, analizaba la fuga de secretos desde la KGB hacia la CIA que acabó, presumiblemente, con la caída del telón de acero. Unos meses mas tarde, en La Deuda un plantel de actores, comandados por Helen Mirren y Tom Wilkinson, daban vida a un comando del Mosad infiltrado en la Alemania pro soviética para capturar a un ex criminal de guerra nazi.
Ahora le toca el turno a la adaptación de uno de los mejores escritores del genero, John Le Carré, y su tercera entrega sobre las aventuras del agente Smiley, Tinker, Taylor, soldier, spy, traducida aquí como El topo y que ya fue adaptada por la BBC en 1979 en formato de serie. La combinación entre la magnifica radiografía novelada de Le Carré y el manejo sobrio y contundente del sueco Tomás Alfredson, director de la aterradora y brillante Dejame entrar, hacen de este trabajo una obra imprescindible.
Alfredson emplea con seguridad los recursos mínimos, primeros planos, cruces de miradas y silencios, para conseguir con todo ello un relato frío, sin efectismos, pausado en presencia pero ágil en ritmo, con algún que otro flashback confuso en sus inicios, pero con la pericia que la literatura de Le Carré se merece. En El topo prima de forma brillante el trabajo de los actores: el Smiley que pintan los guionistas Bridget O'Connor y Peter Straughan y que el director remata es un tipo corriente, tan reconocible como olvidable, un Smiley que no inspira ninguna confianza, inexpresivo, enigmático y por ello digno de temer. Gary Oldman compone probablemente el más aterrador —por indescifrable— de todos sus malos. Y su entorno no es mucho más esperanzador. En él, hasta un benevolente Colin Firth puede resultar terriblemente peligroso. Igual de digno es el trabajo de Toby Jones, Ciarán Hinds o de Benedict Cumberbatch, actor a quien algunos hemos disfrutado en la genial actualización del Sherlock Holmes televisivo; o de un omnipresente John Hurt (esta misma semana también presente en la aventura épico-farragosa Immortals). Resumiendo: un trabajo de acompañamiento coral en el que Gary Oldman atempera unas cuantas arias.
Una cosa debe quedar muy clara: no estamos ante el típico producto de Hollywood, complaciente y entretenido. Entre otras cosas porque El topo de Alfredson desmitifica el trabajo de espía convirtiendo a sus protagonistas en simples funcionarios, unos vulgares oficinistas, capaces –como cualquier oficinista– de las más terribles puñaladas –aquí asesinatos reales–, que sobreviven entre un mar de informes y grabaciones y que terminarán devorados por una enfermedad profesional y endémica llamada paranoia.
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