Después de mostrarnos el realismo y la cotidianidad a través de películas como Historias mínimas, Bombón el perro o El camino de San Diego, el argentino Carlos Sorin, consiguió rescatar todos sus recuerdos cinematográficos, inspirados en clásicos como las Fresas Salvajes de Bergman, para plasmarlos en La ventana, un relato todavía más pausado y cotidiano que los anteriores. Quizá, desde entonces, el propio Sorin, consciente e intencionadamente decidido a no repetirse, ha querido buscar otros géneros y otros estilos. Fruto de esa búsqueda es su introducción en el mundo del thriller dramático con una historia aparentemente anecdótica en la que el terror se esconde la psique de sus dos protagonistas.
El gato desparece no es más que una fábula sobre los posos que deja la locura de un familiar, un marido, en las mentes de quienes le rodean, en este caso su esposa. El gato es, para el director, la luz de alarma, un semáforo en ámbar, que nos informa que nuestro cerebro no codifica correctamente la información y que todo puede saltar por los aires en cualquier momento. En ese interludio entre la supuesta normalidad y el desequilibrio, Sorin intenta describirnos a la pareja protagonista: Luis, un profesor que acaba de salir de su internado en un psiquiátrico, y su mujer, Beatriz, que no termina de convencerse de la curación de su esposo. Donatello, el gato de la casa, metáfora de la cordura y la cotidianidad reinante en el hogar hasta entonces, desaparece no sin antes mostrar su rechazo hacia el –supuestamente– recuperado Luis. Desde ese día, el fantasma de la sospecha y el miedo rondará en el subconsciente y los sueños de Beatriz.
El clima desasosegante que compone el cineasta consiste en trazar una línea constante que nos explique dónde está la normalidad y dónde la locura, y hacer que sus personajes caminen por ella cuerda floja una y otra vez, perdiendo el equilibrio pero sin derrumbarse del todo.
Nada tiene que ver esta historia con el cine al que nos tenía acostumbrados Sorin, pero en este giro temático y estilístico demuestra que con los mínimos recursos y el buen trabajo de los dos actores, Luis Luque y Beatriz Spelzini, es perfectamente capaz de construir una atmósfera de terror cotidiano de la que sus protagonistas no pueden escapar. Sin efectismos ni efectos, con la humildad que le caracteriza y una ausencia total de prepotencia, El gato desaparece es la esencia de Sorin explorando nuevos caminos. Un Sorin eficiente, tenso e hipnótico por momentos.
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