Sam Peckinpah, maestro de las dualidades morales y del tratamiento de la violencia sin tapujos, mostró en 1971 buena parte de su sabiduría cinematográfica en la adaptación de la novela de Gordon Williams –The Siege of Trencher's Farm– con el nombre de Perros de paja. Protagonizada por Dustin Hoffman y Susan George, nos sumergía en un mundo entre salvaje y territorial, en un pequeño pueblo de Inglaterra, donde la pareja hacia frente a una auténtica jauría humana para defender su vida y su espacio. Peckinpah además de plantear la violencia en un estilo muy similar al de su obra maestra, Grupo Salvaje, apostaba por incluir en su versión una enorme carga erótica, que en la época fue considerada casi pornográfica ya que en algunos países se censuraron algunas de las secuencias más impactantes, como por ejemplo la violación del personaje de Susan George. Su Perros de paja es todo un tratado sobre la aceptación de la violencia por parte de un ser humano racional, que se encuentra ante un abismo cuya única solución para salvar una vida es la de quitar otras vidas, e indefectiblemente de forma salvaje y sin tiempo apenas para razonamientos.
La mayoría de los remakes que recibe la cartelera cinematográfica tienen su razón de ser única y exclusivamente en el dinero. Es decir, todos buscan actualizar el original para encontrar un público nuevo –presumiblemente joven– que le permita obtener una jugosa taquilla. No hay nada más. Quizá por eso sorprende la presencia de este Perros de paja a manos de Rod Lurie, que recogiendo la herencia fiel de la película de los 70 no parece atender a motivos creativos, ni económicos, ya que su planteamiento no huele a búsqueda de nuevos públicos, al menos no descaradamente.
Lurie ha realizado sutiles cambios que ni apenas afectan al trasfondo de la historia. De entrada, ha trasladado su historia de la profunda y ruda Inglaterra de los años 70 a Lousiana, sur profundo de Estados Unidos actual. Ha cambiado sutilmente la profesión de los protagonistas, ahora David Sumner ya no es matemático sino guionista de Hollywood, y su esposa actriz. Quizá lo peor que han hecho productores y director es haber encubierto toda la parte erótica que Peckinpah mostraba de forma descarnada y haberla reconvertido –los desnudos han dejado paso a leves insinuaciones– en mera provocación. En el resto y para lo bueno, el guión que asume también como propio Lurie, nos remite la versión del 71, más provocadora y sorprendente que este remake que, a pesar de todo, cumple los requisitos formales y profesionales.
Poco cabe decir de sus protagonistas. Un James Mardsen, ahora ídolo de jovencitas merced a sus trabajos en los X-Men, y una Kate Bosworth, pareja de Mardsen en Superman returns, que superan el aprobado en un remake en el que destaca, en algunos momentos, Alexander Skarsgård, muy por encima incluso de los protagonistas o de secundarios con tanta carrera como James Woods.
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