La deuda es la adaptación de uno de los éxitos del cine israelí de 2007, titulada originalmente Ha-Hov, escrita y producida por Assaf Bernstein e Ido Rosemblum, recoge una historia real sucedida entre 1965-66, cuando un equipo de tres agenes del Mossad perpetraron el secuestro de un famoso criminal nazi conocido como el “Cirujano de Birkenau”, para, posteriormente, ser juzgado en Israel.
Con la intención de dotar de mayor entidad e incluir más acción en la historia el director, John Madden, y el guionista, Peter Straughan, han optado por reconstruir con mayor detalle y profundidad el pasado de los protagonistas. El resultado es un thriller de espías realizado con una gran brillantez, heredero del Munich de Spielberg, y centrado en la huella que deja en la vida de los tres protagonistas la culpa y el arrepentimiento por una antigua misión.
Relatada sin maniqueísmos y apelando a la fuerza de la propia historia –gracias a unos personajes perfectamente definidos tanto en su pasado como en la del presente– La Deuda es uno de esos escasos ejemplos de cine inteligente que últimamente Hollywood ofrece con cuentagotas. Se agradece que los productores, aún considerando el pasado como elemento fundamental en la historia, no hayan optado por un sofisticado montaje plagado de efectos especiales, persecuciones y peleas al que tan acostumbrados estamos en los thrillers de género. En su lugar nos ofrecen una excelente batalla psicológica entre los captores y su presa, una reconstrucción fiel de los hechos, saltando del presente al pasado sin que el ritmo o la narración se resientan. Buena noticia esta presencia en nuestra cartelera que se une, sin quererlo, a El Caso Farewell –más fría, más histórica pero menos intrigante– protagonizada por Emir Kusturica y Guillaume Canet.
La estructura y la realización son también el decorado perfecto en el que se mueven con enorme soltura actores con tanta profesionalidad como Helen Mirren o Tom Wilkinson. Mérito que comparten con Jesper Christensen, Jessica Chastain –a la que pronto veremos en El árbol de la vida– y Marton Csokas, menos famosos pero cuyo trabajo merece igual consideración.
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