En contadas y escasas ocasiones, nuestro cine permite que hasta él se acerquen talentos cuyas capacidades han quedado sobradamente demostradas en otras facetas artísticas. Ese es el caso de Paco Roca, dibujante y guionista de cómics, fundamentalmente historietista, con dos obras magníficas y sobre las que no existe la más mínima duda: Arrugas (Delcourt, 2007) y El invierno del dibujante (Astiberri, 2010).
La situación del ilustrador valenciano y de su cómic de cabecera, editado en 2007 en Francia como Rides, para posteriormente ser reconocido y publicado en España un año después, es el pan nuestro de cada día en un mundo –el del cómic y la novela gráfica española– en el que resulta imprescindible alcanzar prestigio en el país galo antes que en el propio.
Gracias a la gran calidad de Arrugas, a sus múltiples premios y a su difusión –sobre todo en Francia– algunos productores pusieron la vista en la historia con la –¿arriesgada?– intención de convertirla en película. A Ignacio Ferreras, como director, y a Manuel Cristóbal (Perro Verde Films) y a Cromosoma –responsables del documental Bicicleta, cuchara, manzana– como productores, hay que agradecerles el riesgo y el respeto que han tenido a la hora de embarcarse en esta aventura, que es hacer cine de animación comprometido en España.
Porque sí, Arrugas es una película que produce un cierto ardor, no en el estómago, sino en el alma. La razón es que el tema que aborda –el Alzheimer y las residencias de ancianos–, hasta ahora permanecía ahogado en los furgones de cola de los informativos, excepto cuando se trataba de un suceso grave o una estafa. Para todo lo demás, el qué, el cómo y el cuándo sobre la forma de tratar a nuestros ancianos ha sido y es puro tabú. Por eso la valentía, primero de Roca con su cómic y después de los productores, es todavía mayor.
El personaje central de Arrugas –inspirado según el propio autor en el padre de uno de sus mejores amigos– es Emilio, un ex director de una sucursal bancaria y ahora un anciano jubilado que acabará en una residencia de ancianos donde conocerá a Miguel y al resto de personajes, y dónde se enfrentará a la realidad de sus últimos días. Una trama tan amarga y tan realista que, tal y como reconocen director y dibujante, hubiese resultado excesivamente dura para contarla con actores reales. La animación, en cambio, permite una cierta distancia que amortígue el puñetazo de realidad, pero sin perder crudeza. Entre otras cosas porque en Arrugas no hay espacio para superhéroes o mundos fantásticos, pero sí para que el director describa las fantasías que viven algunos de sus protagonistas.
Preseleccionada para los Oscar, finalmente no consiguió entrar dentro de las películas de animación, un privilegio que sin embargo fue para la divertida y musical obra de Trueba y Mariscal, Chico y Rita. Quizá los Goya le deparen mejor y merecida suerte a una de nuestras mejores películas del año.
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