Lo curioso de la película que nos ocupa es que, siendo Mateo Gil guionista de reconocido prestigio, capaz de escribir diálogos tan ingeniosos como los de su magnífico corto Allanamiento de morada (1998), en esta ocasión solamente se ha encargado de dirigir, dejando la escritura en manos de Miguel Barros. El resultado podemos asegurar, es mucho más que aceptable, entre otras razones porque Blackthorn está concebido –de principio a fin– como un western crepuscular, muy próximo por estilo, narrativa y descripción de personajes, a obras maestras como el Sin perdón de Clint Eastwood o el reciente Valor de ley de los hermanos Coen.
Su punto de partida es llamativamente seductor: Blackthorn es el apellido de un sexagenario criador de caballos que sobrevive a duras penas en un rancho perdido de las montañas bolivianas. Una verdad a medias que encubre el turbio pasado como ladrón de bancos de un tipo que bien podría ser el legendario Butch Cassidy. Sin perder de vista el gran referente iconográfico que supuso Dos hombres y un destino –escrita por William Goldman, dirigida por George Roy Hill y protagonizada por Redford y Newman–, película que profundizó todavía en más leyenda de esta pareja de fugitivos, el director ha construido su particular visión partiendo de un hecho nunca demostrado: según los datos, Butch ySundance –alias de Robert L. Parker y Harry A. Longabaugh– murieron a manos de un pelotón del ejército boliviano en 1908 en San Vicente. Sin embargo, otros historiadores han conseguido testimonios de personas que afirman haber tratado con Cassidy mucho tiempo después del famoso altercado de San Vicente. Con esos detalles, guionista y director articulan un relato al más puro western –con Bolivia de fondo– en el que sus protagonistas se mueven siempre entre la amistad, la traición y los límites del bien y del mal.
Igual que el Clint Estwood ex forajido, o el Jeff Bridges cazarecompensas amoral en Valor de ley, Sam Shepard recoge el testigo de ex pistolero redimido y lo hace con brillantez gracias a su sabiduría y experiencia en este tipo de trabajos. Persona y personaje se funden y ni siquiera su discutible pronunciación del español consiguen empañar un trabajo de altura. Junto a él, otro grande de la interpretación, el británico Stephen Rea, y entre ambos se defiende, bastante bien, Eduardo Noriega, actor fetiche de Mateo Gil y Amenábar, que pone la nota española en una película directamente enfocada al mercado internacional, al estar rodada –en su mayoría– en inglés.
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