lunes, 18 de julio de 2011

"Cena de amigos", infidelidades y otras hierbas

Si tuviéramos que guiarnos por la imagen que el cine nos ha ofrecido en lo que va de año de nuestro país vecino, deberíamos pensar que los franceses son unos mentirosos patológicos: Una dulce mentira, historia en la que su protagonista intenta engañar a su madre a través de unas cartas, o Pequeñas mentiras sin importancia, una historia coral de amigos incapaces de enfrentarse a sus propias realidades, son dos ejemplos corroborados por esta Cena de amigos escrita y dirigida por Danièle Thompson.

Lo cierto es que los franceses no son ni más ni menos mentirosos que sus vecinos alemanes, italianos o españoles. Lo que sí hacen, en ocasiones de forma un tanto empalagosa, es insistir una y otra vez en el mismo tema, y a veces, como en este caso, sin aportar argumentos más allá del propio enredo que pueda suscitar la mentira por sistema.
Cena de amigos es uno de esos productos de segunda b que, misteriosamente, consiguen sobrevivir en la cartelera gracias a un grupo de actores interesantes que en otra vida, es decir en otras ficciones, mejores resultados consiguieron. Desde el cómico más popular y mejor pagado del cine actual francés, Dany Boon, el cantante y compositor Patrick Bruel, pasando por Emmanuelle Seigner, esposa de Roman Polanski, hasta el prestigioso Patrick Chesnais, todos tienen recursos de sobra para evitar sospechosas acusaciones de afonía escénica. El problema, por tanto, no es de continente, sino de contenido: el guión de la propia directora y su hijo, el también actor Christopher Thompson, intenta envolvernos en una serie de engaños cuyo centro de gravedad se concentra en la famosa cena de amigos, y cuyo desenlace debería llegar un año después de ese fatídico día. La realidad es que la cena crea más expectativas de las que resuelve y que el sustento en las mentiras ni siquiera sirve de catarsis para un grupo de personajes que sobreviven entre el amor, la desidia, la infidelidad y un variado menú de crisis generacionales. Al final, lo que queda, más bien poco, son ciertos destellos de mala leche y un puñado de interpretaciones desperdiciadas.

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