Llega la que, según muchos, será la película más taquillera de este verano, la tercera entrega de esa rentabilísima franquicia llamada Transformers, esta vez con un título que parece sacado de un disco de Pink Floyd. Su argumento, una reinterpretación de la historia según la cual, el primer viaje a la luna, el de aquel famoso “ha sido un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”, no fue más que una tapadera para poder investigar una nave alienígena –cibertroniana para más señas- liderada por el genio de los autobots, para entendernos, los Transformers buenos. No vamos a desgranar aquí un argumento que nada puede ofrecernos, ya que lo importante de este producto tiene únicamente que ver con su operación de marketing comercial -recordemos que su campaña comenzó hace unos cuantos meses con la presentación de los primeros minutos de la película en 3-D, en un espectáculo bendecido con la presencia del ambicioso y megalomániaco James Cameron- y con su atronadora capacidad para apabullar en salas dotadas con las últimas tecnologías en sonido e imagen.
Michael Bay, director de las tres películas, es un tipo inteligente, un director de acción eficiente, capaz de cepillarse el solito desmedidos presupuestos en efectos, persecuciones, tiroteos y explosiones varias, pero también de hacer ganar a sus productores una ingente –a veces casi indecente- cantidad de dinero con todas sus películas. A Bay, y a quienes le contratan, les importa un pimiento lo que diga la crítica de sus películas. Ellos hacen cine para vender, no para que alaben sus historias. Aunque en el trayecto consiguen batir los mejores records del cine de acción, de tipo “la película con más explosiones”, “la secuencia con más disparos y con diálogos más absurdos”, o ya puestos “el plano más corto”. El suyo es un cine espectáculo pero sin ningún sentido, hecho a la medida de un público descaradamente joven, friki y con poco cerebro que pide más y más en luchas, peleas e innovaciones técnicas deslumbrantes, pero que poco o nada tienen que ofrecer al verdadero cine. Aunque, con semejante derroche de virguerías digitales sorprende que en una de sus escenas –al principio de todo- nos ofrezcan planos reales del presidente Kennedy mezclados con otros en los que la reconstrucción de su cara deja bastante que desear en cuanto a cuestiones técnicas.
Digitalismos a parte, Transformers 3 es un espectáculo excesivo protagonizado por robots, y con muy poco espacio para los actores de carne y hueso. Aunque en cuanto a carne, la mejor tajada se la lleva la presencia de la modelo favorita de Victoria’s Secret, Rosie Huntington-Whiteley, ya que en realidad es lo único que se puede apreciar en su intento por ejercer de actriz. Ni el inexpresivo protagonista, Shia LaBeouf, ni el caricaturesco John Turturro, ni el cachas Josh Duhamel, ni siquiera la correcta Frances MacDormand, son capaces de encandilar lo más mínimo en este espectáculo al servicio de las creaciones de Hasbro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario