Danis Tanovic, aunque algunos no les suene, es uno de los directores bosnios más conocidos internacionalmente. Y lo es con una filmografía tan escasa que nos sobran los dedos de una mano para contarlas –cuatro y un segmento de 11 de septiembre–. Su talento se destapo cuando consiguió el Oscar a la Mejor Película Extranjera en 2002 y el Globo de Oro con En tierra de nadie (No man’s land): análisis ácido, tremendamente crítico y entretenido, en clave de comedia, sobre la ridícula situación de la guerra de los Balcanes. En ella, y con un argumento aparentemente sencillo, casi anecdótico –dos soldados enemigos, uno bosnio y otro serbio, atrapados entre ambas líneas–, Tanovic retrataba, en forma de esperpenteo, las vilezas de una guerra basada en el mayor de los absurdos, y con ella la política y los medios de comunicación.
Diez años después el cineasta regresa al mismo tema, pero situando la trama argumental unos años antes de esa misma guerra, en 1991 días después de la muerte del Mariscal Tito y con la inminente caída del comunismo en ciernes. El relato, adaptación de la novela de Ivica Dikic, se centra esta vez en las aventuras de Divko, un bosnio que huyó del comunismo y que ahora regresa convertido en nuevo rico para recuperar lo que, según él, le pertenece: su casa y su hijo. De nuevo el guión, coescrito junto con el novelista, utiliza de nuevo la esperpentización de los comportamientos para demostrar como los vencidos, ahora convertidos en vencedores y supuestos ‘demócratas’, repetirán idénticos esquemas y abusos que los antiguos dominadores, los comunistas.
El punto de vista elegido es el de un hijo que se debate entre la fidelidad a su madre, y con ella a todo lo que supone el antiguo régimen, y el bienestar económico que le ofrece un recuperado padre incapaz de prestar más atención a su hijo que a su gato perdido. El cine de Tanovic se mueve entre el simbolismo y la comedia absurda, dejando al aire todas las vergüenzas y retratando a la perfección todas las bajezas del ser humano. Divertida, sumamente rigurosa a la hora de reírse de unos y otros, Tanovic, sin glamour ni artificios, consigue con Cirkus Columbia, un cine actual tremendamente crítico.
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