Podríamos decir que, como cualquier mortal, han madurado en y con sus filmes. Prueba de ello es esta Carta blanca en la que presentan un estado evolucionado de sus relaciones cinematográficas anteriores. Su protagonista, Rick, al que da vida un amancebado Owen Wilson, está entrando en el peligroso terreno de la crisis de los cuarenta. Tiene una vida casi perfecta: una casa con jardín, una esposa que le quiere y dos criaturas que han dejado paso a una vida sexual más que reducida. Y aunque mantiene viva la llama del deseo, su mirada se está desviando cada día más hacia otras mujeres. Su esposa, consciente de ello y aconsejada por una singular terapeuta le propone lo que presume como método infalible: darle una semana de ‘carta blanca’ para que convierta todas sus fantasías en realidad, todo sin reproches, ni preguntas. A la sazón, una manzana envenenada con pocas posibilidades de llegar a buen puerto.
Para ello, los cineastas han apostado aquí por un humor a medio camino entre la gamberrada estudiantil y la moralina de sit-com, olvidándose casi por completo de su capacidad para transgredir que tan buenos resultados les dio en Algo pasa con Mary o Dos tontos muy tontos. Aún así, su ingenio para construir gags genuinos apelando para ello a tabúes sexuales como la masturbación o el sexo oral, sigue siendo único. Por eso, y por el magnífico trabajo de sus actores, empezando por Owen Wilson, siguiendo por Jason Sudeikis o Christina Applegate y terminando en ese irreverente secundario llamado Stephen Merchant –digno de destacar es su participación junto a Ricky Gervais en la serie Extras– merece la pena no perderse el final de esta ingenua –y predecible– comedia sin pretensiones de Peter y Bobby Farrelly.
miércoles, 11 de mayo de 2011
"Carta Blanca", comedia también blanca
Los hermanos Farrelly, como buenos guionistas de comedia, son conscientes de que el matrimonio, además de una institución, la mayoría de las veces es un milagro. Muchos de sus trabajos anteriiores han escrutado -deformadamente- las mieles del amor, el desamor y los celos, aproximándose peligrosamente al matrimonio precisamente con la satira Matrimonio compulsivo, en la que Ben Stiller nos ofrecía una entrega más de gags, tics y demás manías.
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