Su personaje central, Laura, es una joven periodista oaxaqueña que sobrevive a duras penas en un solitario apartamento de ciudad de México. Allí, separada geográfica y emocionalmente de su familia, intenta esconder la soledad de su alma y de su cuerpo con la frustración que producen las relaciones esporádicas. Hasta que se cruza en su camino Arturo, un hombre impasible que se debate entre la ternura y el sadismo. Él, entre prácticas extremas masoquistas a las que Laura se entrega complaciente, intentará llenar él vació que produjo la pérdida del padre de Laura un 29 de febrero. Pero su incomunicación y su tristeza sólo le concederán una solución.
Rowe utiliza para ello un lenguaje desprovisto de movimientos, introduciendo la cámara en la vida de la protagonista y dejando que la escena suceda sin movimientos que la perturben. Es un cine frío, iluminado y fotografiado de forma natural, explícitamente intencionado para profundizar en la soledad y la incomunicación. De igual modo los actores ruedan las escenas de sexo sin filtros, ni barridos, ni fundidos, ni cortes. Y a pesar de ese ejercicio de extrema dureza al que Rowe obliga al espectador, tanto por la crudeza de sus secuencias sexuales como por la duración de los planos, Año Bisiesto emociona y sus imágenes nos inquietan, cualidades que le han permitido ganar la Cámara de Oro en el último Festival de Cannes.
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