El guión de la película parte de una idea aparentemente anecdótica: ¿Es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor? La respuesta nos llega de manos de un culto pero desaprovechado guionista de Hollywood cuyas aspiraciones le llevan hasta la ciudad del amor. Allí, descubrirá que quizá lo que más desea no es la plácida vida de Malibú junto a su esposa, sino el encanto bohemio de París. Para ello Allen realiza un ejercicio de magia, esa magia maravillosa que tan buenos resultados le dio en La rosa púrpura de El Cairo o incluso en La maldición del escorpión de jade, y nos presenta el idílico y fascinante mundo nocturno de los parisinos años veinte, plagado de fascinantes y renombrados artistas e intelectuales. Pero más nos vale no profundizar en exceso en un relato cuyo misterio se esconde en la respuesta que el propio autor da a tan brillante pregunta.
A sus 76 años el director demuestra en Medianoche en París una vitalidad cinematográfica envidiable y un ingenioso sentido del humor, que nos recuerda –por si alguien lo había olvidado– su enorme capacidad para construir un comedia universal con los mínimos elementos.
Para su actor protagonista, Owen Wilson, es una magnífica oportunidad de demostrar que su talento va más allá de las burdas comedias comerciales veraniegas. Del resto, destaca por méritos propios Marion Cotillard, a quien también podremos admirar dentro de unos días, y en un registro totalmente distinto, en Pequeñas mentiras sin importancia. Kathy Bates, Rachel MacAdams, Tom Hiddleston, Michael Sheen, Adrián Brody y Carla Bruni forman parte también del extenso y singular reparto de este divertidísimo y genial relato de Woody Allen.
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