No sabemos si existen las películas rehab –como se llama en inglés al proceso de rehabilitación tras los excesos con drogas y/o alcohol–, de hecho no sabemos si eso es lo que ha intentado la co-protagonista y directora de esta extraña historia, Jodie Foster, con Mel Gibson. Lo que sí sabemos es que El castor no pasará a la historia como una de las mejores películas de ambos.
El castor está escrita por Kyle Pillen, guionista que ha desarrollado una corta carrera en la televisión y que debuta aquí en el cine, y en ella narra la caída y, por supuesto, redención de Walter Black, el dueño de una empresa de juguetes víctima de una compleja crisis de identidad que le dejará en la ruina personal: los hijos no le quieren, su esposa se ha cansado de un hombre que se pasa el día durmiendo y su empresa está a punto de quebrar. Todo eso hasta que un buen día se da de bruces con un peluche de castor que tomará las riendas de su vida y de su negocio. En realidad no se trata más que una estrategia del propio Walter para distanciarse de esa piltrafa humana en la que se había convertido y, de esa forma, reinventarse un nuevo yo.
Dejando al margen el componente psicopedagógico de este modelo de singular terapia, lo cierto es que el guión siempre va por detrás del espectador, y que prácticamente todas las tretas empleadas por director y guionista para avanzar en la historia surten muy poco efecto. A nivel narrativo, lo mejor de El Castor es su capacidad para profundizar en el subconsciente de un adolescente -el hijo del protagonista- con una extraordinaria capacidad para copiar estilos de escritura, así como la atípica e interesante relación que se establece con la reina del instituto. El resto, se lo debemos a un acertadísimo cásting –Antón Yelchin y Jennifer Lawrence dan vida a estos últimos personajes– en el que destacan, además de los ya citados, Mel Gibson y Jodie Foster, el pequeño protagonista que da vida al hijo pequeño de Walter, el debutante Riley Thomas Stwart.
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