El director de recursos humanos es tal vez uno de esos cargos contra el que todo trabajador suele descargar odios e insultos. Es la bestia negra, un cargo nacido para ser odiado. La razón, evidente, es que más que para contratar, su principal tarea es afrontar la tan manoseada flexibilidad laboral de la empresa, eufemismo tras el que se esconde siempre un buen número de despidos.
Eran Riklis, director de películas sobradamente premiadas como La novia siria (2004) o Los limoneros (2008), ha querido redimir –no a su profesión, pero sí al protagonista– al director de recursos humanos de una de las panaderías más grandes de Jerusalem. Separado de su esposa y abocado a una rutinaria vida de oficina, el ejecutivo debe enfrentarse a un hecho inusual: una de sus empleadas, Yulia, una emigrante rumana, ha muerto víctima de un atentado. En la empresa nadie sabía que había sido despedida hacía un mes, y ahora la prensa israelí, que se ha hecho de la historia, está a punto de empañar la imagen de la empresa. El encargado de lavar los trapos sucios, será, como no, el director de recursos humanos. A él le corresponderá la tarea de devolver el cuerpo sin vida de su ex empleada hasta Rumania en un viaje que le servirá, además, para reencontrarse con su parte más humana y solidaria.
El viaje del director de recursos humanos, adaptación de la novela de Abraham B. Jehoshua, juega a ser una road movie que cabalga sobre lo tragicómico de sus personajes, combinando en su justa medida drama, tragedia y ciertos destellos de comedia, para terminar retratando de forma acertada el espíritu de una Rumanía rural abandonada a su triste suerte. Eso, y la soberbia interpretación de Mark Ivanir, actor que ya ha dejado su huella en Hollywood –La lista de Schindler, La terminal y El buen pastor– y que demuestra aquí sus mejores aptitudes para profundizar con entereza en las orillas de la comedia negra. Un relato que psicoanaliza a partes iguales la culpa y la visión que la sociedad israelí tiene del resto del mundo.
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