Wes Craven es lo que es: un director que ha dado al género de terror dos momentos, que sin ser brillantes, al menos si le han permitido avanzar y modernizarse. Pesadilla en Elm Street y Scream son sus dos vástagos, los más importantes, los únicos importantes. Y aunque no podemos menospreciar dos trabajos como Vuelo nocturno, una historia con un ritmo y una tensión envidiables, ni su segmento de Paris je t’aime, para un genio de semejantes características, pretender algo más es matar moscas a cañonazos. Por eso no podemos pedirle demasiado a estas Almas condenadas, una película que parece construida con cuatro recortes de aquí y de allá, muchas prisas, algo de desgana, y sobre todo, buscando la inmediatez de una buena taquilla. A pesar, o mejor dicho, a su pesar, de estar escrita también en solitario –es lo que dicen los créditos– por el propio Craven, algo que no ocurría desde 1991 con El sótano del miedo.
Por eso es bueno advertir al espectador que se trata de un relato menor, un ejemplo de cómo algunos productos –vengan de quien vengan– no deberían traspasar el umbral de la televisión. De entrada, apenas hay intriga o interés en el arranque de esta historia, algo fundamental que un maestro como Craven ya debería haber aprendido de sus dos grandes obras. Avanzada la historia, y una vez presentados los personajes, ni siquiera nos importa el cómo o el porqué: lo único que cuenta aquí es el final, o dicho de otro modo, en cuál de esas siete almas condenadas –todas adolescentes– se ha escondido el asesino.
Con un guión tramposo y una indefinición del malo de la historia, al que ni siquiera se le concede el beneplácito de una iconografía propia –al estilo Freddy o Ghostface– todo parece abocado a los consabidos sustos y a los minutos finales. La película está resuelta con eficiencia en cuanto a estilo, realización y dirección de actores, nada sorprendente en un director tan curtido en cine y televisión. Pero no vamos a desvelar mucho más porque seguro que el sello Wes Craven servirá de reclamo para que su club de fans desfile por las salas para dar rienda suelta a sus terroríficas emociones.
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