El buen sabor de su anterior película, Un engaño de lujo (2006), le ha llevado de nuevo a repetir con Audrey Tautou. Algo parecido le ha ocurrido con Nathalie Baye, una de esas actrices cuya presencia engrandece cualquier película por la que pase. Y en su caso con la enorme ventaja de que Salvadori escribió el papel de Una dulce mentira (‘De vrais mensonges’) –algo así como ‘mentiras piadosas”– expresamente para ella.
Mucho menos poética que El marido de la peluquera (Patrice Leconte, 1990), Una dulce mentira sitúa a su protagonista, Emille, como dueña de una deliciosa peluquería. Allí trabaja Jean (Sami Bouajila), intérprete de profesión que por culpa del estrés abandonó un envidiable puesto en la ONU para refugiarse de ayudante, electricista y albañil en su pequeño establecimiento. En secreto, Jean, está enamorado de Emille. Pero ella, más atenta a los problemas sentimentales de su madre –recién abandonada por su padre– acabará tejiendo una madeja de enredos de imprevisibles consecuencias.
No estamos ante la mejor comedia de la temporada, pero Una dulce mentira es un producto agradable, entretenido, que cumple con las expectativas y no engaña. Una historia en la que brilla con luz propia la madurez de una de las mejores actrices del cine europeo, Nathalie Baye, y el trabajo de Sami Bouajila, actor premiado con el César al Mejor Secundario en 2008 (Los testigos) y al Mejor Actor en Cannes 2006 (Days of glory) . Sí algo podemos echarle en cara a Salvadori es la falta de riesgo a la hora de plantar la cámara y un abuso de planos convencionales que poco o nada aportan. Aunque, cuando la historia funciona, el espectador olvida todo lo demás para centrarse en el enredo amoroso del que todos, incluida la propia Taoutou, salen bien parados.
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