Olivier Dahan, que tan buenas sensaciones nos dejó en La vie en rose –retrato algo edulcorado pero tremendamente sincero, emocionante y triste de la vida de Edith Piaff–, se ha pasado un tiempo deambulando por el mundo del vídeoclip, para finalmente realizar un nuevo trabajo de inmersión en la vida de otra cantante, esta vez de otro mundo y de otro país: su protagonista es Jane Wyatt (Zellweger), ex cantante y compositora de country que tras un accidente de coche sobrevive a varios intentos de suicidio atada a una silla de ruedas y a su único amigo, al que conoció durante su estancia en un psiquiátrico.
Nuestra canción de amor, título que de entrada no parece presagiar una gran película, esconde en su interior destellos de buen cine y una enorme capacidad para emocionar. Aunque pueda resultar sorprendente, Dahan se ha alejado todo lo que ha podido de los convencionalismos del género, construyendo su relato sin apenas recorrer nombres de afamados cantantes de country y, lo que es de agradecer, sin recurrir a los clásicos bares repletos de tipos con sombreros tejanos, vaqueros y camisas de cuadros que bailan al son del 'coyote dax local'. Dahan rehuye todos esos tópicos para dejar que sean sus protagonistas – el talento y la calidad de sus actores lo permite– quienes transiten libres en esta dramática y sólida road movie.
Una buena parte del filme se sostiene gracias al soberbio duelo interpretativo entre un desaprovechado Forrest Whitaker y una Renée Zellweger, cada día mejor dotada para conseguir empatía sin forzar situaciones ni llegar a parecer lastimera. Mención a parte para un recuperado Nick Nolte, auténtico roba-planos con una reducida presencia y las cuatro pinceladas que el director le consiente. Pero quizá, y sin intención de desmerecer su excelente reparto, lo mejor de Nuestra canción de amor es una genial banda sonora encabezada por los temas que Bob Dylan compusiera expresamente –material que se convertiría en uno de sus mejores y recientes trabajos, Together Through Life– y con los que el director ha conseguido realzar prácticamente toda una película rodada en el Nueva Orleáns post Katrina. Una pena que en determinados momentos ese conjunto se mueva entre la ingeniosa y sorprendente recreación de anécdotas –el encuentro legendario del bluesman Robert Johnson con el diablo– y la inclusión, extraña y fuera de tono, de ilustraciones animadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario