miércoles, 10 de agosto de 2011

"Silencio de amor", caramelo sin conflictos

La imagen de un italiano subido a lomos de una vespa recorriendo calles y avenidas de una ciudad europea ya forma parte de nuestra culta iconografía cinematográfica. Se lo debemos a Nanni Moretti y a su sencilla y sarcástica comedia Caro Diario. En realidad, el director y guionista no hacía otra cosa más que actualizar, con más ingenio y mucho menos romanticismo, el icono asentado por Audrey Hepburn y Gregory Peck en Vacaciones en Roma, eso y derrumbar una buena lista de tópicos sobre la forma de pensar y de vivir de los italianos.

Philippe Claudel, director, guionista y novelista, se aprovecha de ese icono para atraparnos durante los primeros minutos de Silencio de amor con un sugerente montaje en el que un amancebado Stefano Accorsi recorre las calles de Estrasburgo en un rudimentario ciclomotor al ritmo de una pegadiza tarantella. Es sin duda esta sintética y maravillosa presentación la que nos acompañará durante todo el metraje. Claudel, escritor antes que cineasta, plasmó una historia de amor singular en su ópera prima Hace mucho que te quiero. Con ella consiguió éxito, buenas críticas y un montón de premios. Quizá por eso la expectación sobre su segundo trabajo era mayor.

En Silencio de amor recurre de nuevo, lo indica su nombre, a la parte sentimental de su protagonista. Aunque esta vez ha dejado que la comedia y el optimismo inunden –no del todo– la historia de un padre, profesor de música que, gracias a su hija, aprenderá a encontrar de nuevo el amor. El cineasta cuida con mimo planos, montaje, música y diálogos, apostando por la fidelidad y la credibilidad de todos sus personajes. Juega además a la comedia sarcástica a través de un personaje, el hermano del protagonista, un exiliado político visceral que reniega de la Italia Berlusconiana, y cuyas únicas virtudes consisten en no haber dado un palo al agua en toda su vida y en influir –ideológicamente– en los demás para que desaten sus instintos revolucionarios, mientras él se enclaustra en la más absoluta de las inacciones.

Los personajes de Claudel se mueven en un mundo multinacional –su protagonista es italiano, su hija francesa, sus amigos alemanes, lituanos, portugueses, holandeses, etc– y quizá por eso ha tenido el detalle de ubicar su relato en Estrasburgo, capital burocrática de esa Europa en declive económico.

Un acierto ha sido el cásting, empezando por el italiano Stefano Accorsi, actor acostumbrado ya al cine francés, siguiendo por Neri Marcorè quien nos brinda los momentos más delirantes del film, o la colaboración de una madura Anouk Aimée. Un conjunto capaz de ofrecernos un relato vitalista, romántico y divertido sobre un hombre que necesita recuperar el amor.

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