No sabemos muy bien a qué obedece el interés por contar esta historia medieval que poco o nada aporta al género novelesco de luchas de espadas medievales y que pasará a formar parte –junto con La legión del Águila, por poner un ejemplo reciente– de ese paquete de historias destinadas, sin remisión, al cajón del olvido.
Si nos atenemos a sus aspectos estilísticos Templario está realizada con pulcritud y ambientada con credibilidad; su fotografía y sus secuencias de acción demuestran las lecciones aprendidas de Gladiator y de series como Spartacus: todo resulta sucio y lleno de barro cuando los personajes se rebozan en él, y sangrante y plagado de vísceras cuando las espadas abren y cortan la carne de sus enemigos. Queda patente por tanto la intención de someter al espectador a ese baño de gore al que ya nos tienen acostumbrados las reconstrucciones medievales recientes.
Es en su guión donde se revelan las carencias y flaquezas de este drama épico-histórico. De entrada, la película está basada en el cerco al que el Rey Juan Sin Tierra (Paul Giamatti) y sus tropas mercenarias someten a las huestes del Barón Albany (Brian Cox), lideradas por el templario que da nombre a la película (James Purefoy) y atrincheradas en el castillo de Rochester. Una trama que se antoja insuficiente para mantener las dos horas de película y en la que la historia de amor entre el templario Marshall y la señora del castillo (Kate Mara), esposa del Señor de Cornhill (Derek Jacobi), además de increíble carece de la química suficiente como para encender pasiones.
Una pena que el trabajo de tan buenos actores –desde Brian Cox, hasta Paul Giamatti, pasando por Jason Flemyng o Kate Mara– quede ensombrecido por una historia que cabalga hacia ninguna parte, y de la que tiene también una parte de culpa su director un prácticamente desconocido Jonathan English, que hasta ahora contaba con más currículum como productor que como realizador.
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