“¿Se puede hacer humor sobre cualquier cosa?”, se preguntaba en su blog el humorista, escritor y guionista Luis Piedrahita. A lo que él mismo respondía: "El humor, como la croqueta, es una masa blandita y amable que aglutina pedazos de cosa con sabor. Y se puede hacer humor de todo igual que se pueden hacer croquetas con todo. ¿Se pueden hacer croquetas de encía de Papa de Roma, por ejemplo? Por supuesto que sí, siempre que las amase, las reboce y las fría un gran cocinero".
Aquí, el gran cocinero se llama Christopher Morris, director y guionista –junto con Jesse Armstrong, Sam Bain y Simon Blackwell– de este atentado contra lo políticamente correcto, un cineasta que se merece un monumento al riesgo cinematográfico, principalmente por haber tenido la valentía de utilizar la historia de cinco terroristas suicidas musulmanes, aspirantes a cédula de Al Qaeda en Londres, y convertirla en una comedia audaz, gamberra y sobre todo, políticamente incorrecta.
Cuenta el propio director que “a comienzos del milenio, cinco yihadistas planearon chocar contra un buque de guerra estadounidense con una lancha llena de bombas. A altas horas de la noche, deslizaron la lancha en el agua, la llenaron de explosivos. Subieron y la lancha se hundió”.
Con esa misma base, Four Lions, más que un experimento, es un caso aislado en un mundo –el de la comedia anglófila– constreñido por el miedo precisamente a esa corrección, y que deriva casi todos sus argumentos en lo puramente romántico. Por fortuna su director, Christopher Morris, se ha curtido en la escuela más gamberra de la televisión, donde ha protagonizado personajes tan estrafalarios, deformes y esperpénticos como el presentador de The Day Today o el jefe de The It Crowd –en España Los Informáticos–, ambas edificantes ejemplos de comedia de televisiva de ingenio y altura.
De argumento y estructura sencilla, Four Lions es sin embargo una carga de profundidad en cuanto a sus contenidos, no dejando títere con cabeza y desmenuzando todos los arquetipos conocidos relacionados con el desconocido mundo islámico británico y sus prejuicios. Los cinco musulmanes –que serán cuatro avanzada la historia–, aspirantes a muyahidines, peligrosos militantes de Al Qaeda, parten de un esquema similar al del Full Monty, para convertir la desgracia –en este caso menos evidente–, su falta de valentía y coraje como auténticos musulmanes, en la razón de ser para su incipiente superación. Pero la realidad del guión no nos ofrece ninguna razón contundente para que sus protagonistas den ese salto cualitativo, bien porque no la hay o bien porque el momento en el que Morris arranca su historia la elección ya está tomada. En cualquier caso su objetivo es evidente: ridiculizar hasta la saciedad los motivos, razones, argumentos y formas por las que cinco personas deciden dar su vida por una causa que ni siquiera ellos han conseguido comprender.
Con una realización muy cruda, una mezcla de televisión con cámara al hombro, algo de Greengrass y otro poco de Ken Loach, Morris construye una divertidísima comedia negra, tan negra que en ocasiones –y aunque resulta inevitable– uno siente vergüenza ajena de su propia risa.
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