Co-escrita y co-dirigida por Benoît Delépine y Gustave de Kevern –el primero director de la versión francesa de los guiñoles, el segundo actor y cómico, ambos creadores del programa de humor Groland Magzine–, Mammuth representa el sentido tragicómico aplicado a la vida de un obrero de clase baja que un día se encuentra de bruces con que su jubilación pende de un hilo si no es capaz de justificar todos sus años de trabajo. Para ello, Serge, el protagonista, emprenderá un viaje a lomos de su vieja motocicleta Mammoth, –la misma que valió su apodo de Mamut– que le servirá a modo de catarsis, para recuperar una parte de su pasado, entre el que se encuentra el recuerdo de su primer amor, Yasmine, a la que perdió cuando era joven en un accidente.
Mammuth parece una película construida casi expresamente para lucimiento de Gerard Depardieu, pero la realidad es que está historia esconde mucho más de lo que se aprecia en su superficie. De entrada ese viaje al pasado de su protagonista se nos presenta como una recuperación de la vida, de todas esas cosas que realmente importan. La película, concebida con tantos medios como pretensiones y con cierto toque de aspereza en forma y contenidos, intenta ser un canto a la vida para aquellas personas que una vez alcanzada la edad de jubilación, parecen destinadas al más absoluto de los olvidos.
Además de la sencillez con la que Delépine y De Kevern plantean la historia y su estilo fotográficamente tosco y saturado cual polaroid, hay un factor que ayuda a conseguir una gran credibilidad: un cásting encabezado por un Depardieu inmenso, en toda su literalidad, acompañado por la belleza –casi sugerida debido a la brevedad de su papel– de Isabel Adjani. Pero también con la presencia de Yolanda Moureau y esa singular poeta urbana llamada Miss Ming con la que los cineastas se cruzaron cuando preparaban su primera película, Avida, y que se ha convertido ya en habitual de casi todos sus trabajos.
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