En 2003 el cómico británico Rowan Atkinson, Peter Howit y los guionistas William Davis, Neal Purvis y Robert Wade, intentaron –con bastante éxito– parodiar a uno de los bastiones cinematográficos, y literarios, del ficticio servicio secreto de Su Majestad, el irónico, machista y exitoso 007, también conocido como Bond, James Bond. El resultado económico fue de diez y el cinematográfico más bien de aprobado justito. Pero como está claro que aquí lo que prima es don dinero, después de alguna comedia como secundario y unas vacaciones –de ficción– con Mr. Bean, al bueno de Rowan le han convencido para recuperar de nuevo al temible y desastroso agente Johnny English.
Como él mismo Atkinson se ha molestado en explicar unas cuantas veces en las entrevistas de promoción, English tiene poco que ver con Mr. Bean: de entrada es bonachón y bienintencionado, amable, educado y ligón. Aunque ambos comparten esa extraña habilidad para convertir un paso por Buckhingam Palace en una serie de catastróficas desdichas, capaces de acabar con la mismísima monarquía. Y a pesar de conocernos casi de memoria las caras de este cómico de ojos saltones, orejas grandes y nariz respingona, no deja de sorprendernos algunos de su gags, que no por predecibles dejan de ser eficientes. Y es que la estela de su Bean televisivo es tan grande y su talento como comediante tan puro, que es difícil no dejarse llevar en determinados momentos por este inocente, despistado y desastroso agente secreto.
Lo más sorprendente de Johnny English es que, aún siendo un vehículo creado para expreso lucimiento gagsistico de su espigado intérprete, se haya permitido un guión mejor estructurado incluso que el de la última entrega del James Bond de Daniel Craig (Quantum of Solace). No en vano el personaje de Johnny English ha sido escrito y perfilado por Neal Purvis y Reobert Wade, los mismos guionistas de los tres últimos Bond. Con él han jugado por todos los recovecos paródicos, algunos insistente repetición de su primera película, otros nuevos. Una estrategia que le ha permitido mantener intacta su vis cómica en algunas de sus secuencias. Un Bean más blanco, menos gamberro, más educado, pero tan exageradamente torpe que casi da miedo. Y por cierto, recomendable quedarse hasta el final y no perderse los créditos.
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