Tom Hanks ha volcado todas sus energías en una película de la que lo mejor que podemos decir es que ni está cruda, ni cocida. Y es que el mayor problema de Larry Crowne es no saber qué nos quiere contar y cómo nos lo cuenta: ¿querían un drama sobre la historia de superación de un tipo sin estudios que un buen día se queda sin trabajo y sin dinero para afrontar su hipoteca? o ¿una comedia sobre un tipo singular al que la vida le da un palo, las pasa realmente canutas pero él sigue adelante porque en el fondo no hay tío más optimista que él? Pues Hanks ha partido de un guión –escrito por él mismo, en colaboración con Nia Vardalos, la responsable también del sleeper Mi gran boda griega– que no es ni una cosa ni otra, sino todo lo contrario. Y es que tras ver Larry Crowne uno está deseando que le despidan de su trabajo –con una buena indemnización, eso sí– porque a partir de ese día todo le va ir a pedir de boca. Tendrá tiempo para sus amigos, renovará su interés por las matemáticas, ingresará fácilmente en la universidad, conocerá a una chica majísima y a su grupo de amigos mods, disfrutará más que Nani Moretti con su vespa –aquí scooter Yamaha– y conocerá a la mujer de sus sueños, su profesora que, aunque casada, pronto abandonará a su odioso marido para caer en brazos de su gentil y avispado alumno con la cara de Tom Hanks.
Visto así, podríamos decir que este debut como guionista y director del genial actor, bien puede entenderse como un proyecto encargado por la patronal empresarial norteamericana para hacer comprender a gobiernos y ciudadanos las bondades del despido libre. De otra forma resulta imposible concebir que un tipo con la inteligencia y la pasta de Tom Hanks haya convertido lo que bien podría haber sido un “los lunes al sol americano” en un “todo en un día tras ser despedido”. Claro que Hanks es un magnífico actor, como lo es Julia Roberts. Pero es de una grandísima prepotencia cinematográfica pensar que con el talento del primero y la sonrisa de la segunda se puede construir una buena película. Y si no que se lo digan a Gore Verbinski y su The Mexican.
Lo dicho: un argumento de semi-drama, o de comedia agridulce, que termina convertido comedia romántica superguay en la que todo, absolutamente todo, va viento en popa. Tanto que quizá Tom y compañía deberían haberse ahorrado el dinero de la película y producir con él la secuela de Band of Brothers. Aunque, ya lo saben, todo esto es sólo una opinión. Para todo lo demás juzguen ustedes mismos.
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