Casi 30 años después de que Arnold Schwarzenegger protagonizase la historia del Bárbaro Cimerio, el cine se vuelve a ocupar de él. Dicen que con un argumento mucho más cercano a las novelas de Robert E. Howard, creador del personaje allá por los años treinta. La realidad es que este nuevo Conan, protagonizado por el insípido y vigoréxico actor Jason Momoa –conocido por un personaje de corte similar en la magnífica Juego de Tronos–, elige el camino de fácil de “las baldosas amarillas” prescindiendo prácticamente del guión y apostándolo todo por la acción, es decir las peleas de espadas, los efectos especiales y demás virgerias digitales, incluido el 3-D en el que se presenta la película. La realidad es, también, que este Conan nos ofrece un epílogo más extenso y más interesante debido en parte a la presencia de Ron Pearlman, actor desaprovechado por el cine pero que ha podido encontrar un papel a su medida gracias a la serie de moteros Sons Of Anarchy.
Volviendo a Conan, productores y director –Marcus Nispel, realizador responsable también de otra insípida El Guía del Desfiladero o de los remakes de La matanza de Texas o Viernes 13– desaprovechan una magnífica oportunidad para profundizar en el personaje y en sus ansias de venganza por la muerte de su padre, así como en sus enseñanzas y fidelidades hacia el acero, pues no podemos olvidar que Corin, padre del cimerio, era herrero y en esa disciplina había criado a su hijo. Hay, como en casi todo el cine actual, algo que empaña las andanzas de un personaje mitológico: obligados por esa creencia absurda de atraer a toda la familia hacia las salas de cine, consiguen blanquear secuencias y tramas hasta dejarlas prácticamente impolutas de cualquier atisbo de sexo y/o lujuria. Volcando, eso sí, toda su fuerza en la sangre y las luchas, como si cortar yugulares o cercenar brazos a golpe de espada fuese menos dañino que mostrar caricias y prácticas amorosas. De ese y otros males padece este revisitado Conan. Ocasión desaprovechada para actrices de calado como Rachel Nichols o Rose McGowan, y por supuesto para Ron Pearlman.
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