Que dos cerebros, dos máquinas de hacer dinero, una en la televisión y otra en el cine, aunen fuerzas en un proyecto, en ocasiones puede producir más miedo que optimismo. Es lo que ha pasado en Super 8, película surgida de las mentes, y los bolsillos, de J.J. Abrams y Steven Spielberg. Los dos se han puesto de acuerdo para sacar adelante una película que por estilo, público y argumento podría estar en la práctica fuera de onda. Se trata de una historia ubicada a finales de los años 70, protagonizada por un grupo de niños de entre 8 y 12 años y destinada a un público adulto.
Con guión del propio Abrams, Super 8 nos sumerge en esos años pre-adolescentes en los que una espinilla a la vista de nuestro amor platónico, se puede convertir en la mayor de nuestras pesadillas. En esta situación se encuentran algunos de los protagonistas, quienes además, comparten una sospechosa afición por el cine en una época en la que hacer una película era algo muchísimo más complejo que grabar una escena callejera con un móvil de última generación. Este tono añejo, setentero, casi ochentero, que inunda esta historia, la convierten para el espectador en un producto mucho acorde con las modas actuales, y por tanto mucho más apetecible.
El principal problema de Super 8 es que nos volvemos a encontrar ante un auténtico cocktail de deja-vues. El mundo extraterreste ha sido ya explorado por Spielberg prácticamente en todas sus versiones: desde la aventura científica cuyo triunfo máximo reside en conseguir un primer contacto, es decir tener Encuentros en la tercera fase, pasando por esa imagen de alien feo pero tierno y bonachon de E.T., hasta la clásica invasión de depredadores con ansias de matar y esclavizar a una tierra defendida por Tom Cruise en La guerra de los mundos.
El propio Spielberg se encargó de producir Goonies, otra de las referencias “homenajeadas” y archipresentes en Super 8. Por su parte, Abrams, también exploró como productor el mundo alienígena en proyectos como Cloverfield (Monstruoso) y conocidas son sus querencias por la mezcla de acción, emoción y misterio, cuyo mejor ejemplo lo encontramos en las series Alias y Perdidos. Con semejantes materias primas los dos cineastas han conseguido una película protagonizada por niños pero dirigida a un público adulto, una película en la que la aventura de estos goonies consiste en dar caza al extraterrestre. Una extraña mezcla, con mensaje pacifista incluido, que si bien resulta entretenida a pesar de su excesivo metraje –acierta esta vez Abrams al mantener el misterio y elegir esconder en lugar de mostrar–, no termina de conseguir la redondez de aquellas en las que parece inspirarse.
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