En una cartelera aturdida por las típicas, intrascendentes y previsibles comedias veraniegas, es lógico que destaque, aunque sólo un poco y sin aspavientos, una película como La boda de mi mejor amiga. Se trata de un trabajo producido por el, de momento, interesante Judd Apatow, director de las más o menos dignas Virgen a los 40, o Lío embarazoso. En La boda de mi mejor amiga ha preferido quedarse al margen de la dirección y del guión ejerciendo, que no es poco, como productor y asesor de Kristen Wiig y Annie Mumolo, las dos guionistas –la primera además como protagonista– de esta inteligente, aunque, en ocasiones, arrítmica historia.
Su aportación, digamos orginalidad, al mundo de las comedias de bodas tipo La boda de mi mejor amigo, De boda en boda, etc, tiene más que ver, primero con que aquí la protagonista es una mujer perdedora cuya vida se acerca peligrosamente a las cuarenta primaveras; maltratada por un hombre con el que únicamente mantiene relaciones esporádicas y distantes –interpretado por Jon Hamm, protagonista de Mad Men–, medio enamorada de un agente de policía –interpretado por Chris O'Dowd, protagonista de la serie The It Crowd–, aburrida tras perder su negocio como pastelera, que intenta sobrevivir como vendedora de joyas, y que ha convertido las correrías junto a su mejor amiga –ahora a punto de pasar por la vicaría– en el centro de su deprimente vida. Y es en la preparación del evento es dónde Annie (Kristen Wiig) se econtrará con la horma de su zapato, una rica y pija nueva amiga que convertirá los preparativos en un auténtico infierno (Rose Byrne).
Más hábiles y más preocupadas por gags y diálogos –ambas llevan tiempo escribiendo juntas para los escenarios y Kristen Wiig es una pieza fundamental en el actual Saturday Night Live, el show estrella de la televisión en EE.UU.–, las guionistas se han olvidado por completo de la estructura, algo que en una comedia se termina pagando tarde o temprano. Así, La boda de mi mejor amiga padece una latente resignación hacia situaciones y sobre ellas los personajes intentan avanzar. Lo consiguen en muchas ocasiones, y en otras deambulan sin ritmo permitiendo que sean los propios gags quienes hagan más digerible el producto. Pero como nada resulta pretencioso, su humilde acierto es innegable y agradecemos, además de la singularidad del protagonismo femenino absoluto, su incontestable originalidad.
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