La novela de Sutcliff parte de un hecho que se mueve entre la historia y la leyenda: en el año 120 d.d.C., los 5.000 hombres de la Novena Legión del ejército de Roma desaparecieron sin dejar rastro, mientras conquistaban las tierras altas de Inglaterra. Para evitar pérdidas mayores, el emperador Adriano, hizo construir un muro que separase el resto de Inglaterra de esas zonas del norte de Britania. La película relata la búsqueda que realiza, veinte años después, el hijo del comandante de esa Legión con la única intención de recuperar el Águila de Oro y con ella el honor mancillado de su padre.
El director, Kevin Macdonald, nos propone un viaje al corazón de las tinieblas, que en esta ocasión no se encuentran en África, sino en las tierras altas de Inglaterra. Sus protagonistas son Marco –Channing Tatum– , hijo de Flavio, comandante de la Legión perdida, y en cuyo camino se cruzará Esca –Jamie Bell–, un esclavo británico que le ayudará a recuperar el preciado estandarte.
Huyendo de los clásicos más recientes del género, el Gladiator de Ridley Scott o el televisivo Spartacus, Blood and Sand, Macdonald plantea un filme muchísimo más riguroso, sin apenas efectos digitales y con luchas cuerpo a cuerpo menos sangrientas, pero no por ello menos realistas. La suya es una visión más sucia, en la que lo que mancha no es la sangre sino el barro, y para ello utiliza también una fotografía basada en los paisajes y sus tonalidades naturales. Una pena que ese intento de acercamiento al universo de Josef Conrad –El corazón de las tinieblas–, incluso al de su mejor adaptación cinematográfica hasta la fecha –Apocalypse Now– no sea más que eso, una breve aproximación. Porque su historia se merecía profundizar más en los males de la violencia provocada por Roma y su afán imperialista, y menos en una historia de amistad, que aunque interesante, termina convirtiendo la película en algo mucho más dulce de lo que se nos prometía.
En el reparto, una extraña pareja la que forman Channing Tatum, actor curtido en el cine de puños y acción, y Jaime Bell, británico que no ha vuelto a encontrar un papel de tanto profundidad y calado como el que le dio a conocer en Billy Elliot. Y dando el punto justo de sobriedad actoral, la breve presencia –por desgracia– de Donald Sutherland y Mark Strong, al que recientemente hemos visto de villano en el Sherlock Holmes de Guy Ritchie. Una pena que tantas buenas intenciones sólo puedan consolidar a La legión del Águila en una aceptable película épica de acción. Y a modo de anecdóta, resaltar que el título adaptado finalmente, La legión del Águila, resulta redundante –todas las legiones de Roma llevaban un águila– y mucho menos informativo que El águila de la Novena Legión, que es como se le había bautizado originalmente en español a la película.
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