Juan Carlos Fresnadillo saltó a la fama en 1996 gracias a un espectacular y genial cortometraje de título Esposados, cuya carrera –jalonada de premios– llegó a su clímax tras ser seleccionado para el Oscar al Mejor Cortometraje. Su esperado debut en el largo, Intacto, casi tan sorprendente y brillante como su anterior trabajo, supuso una de las mejores películas de nuestro cine y su factura nos remitía a lo mejor del thriller americano moderno. La curtida voz de Max Von Sydow, la revitalización de Eusebio Poncela y la presencia de Leonardo Sbaraglia y de Mónica López culminaban un argumento original que pronto se convirtió en todo un taquillazo. Unos años después, Danny Boyle le echó un ojo y le propuso dirigir –y reescribir– la secuela de su desasosegante 28 días después, que se convertiría en 28 semanas después, escaso ejemplo de segunda parte capaz de superar a su original.
Con este currículum, Fresnadillo se ha forjado una dilatada –dos cortos y dos largos– pero sólida e interesante carrera. De ahí la curiosidad por su siguiente trabajo, presentado en el Festival de San Sebastián de 2011, fuese enorme. Y en parte, esas expectativas se han cumplido. Digo en parte porque Intruders no es la película que cabría esperar de un tipo tan inteligente, cinematográficamente hablando, como el cineasta canario. Y probablemente algo habrá tenido que ver que el guión no esté firmado por el director y sí en cambio por Nicolás Casariego – novelista y autor de guiones como Y decirte alguna estupidez como por ejemplo te quiero– y Jaime Marques –Ladrones, Noche de Reyes–.
Cualquiera que sea la razón, el resultado de Intruders es el de un thriller místico, tal vez sobrenatural, que cabalga entre dos géneros sin saber muy bien a cual de ellos pertenece. En su arranque –utilizando para ello todos los elementos del género de terror diabólico, con muchísimas semejanzas con Insidious– se nos promete una historia, que, sin previo aviso, y por obra y gracia de los guionistas, gira y se reconvierte en no sabemos muy bien qué, y lo que a priori podría resultar interesante comienza por volverse pesado y vulgar. Como espectador, la estrategia de Intruders suena a vendedor de humo, aprendiz del J.J. Abrams de Perdidos, capaz de crear una intriga mayúscula para resolverla rápido y mal, dejando un amargo sabor de boca y desilusiones varias.
Por lo demás, excelente realización de un director acostumbrado a cuidar hasta el mínimo detalle del encuadre, que trabaja de forma admirable con un grupo de buenos actores, entre los que destacan Clive Owen y Pilar López de Ayala, extraña pareja que sostiene esta trama bilingüe –rodada en inglés y español, con lo cual la versión doblada debe parecer un disparate– prácticamente hasta el final.
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