La ventaja de filmes como Sin Salida es que no engañan, ni lo pretenden. La suya es una aventura creada ex profeso para especial lucimiento de ese joven e inexpresivo actor –de tremendo parecido con el mejor tenista del mundo– llamado Taylor Lautner, hoy por hoy un cuerpo agraciado con el que Hollywood mercadea para ganar ingentes cantidades de dinero. Así lo dicta su fama, labrada a golpe de aullido y tableta de abdominales en las tres entregas –por ahora– de la archiconocida serie de Crepúsculo, sobre los relatos de Stephenie Meyer. Más o menos, eso es lo que podemos esperar de Sin salida.
Con un guión donde todo nos suena –a veces demasiado reciente, Salt, Hanna, Colombiana, Nikita– lo único reseñable es disfrutar de las secuencias de acción y de los tiroteos varios. Un arte en el que su director, John Singleton –Justicia poética, Cuatro hermanos, A todo gas 2, Shaft– parece haber puesto todo el empeño, abandonando las prescripciones de un género que el Bourne de Matt Damon y Paul Greengrass ha conseguido redefinir con soltura y brillantez. De eso, aquí, no esperen encontrarse ni los restos. Es más, Sin salida adolece precisamente de eso, de su tardanza a la hora de desligarse de su punto de partida. Así, la trama que domina todo el meollo en cuestión tarda más de veinte minutos plantearse. En ese precioso tiempo, productores, guionista y director, prefieren mostrarnos lo dura y adversa que puede resultar la vida estudiantil de ese niño mono, espécimen perfecto para anuncios de Tommy Hilfigher. Minutos que muchas adolescentes agradecerán y que al resto sólo consiguen aburrirnos.
A modo de anécdota, paradójica, resaltar el hecho de que un cine como el americano sea capaz de poner todas las trabas posibles a las secuencias de sexo o a que sus personajes nos embriaguen con el humo de un cigarro, y sin embargo, no ponen ni un solo pero a que sus protagonistas –como es el caso– luzcan palmito y cara descubierta sin casco cuando se trata de rodar una secuencia a lomos de una moto de alta cilindrada.
Por lo demás, ni la presencia, breve, de la siempre espléndida Maria Bello, de una curtida Sigourney Weaver o del siempre joven Dermott Mulroney, suponen aliciente en este mini-thriller de espías y acción específicamente creado para públicos adolescentes con las hormonas alteradas.
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