No hace falta preguntarse qué ha llevado a los productores de la serie de Crepúsculo a dividir su última entrega –así lo deseamos– en dos partes: todos sabemos que ha sido el dinero. Lo que si cabe preguntarse es, ya tomada esa decisión, en qué se ha invertido tamaño presupuesto, porque obviamente no ha sido en conseguir un guión minimamente acorde y entretenido con el supuesto –e increíblemente ñoño– mundo fantástico de sus protagonistas.
Las reacciones que consigue Amanecer (parte I) son, bostezos y sonoras carcajadas, por este orden. Y es que durante una hora y media de película, lo único que han sido capaces de contarnos guionista y director ha sido el bodorrio del vampiro Edward con su futura vampira Bella. El resto, unos veinte minutos, se lo dejan a los –desastrosos y peligrosos– resultados de una idílica luna de miel en un paraíso brasileño. Así pues, esta cuarta entrega se puede resumir como un súper anuncio –extensísimo y caro– de agencia de viajes para parejas ricas.
Quien escribe estas líneas no ha tenido el placer –o mejor dicho, la fortuna– de haberse visto las tres entregas anteriores, y sólo puede juzgar el producto en función de lo que es y se ve, jamás sobre lo que ha sido y le precede. Y visto así, Amanecer (parte I) resulta, ñoña, absurda, aburrida y, lo que es más grave, innecesaria.
No sabemos si Bill Condon, su director, es consciente de que esta partición –teniendo en cuenta lo insulso de su argumento– no beneficia en nada ni a la saga ni a su trabajo como director. No podemos hablar tampoco de los actores, ya que su lugar parece haber sido ocupado por un grupo de maniquíes que parecen salidos de una fiesta de Golpes Bajos y cuyo único mérito es que no se les caigan los dientes postizos. Así pues, esperemos –yo desde luego no lo haré– a esa tan ansiada segunda parte que redima –hazaña harto complicada– los males de esta cuarta entrega.
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