Pocas películas han sido capaces de superar un arranque tan hipnóticamente misterioso e intrigante –un perro recorre un paraje de la Antártida perseguido por un tipo que le dispara desde un helicóptero– como el que construyó John Carpenter en La Cosa, allá por 1982, y que junto con un original planteamiento y unos efectos a la altura, han convertido la película en un clásico del género.
Casi treinta años después, Marc Abraham y Eric Newman –productores de El amanecer de los muertos, El último exorcismo–, por encargo de Universal, se han aventurado no con un remake sino con lo que ya se conoce con el nombre de precuela –George Lucas y su Star Wars I, II y III fue el fundador del género–, es decir una película que cuenta el origen de los personajes de la primera. En definitiva, un lío en el que hay que fijarse lo justo. La realidad es que los productores han puesto en marcha la máquina de hacer dinero recuperando un clásico –que dicho sea de paso, el propio Carpenter recuperó basándose, además de en el relato de John W. Campbell Jr. y en la película de 1951 El enigma del otro mundo–, y en lugar de hacer el típico remake han preferido bucear en el pasado de la historia original. Aunque el resultado, no es muy diferente. Más bien todo lo contrario: estamos ante la primera precuela-remake. Y es así porque la única diferencia entre ésta y la de Carpenter es que aquí quien lleva la voz cantante no es un hombre –Kurt Russell–, sino una mujer, interpretada por Mary Elizabeth Winstead (La Jungla 4.0, Scott Pilgrim).
Para certificar que se trata de un producto muy próximo a la serie B, los productores no se han roto la cabeza –ni el bolsillo– y han optado por contratar a Matthijs van Heijningen Jr., director holandés, prácticamente desconocido, que resuelve con aprobado alto su debut en el largometraje. Más grave en este film, diríamos casi imperdonable, es su falta de tacto e inteligencia a la hora de resolver la presentación del engendro-criatura, ya que su devoción por el original ha llevado a productores y director a mimetizar unos efectos especiales que, allá por los ochenta, funcionaron e incluso recibieron menciones, pero que aplicados al año 2011 resultan, poco menos que ridículos. Superado ese –gran– problema y los continuos cambios de idioma –de noruego a inglés para quienes apuesten por la versión original–, La Cosa entretiene y atrapa casi en la misma medida que la de Carpenter. Y para el final, el inicio de Carpenter, con la inquietante partitura de Morricone incluida, una banda sonora que a los creadores de los Razzie no debió agradarles en exceso, ya que la seleccionaron precisamente en esa categoría de los Anti-Oscar.
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