Durante muchos años Steven Spielberg ha acariciado la idea de llevar al cine las aventuras del reportero belga Tintín y su perro Milú. Finalmente, y gracias a una eficiente mecánica creativa de efectos digitales –la captura del movimiento ha mejorado sustancialmente desde Polar Express–, la unión de Spielberg y Peter Jackson ha permitido que Tintín se convierta en personaje de la gran pantalla, pero sin perder ni un ápice sus cualidades gráficas.
Nada que objetar pues al talento visual desplegado en Las aventuras de Tintín, menos aún a sus capaces, creíbles y técnicamente perfectos efectos digitale o a su enorme capacidad para seducir con un 3-D a la altura que nada tiene que envidiar al primigenio Avatar. Es, sin embargo, en su avasallador despliegue irrefrenable de acciones donde reside el principal problema. Ni Spielberg, ni Jackson, ni sus guionistas, han sido conscientes de que en la viñeta es el lector-espectador quien decide la pausa y establece el ritmo de la aventura. Algo que en el cine controlan guionista, director y montador, y que en este Tintín se ha convertido en un exagerado festival de acciones a cual más intensa y trepidante, al que el espectador asiste sin posibilidad alguna para tomarse un respiro.
Este espectáculo, digno del Michael Bay más atronador, termina convirtiendo la gran aventura de Tintín en un sufrimiento acumulativo de escenas de acción en el que diálogos y personajes terminan –paradójicamente– desdibujados. Algo que sin embargo muchos admitirán porque la destreza técnica visual es tan brillante que supera cualquier crítica argumental.
El guión, cóctel de varias aventuras del reportero creado por Hergé –además de El Secreto del Unicornio, incluye retales de El cangrejo de las pinzas de oro y El tesoro de Rackham El Rojo– demuestra sin embargo su alejamiento de los Transformers de Bay y su cercanía con Indiana Jones, personaje en el que muchos creyeron ver –con sólidos argumentos– rasgos y evidencias de Tintín (aunque el propio Spielberg ha admitido conocer justo después de su primera entrega) . El Secreto del Unicornio, en el que se percibe el talento de Steven Moffat, uno de los mejores guionistas británicos de ficción –Sherlock Homes 2011, Doctor Who–, está lleno de guiños y homenajes al arqueólogo, y es ahí donde Spielberg y Jackson juegan su mejor baza. Aunque de todos los personajes, sin duda el que se lleva la mejor parte es –curiosamente– el perro Milú, auténtico cerebro de la aventura cuya intuición y pericia terminan dejando a Tintín, Haddock y los gemelos Dupont en un elegante segundo plano.
Habrá que esperar a una segunda entrega, o quizá a una tercera, cuya continuidad nadie pone en duda –el propio Spielberg ya ha adelantado que puede llegar hasta una tercera parte–, para certificar todas las cualidades de este héroe del cómic de los 40 y 50 que, por el momento, se nos antoja un tanto abducido por un frenético espectáculo de acción sin fin.
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