5 metros cuadrados es el fiel reflejo de una situación dramática que en los últimos años han padecido –todavía padecen y padecerán– muchos españoles: la salvaje especulación inmobiliaria detonante y una de las razones de la actual crisis económica. La película intenta retratar ese modelo desde el punto de vista de sus víctimas, la pareja formada por Álex y Virginia. A punto de casarse, con el dinero justo y un futuro laboral algo incierto, toman la desafortunada decisión de comprarse un piso sobre plano: o lo que es lo mismo, pagar una entrada por un piso que todavía no está ni medio construido. Una práctica que ha llevado a la ruina y la desesperación a muchas familias, víctimas, como los protagonistas de esta historia, de constructores ambiciosos que en connivencia con políticos corruptos han dado forma a una nueva clase de ladrones: los especuladores inmobiliarios.
Max Lemcke ha conseguido encajar de forma perfecta –al menos durante la primera parte de la película– el drama con un finísimo humor negro que, en algunos momentos, nos recuerda lo mejor de Azcona, Berlanga y Ferreri. Sin embargo, Lemcke ha desaprovechado una magnífica oportunidad para soltar todas las cargas de profundidad que se merecen semejantes vilezas, y se ha quedado a medio camino en parte debido a un final que ni contenta, ni remata un drama que se nos antoja, como espectadores, mucho más complejo y profundo de lo que se plantea en el guión. Hay también poco interés por desarrollar la relación entre los dos protagonistas, magníficamente interpretados por Fernando Tejero y Malena Alterio, pareja que destila una innegable vis cómica –así nos lo han mostrado en la serie Aquí no hay quien viva y en películas como Torremolinos 73, Días de cine o Al final del camino–, y que se nos presentan en una serie de secuencias que aisladas funcionan bien, pero que no hacen avanzar la historia. La falta de solidez del guión se aprecia también en la vaga presencia de los personajes del constructor y el político, ambos fundamentales en el desarrollo del relato y que sin embargo sólo aparecen esbozados y, quizá, excesivamente estereotipados.
5 metros cuadrados sirve para certificar el bajo nivel del cine español presentado en el último Festival de Málaga, ya que de otro modo no se entiende que este segundo –y correcto– trabajo de Max Lemcke haya sido capaz de acumular tantos premios, entre ellos el de la Biznaga de oro a la Mejor Película.
Pero con todos los reparos que se le quieran poner o incluso con sus errores, 5 metros cuadrados responde a una necesidad por la que nuestro cine ha pasado prácticamente de soslayo: el retrato actual de nuestros males sociales y económicos. Y sólo por eso, por su corrección y por su extraño humor negro, merece nuestra atención.
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