A estas alturas de la película, seguro que nadie duda que Torrente 4, si nadie lo remedia, y nadie lo remediará, se va a convertir en una de las películas españolas más vistas de la historia. Algo previsible –su agresiva y omnipresente campaña así como lanzarse con 666 "satánicas" copías así lo certifican- , pero no por ello menos importante.
Y lo va ha hacer precisamente cuando los datos oficiales para nuestro cine, no son precisamente halagüeños: 13% de cuota de pantalla, frente a un 16% del año 2005 ( el año pasado, 2010, de cada 100 espectadores, 13 pagaron por ver una española, mientras que en 2005 fueron 16). Se ha escrito, y se escribirá, sobre cuáles son y han sido las claves para que esta serie de películas sobre el aspirante a policía casposo, zafio, facha, racista y machista que representa Jose Luis Torrente haya causado tal grado de empatía y cariño. Éstas pueden ser algunas, aunque no todas.
El primero es sin duda, el personaje. Torrente vive en un entorno fácilmente reconocible, en el que también se mueven personajes como el carnicero, la pescadera y el kiosquero: es un tipo de barrio, miserable “pero con corazoncito”, como admite en la primera entrega el propio José Luis. Es un quiero y no puedo. Su ideal sería un mundo en el que él fuese el héroe, un capo afable que todo lo arregla, al que todos quieren y desean, y al que no le falta ni un detalle para disfrutar de una vida de lujo. Su admiración por dos personajes como El Fary o Jesús Gil, ratifican esas intenciones. La realidad es que muchos le detestan, apenas tiene amigos, las mujeres –excepto una- huyen de él como de la peste y ni siquiera ha conseguido entrar en el cuerpo de policía.
Es un tipo que causa empatía y del que, en determinados momentos, nos podemos apiadar, pero cuyas costumbres, por soeces, zafias y deleznables, producen aversión. Peron no hay que confundirse, como dice Gregorio Belinchón en El País, la suya es una “zafiedad intencionada”, que surge de esa esperpentización exagerada. Y ese es el espíritu con el que Santiago Segura dotó al personaje en su primera entrega “Torrente, el brazo tonto de la ley”, y, un poco menos, en la segunda, “Torrente 2: Misión en Marbella”.
Santiago Segura no ha engañado a nadie. Siempre ha tenido muy claro que quería ganar dinero para hacer cine. Y lo demostró participando en una ingente cantidad de concursos televisivos que, a la sazón, fueron los que le permitieron rodar al menos dos cortometrajes. Pero también era consciente que para dar el salto, necesitaba algo más que dinero, y por eso se granjeó –a veces sin pretenderlo- la amistad de gentes del mundo del cine, desde directores como Álex de la Iglesia o Fernando Trueba, a actores como los mismísimos Penélope Cruz yJavier Bardem. Con eso y con más dinero, puso en marcha su primer Torrente iniciando también de forma paralela una campaña de marketing en la que se anunciaba una gran cantidad de cameos de gentes diversas del mundo del espectáculo (Trueba o Bardem entre ellos). Quizá por esa razón, su primera película es más pura, más intuitiva, su personaje más inocente y sus intenciones menos evidentes. Pero, como decía, Santiago Segura es un tipo listo y sabía que para mantener un segundo Torrente, ahora ya con su dinero y su productora, necesitaba llegar más lejos. Por eso el número de cameos, de famosos, y con ellos la intensidad de sus campañas televisivas, han crecido en proporción geométrica.
El listón, para esta cuarta entrega, estaba muy alto, pero el cineasta sabía que podía llegar más lejos. Para ello sólo tenía que utilizar las herramientas que la propia sociedad le había puesto en bandeja, en forma de personajes televisivos encumbrados al trono de la popularidad. Belén Esteban, canonizada como “princesa del pueblo”, y Kiko Rivera, alias “Paquirrín, vago y mujeriego”, han funcionado cual zanahoria y han empujado a un grupo de espectadores ajenos hasta ahora a las salas de cine. Ellos, y por supuesto, una amplía lista de colaboraciones, llámense ‘cameos’, de gentes del mundo del espectáculo televisivo y teatral. Han sido el cebo perfecto para una ingeniosa campaña de marketing populista: prácticamente ninguna cadena, ningún programa, matinal, vespertino o nocturno, ha querido privarse de su omnipresencia. Y por eso, además de batir records de taquilla, conseguirá ser el personaje que más programas de radio y televisión ha visitado en el menor tiempo posible.
Quizá algunos, cegados por el espíritu comercial de su cine y su personaje, y también del propio cineasta, perciban e incluso confundan persona y personaje. La realidad es que Santiago Segura, comparte con su alter ego cinematográfico un deseo irrefrenable por gustar, por sentirse querido y triunfar –en el caso de Torrente por ser el heroe que se lleva el dinero y a la chica-, pero mientras la zafiedad de uno forma parte del personaje –a Torrente lo pintaron así-, en el caso de Segura, su búsqueda de lo políticamente incorrecto tiene más que ver con la provocación para conseguir la risa fácil y con la timidez, que con un carácter zafio. Por eso, Santiago Segura, que además de ser un gran conocedor del mundo del entretenimiento, y un hábil estratega mediático, es un empedernido cinéfilo, admirador de grandes directores que, quizá, algún día –quién sabe- nos sorprenda con una gran historia, que se convierta no solo en un taquillazo, sino también en una gran película.