J.J. Bayona, director de la taquillera El orfanato, termina estos días la postproducción de su segundo largo, Lo imposible, una superproducción sobre una familia que quedó atrapada en el Tsunami de Tailandia de 2004. Entre los protagonistas Naomi Watts, Ewan McGregor y Marta Etura. El guión, al igual que el de El orfanato es de Sergio G. Sánchez. Aunque la película no se estrenará hasta octubre de 2012, ya tenemos las primeras imágenes.
martes, 27 de diciembre de 2011
"Perros de paja", lejos de Peckinpah
Sam Peckinpah, maestro de las dualidades morales y del tratamiento de la violencia sin tapujos, mostró en 1971 buena parte de su sabiduría cinematográfica en la adaptación de la novela de Gordon Williams –The Siege of Trencher's Farm– con el nombre de Perros de paja. Protagonizada por Dustin Hoffman y Susan George, nos sumergía en un mundo entre salvaje y territorial, en un pequeño pueblo de Inglaterra, donde la pareja hacia frente a una auténtica jauría humana para defender su vida y su espacio. Peckinpah además de plantear la violencia en un estilo muy similar al de su obra maestra, Grupo Salvaje, apostaba por incluir en su versión una enorme carga erótica, que en la época fue considerada casi pornográfica ya que en algunos países se censuraron algunas de las secuencias más impactantes, como por ejemplo la violación del personaje de Susan George. Su Perros de paja es todo un tratado sobre la aceptación de la violencia por parte de un ser humano racional, que se encuentra ante un abismo cuya única solución para salvar una vida es la de quitar otras vidas, e indefectiblemente de forma salvaje y sin tiempo apenas para razonamientos.
La mayoría de los remakes que recibe la cartelera cinematográfica tienen su razón de ser única y exclusivamente en el dinero. Es decir, todos buscan actualizar el original para encontrar un público nuevo –presumiblemente joven– que le permita obtener una jugosa taquilla. No hay nada más. Quizá por eso sorprende la presencia de este Perros de paja a manos de Rod Lurie, que recogiendo la herencia fiel de la película de los 70 no parece atender a motivos creativos, ni económicos, ya que su planteamiento no huele a búsqueda de nuevos públicos, al menos no descaradamente.
Lurie ha realizado sutiles cambios que ni apenas afectan al trasfondo de la historia. De entrada, ha trasladado su historia de la profunda y ruda Inglaterra de los años 70 a Lousiana, sur profundo de Estados Unidos actual. Ha cambiado sutilmente la profesión de los protagonistas, ahora David Sumner ya no es matemático sino guionista de Hollywood, y su esposa actriz. Quizá lo peor que han hecho productores y director es haber encubierto toda la parte erótica que Peckinpah mostraba de forma descarnada y haberla reconvertido –los desnudos han dejado paso a leves insinuaciones– en mera provocación. En el resto y para lo bueno, el guión que asume también como propio Lurie, nos remite la versión del 71, más provocadora y sorprendente que este remake que, a pesar de todo, cumple los requisitos formales y profesionales.
Poco cabe decir de sus protagonistas. Un James Mardsen, ahora ídolo de jovencitas merced a sus trabajos en los X-Men, y una Kate Bosworth, pareja de Mardsen en Superman returns, que superan el aprobado en un remake en el que destaca, en algunos momentos, Alexander Skarsgård, muy por encima incluso de los protagonistas o de secundarios con tanta carrera como James Woods.
+ Info.
La mayoría de los remakes que recibe la cartelera cinematográfica tienen su razón de ser única y exclusivamente en el dinero. Es decir, todos buscan actualizar el original para encontrar un público nuevo –presumiblemente joven– que le permita obtener una jugosa taquilla. No hay nada más. Quizá por eso sorprende la presencia de este Perros de paja a manos de Rod Lurie, que recogiendo la herencia fiel de la película de los 70 no parece atender a motivos creativos, ni económicos, ya que su planteamiento no huele a búsqueda de nuevos públicos, al menos no descaradamente.
Lurie ha realizado sutiles cambios que ni apenas afectan al trasfondo de la historia. De entrada, ha trasladado su historia de la profunda y ruda Inglaterra de los años 70 a Lousiana, sur profundo de Estados Unidos actual. Ha cambiado sutilmente la profesión de los protagonistas, ahora David Sumner ya no es matemático sino guionista de Hollywood, y su esposa actriz. Quizá lo peor que han hecho productores y director es haber encubierto toda la parte erótica que Peckinpah mostraba de forma descarnada y haberla reconvertido –los desnudos han dejado paso a leves insinuaciones– en mera provocación. En el resto y para lo bueno, el guión que asume también como propio Lurie, nos remite la versión del 71, más provocadora y sorprendente que este remake que, a pesar de todo, cumple los requisitos formales y profesionales.
Poco cabe decir de sus protagonistas. Un James Mardsen, ahora ídolo de jovencitas merced a sus trabajos en los X-Men, y una Kate Bosworth, pareja de Mardsen en Superman returns, que superan el aprobado en un remake en el que destaca, en algunos momentos, Alexander Skarsgård, muy por encima incluso de los protagonistas o de secundarios con tanta carrera como James Woods.
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martes, 20 de diciembre de 2011
"Chronicle" trailer
Chronicle es una película que combina ciencia ficción, misterio y superheroes. Una mezcla de consecuencias impredecibles escrita y dirigida por Max Landis, hijo del conocido director John Landis.
lunes, 19 de diciembre de 2011
"Attack the Block", pandilleros contra alienígenas
Llega una de las películas más aclamadas en la reciente edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges, ganadora del Premio del Público y Premio de la Crítica. Attack the block pertenece, en toda regla y circunstancias, al género de invasiones extraterrestres, aunque con muchos matices. El primero es que se trata de una película profundamente británica. Lo es por jerga, por un grupo de personajes extraídos de series como Misfits o The Fades, y por el humor que destila. Su director, Joe Cornish, se ha gestado en la misma escuela que Simon Pegg y Nick Frost –responsables de películas tan sanas y divertidas como Zombie´s Party o la reciente Paul– y por eso su guión destila abundantes dosis de grueso humor negro.
Cornish, por si fuera poco, ha demostrado su talento escribiendo, dirigiendo y actuando como protagonista en series como The Adam & Joe Show, todo un clásico de la comedia británica, y por si eso fuera poco ha colaborado en el guión –seguramente en las partes más gamberras– de Las aventuras de Tintín: el secreto de unicornio.
Con ese bagaje ha debutado en la gran pantalla poniendo en marcha esta divertida y gamberra, por momentos, aventura de alienígenas peludos capaces de atormentar a un grupo de jóvenes pandilleros adolescentes y delincuentes de un bloque de viviendas suburbial.
Attack the block es, por derecho propio, cine de serie B adaptado al estilo y las costumbres de nuestro siglo: sostiene una trama un tanto inverosímil –tan inverosímil o más que la de Spielberg y Abrams en Super 8– con unos efectos y una acción más que solventes –cuanto menos se enseñe mejor– , con una modestia presupuestaria que cubre perfectamente el expediente y que termina por antojársenos resultona.
No es la película de la temporada. Ni lo pretende. Es sólo una diversión un tanto deslenguada e insolente que en algunos momentos deja implícitos determinados agujeros sociales de las zonas más abandonadas de esa gran urbe llamada Londres. Todo eso lo ha hecho Cornish y sus productores con muy poco dinero y sin estrellas: confirmado.
Cornish, por si fuera poco, ha demostrado su talento escribiendo, dirigiendo y actuando como protagonista en series como The Adam & Joe Show, todo un clásico de la comedia británica, y por si eso fuera poco ha colaborado en el guión –seguramente en las partes más gamberras– de Las aventuras de Tintín: el secreto de unicornio.
Con ese bagaje ha debutado en la gran pantalla poniendo en marcha esta divertida y gamberra, por momentos, aventura de alienígenas peludos capaces de atormentar a un grupo de jóvenes pandilleros adolescentes y delincuentes de un bloque de viviendas suburbial.
Attack the block es, por derecho propio, cine de serie B adaptado al estilo y las costumbres de nuestro siglo: sostiene una trama un tanto inverosímil –tan inverosímil o más que la de Spielberg y Abrams en Super 8– con unos efectos y una acción más que solventes –cuanto menos se enseñe mejor– , con una modestia presupuestaria que cubre perfectamente el expediente y que termina por antojársenos resultona.
No es la película de la temporada. Ni lo pretende. Es sólo una diversión un tanto deslenguada e insolente que en algunos momentos deja implícitos determinados agujeros sociales de las zonas más abandonadas de esa gran urbe llamada Londres. Todo eso lo ha hecho Cornish y sus productores con muy poco dinero y sin estrellas: confirmado.
viernes, 16 de diciembre de 2011
Spielberg llega a la edad de jubilación
"Uno de los cineastas más exitosos e influyentes de la industria y el director más taquillero de todos los tiempos, cumple 65 años este domingo 18 de diciembre. Suyos son éxitos como Tiburón, ET: El extraterrestre, la franquicia Indiana Jones y Jurassic Park y el próximo título WAR HORSE (Caballo de batalla) que se estrena el 17 de febrero de 2011. Estos son alguno de sus datos más destacados:
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jueves, 15 de diciembre de 2011
miércoles, 14 de diciembre de 2011
"Acero puro", puros robots sin alma
Heredera de la saga de Transformers, se nos presenta Acero puro, película escrita por Dan Gilroy –esposo de la actriz Rene Russo–, Jeremy Leven y John Gatins y dirigida por Shawn Levy para la que –no sabemos con que argucias– han conseguido convencer a una superestrella, Hugh Jackman, y a una estrella en ciernes, Evangeline Lilly, conocida sobre todo por su papel en la serie Lost. En realidad, más que acero, lo que han logrado es mimetizar todos los tópicos –fundamentalmente los malos– de las películas de boxeadores, con mención especial para Rocky y Campeón.
El guión de Acero puro –basado en una relato del novelista Richard Matheson que la serie The Twilight Zone adaptó para la televisión– plantea una historia futurista –si es que al 2050 le podemos aplicar hoy en día ese término–, ambientada en un mundo en el que la lucha entre ciber-robots , sustituto del boxeo entre humanos, es el espectáculo de moda. Son muchos los problemas que padece esta prima hermana de Transformers. El primero, sin ninguna, es el de ofrecer una historia de bajo –casi nulo– interés en la que un padre debe recuperar a su hijo perdido tras la muerte de su ex esposa. Ni el guión ni la dirección consiguen atrapar el espíritu de una historia –el original de Matheson así lo merece– que debería haberse desarrollado según otros criterios argumentales. En su defecto, Acero puro, se deja la piel intentando demostrar que aplicando la metodología y la estructura narrativa de las películas de boxeo y dejando el resto para unos –conseguidos– efectos especiales a base de animatronics se puede conseguir una buena cinta de acción. Pues va a ser que no. La carencia absoluta de una trama que emocione y con la que el espectador empatice, deja en ridículo muchas de sus secuencias. Incluso en las peleas entre robots el grado de patetismo escenográfico del público que grita y jalea a los gigantes de acero es tal, que produce vergüenza ajena.
Salvo que consideremos la pulcritud escultural de Hugh Jackman y de su parteneaire, Evangeline Lilly, no hay en Acero puro ni una sola muestra de talento que nos obligue a dedicarle más tiempo del estrictamente necesario.
+ Info.
El guión de Acero puro –basado en una relato del novelista Richard Matheson que la serie The Twilight Zone adaptó para la televisión– plantea una historia futurista –si es que al 2050 le podemos aplicar hoy en día ese término–, ambientada en un mundo en el que la lucha entre ciber-robots , sustituto del boxeo entre humanos, es el espectáculo de moda. Son muchos los problemas que padece esta prima hermana de Transformers. El primero, sin ninguna, es el de ofrecer una historia de bajo –casi nulo– interés en la que un padre debe recuperar a su hijo perdido tras la muerte de su ex esposa. Ni el guión ni la dirección consiguen atrapar el espíritu de una historia –el original de Matheson así lo merece– que debería haberse desarrollado según otros criterios argumentales. En su defecto, Acero puro, se deja la piel intentando demostrar que aplicando la metodología y la estructura narrativa de las películas de boxeo y dejando el resto para unos –conseguidos– efectos especiales a base de animatronics se puede conseguir una buena cinta de acción. Pues va a ser que no. La carencia absoluta de una trama que emocione y con la que el espectador empatice, deja en ridículo muchas de sus secuencias. Incluso en las peleas entre robots el grado de patetismo escenográfico del público que grita y jalea a los gigantes de acero es tal, que produce vergüenza ajena.
Salvo que consideremos la pulcritud escultural de Hugh Jackman y de su parteneaire, Evangeline Lilly, no hay en Acero puro ni una sola muestra de talento que nos obligue a dedicarle más tiempo del estrictamente necesario.
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"Mission Imposible", germen de tele y pasta para el cine
Para los adictos a las series de televisión, las siglas de F.M.I., además del Fondo Monetario Internacional, esconden una de las serie de acción y espionaje más famosa de los años 60. Bajo ellas actuaba la famosa Fuerza de Misión Imposible, un grupo de especialistas singularmente preparados para salvar al mundo de las garras de dictadores, organizaciones terroristas y conspiraciones internacionales comunistas: lo que en la ficción se conocía como Mision: Imposible, creada por el guionista Bruce Geller, y cuya cabecera, amenizada de forma sugerente por un tema de Lalo Schifrin, se convertiría en auténtica escuela televisiva. Durante siete años, el equipo formado por Peter Graves, Steven Hill, Barbara Bain, Martin Landau y Greg Morris –Leonard Nimoy, Sam Elliot, Lelsley Ann Warren, Lynda Day George y Barbara Anderson formarían parte también del equipo– consiguió atrapar a los espectadores de todo el mundo.
El Equipo C, de Cruise
Unos cuantos años después, a propuesta del propio Tom Cruise y su productora Paula Wagner, se pone de nuevo en marcha el equipo de espías, pero esta vez con diferencias más que sutiles: de entrada lo que en la televisión era una serie coral en la que los perfiles y las presencias estaban perfectamente dosificadas, en la película, el mundo de Mission: Imposible, va a girar –no podía ser de otra manera– en torno al personaje protagonizado por Cruise, Ethan Hunt. Él será víctima perfecta de un plan urdido por uno de sus compañeros que le llevará a recorrer medio mundo para resolver el enigma y de paso limpiar su nombre. Esta primera adaptación se convirtió en todo un taquillazo. La presencia de Cruise así lo auguraba. Al mismo tiempo, el guión firmado por Steven Zaillian, David Koepp y Robert Towne, estaba sostenido por una trama atractiva, muy en la línea Hitchcock –el falso culpable–, con un ritmo trepidante al que el también hitchockiano Brian de Palma aportó lo mejor de su oficio y su pasión. La presencia de John Voight –para no iniciados, padre de Angelina Jolie–, Jean Reno, Ving Rhames, Emmanuel Beart y Vanessa Redgrave daba lustre a una historia de acción. El resultado supuso un regreso brillante del universo de los espías, además de una jugosa recaudación que llevaría a los productores, cuatro años después, a repetir experiencia.
Las palomas de John Woo
Perdidos por el espectáculo
Los encargados de darle forma a las nuevas aventuras de Ethan Hunt –M:i:III– serán esta vez los chicos de moda, J.J. Abrams, Roberto Orci y Alex Kurtzman, responsables de fenómenos como Alias o Fringe. Centrados en profundizar en la doble vida del agente Hunt, ahora a punto de casarse, y una misión de venganza que tal vez le cueste la vida de sus seres queridos. Más espectacular si cabe que las dos anteriores, Abrams compone un espectáculo intentando equilibrar acción con emoción. Al final los efectos digitales y las explosiones terminan por inundarlo todo y la parte familiar y emotiva queda anulada casi por completo. Aunque sí es de elogiar la presencia del mal, encarnado esta vez por un actor de talento como Philip Seymour Hoffman, que atornilla al personaje de Ethan Hunt arrastrándole hasta un verdadero precipicio emocional. Con un presupuesto que duplicaba al de la primera parte (150 millones de dólares) su recaudación fue la más baja de las tres, algo que no ha impedido ni a Cruise ni a sus productores embarcarse en una cuarta entrega.
Misión: comedia
Para Mision Imposible-Protocolo Fantasma, ya sin Paula Wagner en la producción, Cruise y Abrams han elegido a Josh Appelbaum y André Nemec –ambos guionistas de televisión, curtidos en series como Alias, Life on Mars o Happy Town– para construir una enrevesada trama de espionaje, como en las anteriores basada en espectaculares gadgets y secuencias de acción, pero salpicada –y esto sí es novedad– por un tono de comedia negra y burlona. Buena culpa de este giro lo tiene la presencia del británico Simon Pegg, que junto con Cruise, demuestran que Ethan Hunt y su equipo también pueden disfrutar con el ácido humor británico. Quizá el elenco de actores es lo más destacable de esta cuarta parte, donde nos encontramos con talentos dispersos, geográficamente hablando: desde Jeremy Renner –protagonista de En tierra hostil– hasta el sueco Michael Nyqvist –la cara de Mikael Blomkvist en la serie Millenium–, pasando por Josh Hollowoy –Sawyer en Lost–, Tom Wilkinson –Michael Clayton–, el indio Anil Kapur –Slumdog Millionaire– o la francesa Léa Seydoux. Un elenco de lujo para una de las producciones más caras de 2011.
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El Equipo C, de Cruise
Unos cuantos años después, a propuesta del propio Tom Cruise y su productora Paula Wagner, se pone de nuevo en marcha el equipo de espías, pero esta vez con diferencias más que sutiles: de entrada lo que en la televisión era una serie coral en la que los perfiles y las presencias estaban perfectamente dosificadas, en la película, el mundo de Mission: Imposible, va a girar –no podía ser de otra manera– en torno al personaje protagonizado por Cruise, Ethan Hunt. Él será víctima perfecta de un plan urdido por uno de sus compañeros que le llevará a recorrer medio mundo para resolver el enigma y de paso limpiar su nombre. Esta primera adaptación se convirtió en todo un taquillazo. La presencia de Cruise así lo auguraba. Al mismo tiempo, el guión firmado por Steven Zaillian, David Koepp y Robert Towne, estaba sostenido por una trama atractiva, muy en la línea Hitchcock –el falso culpable–, con un ritmo trepidante al que el también hitchockiano Brian de Palma aportó lo mejor de su oficio y su pasión. La presencia de John Voight –para no iniciados, padre de Angelina Jolie–, Jean Reno, Ving Rhames, Emmanuel Beart y Vanessa Redgrave daba lustre a una historia de acción. El resultado supuso un regreso brillante del universo de los espías, además de una jugosa recaudación que llevaría a los productores, cuatro años después, a repetir experiencia.
Las palomas de John Woo
Cruise y Wagner querían darle un nuevo aspecto a esta segunda parte. El primer paso sería contratar a John Woo, director que con películas como Una bala en la cabeza o Hard Boiled había reconvertido el cine de acción moderno revisitando para ello clásicos del western como Sergio Leone o Don Siegel, mezclándolo todo con un toque Tarantino para sus escenas más violentas. La versión de Woo incidía en el efectismo, las secuencias de acción –entre ellas una inverosímil y espectacular persecución en moto– y los planos ralentizados a ritmo de moviola. Una espectacularidad que se llevó el rodaje hasta Sevilla, donde Woo, Cruise y compañía se montaron una patética fiesta española en la que se mezclaban, sin pudor alguno, Fallas valencianas con Semana Santa sevillana. Lo más salvable de este terrible bochorno es la presencia de Thandie Newton, actriz de belleza singular, y Richard Roxburgh, un malo de lujo con muchos recursos. Aunque mucho peor considerada por la crítica, esta segunda parte cumplió su objetivo: hacer más taquilla que su predecesora. Y puesto que aquí quien manda es Don Dinero, los productores, con más retraso del previsto, se embarcaron en 2006 en una tercera parte, todavía más arriesgada si cabe.
Perdidos por el espectáculo
Los encargados de darle forma a las nuevas aventuras de Ethan Hunt –M:i:III– serán esta vez los chicos de moda, J.J. Abrams, Roberto Orci y Alex Kurtzman, responsables de fenómenos como Alias o Fringe. Centrados en profundizar en la doble vida del agente Hunt, ahora a punto de casarse, y una misión de venganza que tal vez le cueste la vida de sus seres queridos. Más espectacular si cabe que las dos anteriores, Abrams compone un espectáculo intentando equilibrar acción con emoción. Al final los efectos digitales y las explosiones terminan por inundarlo todo y la parte familiar y emotiva queda anulada casi por completo. Aunque sí es de elogiar la presencia del mal, encarnado esta vez por un actor de talento como Philip Seymour Hoffman, que atornilla al personaje de Ethan Hunt arrastrándole hasta un verdadero precipicio emocional. Con un presupuesto que duplicaba al de la primera parte (150 millones de dólares) su recaudación fue la más baja de las tres, algo que no ha impedido ni a Cruise ni a sus productores embarcarse en una cuarta entrega.
Misión: comedia
Para Mision Imposible-Protocolo Fantasma, ya sin Paula Wagner en la producción, Cruise y Abrams han elegido a Josh Appelbaum y André Nemec –ambos guionistas de televisión, curtidos en series como Alias, Life on Mars o Happy Town– para construir una enrevesada trama de espionaje, como en las anteriores basada en espectaculares gadgets y secuencias de acción, pero salpicada –y esto sí es novedad– por un tono de comedia negra y burlona. Buena culpa de este giro lo tiene la presencia del británico Simon Pegg, que junto con Cruise, demuestran que Ethan Hunt y su equipo también pueden disfrutar con el ácido humor británico. Quizá el elenco de actores es lo más destacable de esta cuarta parte, donde nos encontramos con talentos dispersos, geográficamente hablando: desde Jeremy Renner –protagonista de En tierra hostil– hasta el sueco Michael Nyqvist –la cara de Mikael Blomkvist en la serie Millenium–, pasando por Josh Hollowoy –Sawyer en Lost–, Tom Wilkinson –Michael Clayton–, el indio Anil Kapur –Slumdog Millionaire– o la francesa Léa Seydoux. Un elenco de lujo para una de las producciones más caras de 2011.
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martes, 13 de diciembre de 2011
"Jane Eyre", Brontë emocional
La primera pregunta que surge es por qué después de más de una docena de adaptaciones al cine, más otras tantas para la televisión, en Hollywood siguen apostando por repetir la experiencia de convertir de nuevo el relato de la mayor de las hermanas Brontë en una película con un más que discreto presupuesto. La respuesta, al menos en esta ocasión, está en el resultado: un relato cinematográfico excepcionalmente emocionante y dramático, capaz, como mínimo, de igualar las palabras de la novela de de Charlotte Brontë gracias a un insuperable guión singularmente estructurado, con una espléndida fotografía y con el ejemplar trabajo de sus intérpretes. Que es lo que sucede con esta adaptación de Jane Eyre sorprendentemente bien dirigida por Cary Joji Fukunaga. El nombre –por si no les suena, tomen buena nota porque apunta maneras– corresponde a un joven cineasta californiano –35 años–, de padre japonés y madre sueca, que habla español medianamente bien y que tan sólo ha dirigido dos largometrajes en su –prometedora y corta– carrera.
Su Jane Eyre, estrenada en España dentro de la sección Panorama del reciente Festival de Sitges, es visceral, apasionada y empática. Lo es, por el guión de Moira Buffini –suya es también la adaptación del cómic Tamara Drewe al cine– y lo es también por el estilo, el ritmo y una fotografía –no en vano Fukunaga ya había demostrado su talento como director de fotografía en un puñado de cortos– profundamente emocional, evocadora, realista y mágica al mismo tiempo, que nos traslada directamente al espíritu de la novela. Es quizá ese riesgo en su planteamiento y al mismo tiempo la humildad con la que nos lo presenta lo que ha permitido contar una historia de amor en un relato apasionante y conseguir que olvidemos que estamos ante una película de época, sin perder por ello ni un ápice de autenticidad.
El respaldo del guión y de la escenografía no sería nada sin la presencia de sus dos intérpretes, Michael Fassbender y Mia Wassikowska. Ambos actores de moda –a él le podemos ver en Un método peligroso, y a ella en Restless, estrenada esta misma semana–, demuestran que no han llegado hasta aquí por casualidad y que ambos tienen recursos y talento como para sostener a personajes tan complejos y viscerales como Eduard Rochester y Jane Eyre.
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Su Jane Eyre, estrenada en España dentro de la sección Panorama del reciente Festival de Sitges, es visceral, apasionada y empática. Lo es, por el guión de Moira Buffini –suya es también la adaptación del cómic Tamara Drewe al cine– y lo es también por el estilo, el ritmo y una fotografía –no en vano Fukunaga ya había demostrado su talento como director de fotografía en un puñado de cortos– profundamente emocional, evocadora, realista y mágica al mismo tiempo, que nos traslada directamente al espíritu de la novela. Es quizá ese riesgo en su planteamiento y al mismo tiempo la humildad con la que nos lo presenta lo que ha permitido contar una historia de amor en un relato apasionante y conseguir que olvidemos que estamos ante una película de época, sin perder por ello ni un ápice de autenticidad.
El respaldo del guión y de la escenografía no sería nada sin la presencia de sus dos intérpretes, Michael Fassbender y Mia Wassikowska. Ambos actores de moda –a él le podemos ver en Un método peligroso, y a ella en Restless, estrenada esta misma semana–, demuestran que no han llegado hasta aquí por casualidad y que ambos tienen recursos y talento como para sostener a personajes tan complejos y viscerales como Eduard Rochester y Jane Eyre.
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viernes, 9 de diciembre de 2011
"El gato desaparece", Sorin se pasa al thriller
Después de mostrarnos el realismo y la cotidianidad a través de películas como Historias mínimas, Bombón el perro o El camino de San Diego, el argentino Carlos Sorin, consiguió rescatar todos sus recuerdos cinematográficos, inspirados en clásicos como las Fresas Salvajes de Bergman, para plasmarlos en La ventana, un relato todavía más pausado y cotidiano que los anteriores. Quizá, desde entonces, el propio Sorin, consciente e intencionadamente decidido a no repetirse, ha querido buscar otros géneros y otros estilos. Fruto de esa búsqueda es su introducción en el mundo del thriller dramático con una historia aparentemente anecdótica en la que el terror se esconde la psique de sus dos protagonistas.
El gato desparece no es más que una fábula sobre los posos que deja la locura de un familiar, un marido, en las mentes de quienes le rodean, en este caso su esposa. El gato es, para el director, la luz de alarma, un semáforo en ámbar, que nos informa que nuestro cerebro no codifica correctamente la información y que todo puede saltar por los aires en cualquier momento. En ese interludio entre la supuesta normalidad y el desequilibrio, Sorin intenta describirnos a la pareja protagonista: Luis, un profesor que acaba de salir de su internado en un psiquiátrico, y su mujer, Beatriz, que no termina de convencerse de la curación de su esposo. Donatello, el gato de la casa, metáfora de la cordura y la cotidianidad reinante en el hogar hasta entonces, desaparece no sin antes mostrar su rechazo hacia el –supuestamente– recuperado Luis. Desde ese día, el fantasma de la sospecha y el miedo rondará en el subconsciente y los sueños de Beatriz.
El clima desasosegante que compone el cineasta consiste en trazar una línea constante que nos explique dónde está la normalidad y dónde la locura, y hacer que sus personajes caminen por ella cuerda floja una y otra vez, perdiendo el equilibrio pero sin derrumbarse del todo.
Nada tiene que ver esta historia con el cine al que nos tenía acostumbrados Sorin, pero en este giro temático y estilístico demuestra que con los mínimos recursos y el buen trabajo de los dos actores, Luis Luque y Beatriz Spelzini, es perfectamente capaz de construir una atmósfera de terror cotidiano de la que sus protagonistas no pueden escapar. Sin efectismos ni efectos, con la humildad que le caracteriza y una ausencia total de prepotencia, El gato desaparece es la esencia de Sorin explorando nuevos caminos. Un Sorin eficiente, tenso e hipnótico por momentos.
+ Info.
El gato desparece no es más que una fábula sobre los posos que deja la locura de un familiar, un marido, en las mentes de quienes le rodean, en este caso su esposa. El gato es, para el director, la luz de alarma, un semáforo en ámbar, que nos informa que nuestro cerebro no codifica correctamente la información y que todo puede saltar por los aires en cualquier momento. En ese interludio entre la supuesta normalidad y el desequilibrio, Sorin intenta describirnos a la pareja protagonista: Luis, un profesor que acaba de salir de su internado en un psiquiátrico, y su mujer, Beatriz, que no termina de convencerse de la curación de su esposo. Donatello, el gato de la casa, metáfora de la cordura y la cotidianidad reinante en el hogar hasta entonces, desaparece no sin antes mostrar su rechazo hacia el –supuestamente– recuperado Luis. Desde ese día, el fantasma de la sospecha y el miedo rondará en el subconsciente y los sueños de Beatriz.
El clima desasosegante que compone el cineasta consiste en trazar una línea constante que nos explique dónde está la normalidad y dónde la locura, y hacer que sus personajes caminen por ella cuerda floja una y otra vez, perdiendo el equilibrio pero sin derrumbarse del todo.
Nada tiene que ver esta historia con el cine al que nos tenía acostumbrados Sorin, pero en este giro temático y estilístico demuestra que con los mínimos recursos y el buen trabajo de los dos actores, Luis Luque y Beatriz Spelzini, es perfectamente capaz de construir una atmósfera de terror cotidiano de la que sus protagonistas no pueden escapar. Sin efectismos ni efectos, con la humildad que le caracteriza y una ausencia total de prepotencia, El gato desaparece es la esencia de Sorin explorando nuevos caminos. Un Sorin eficiente, tenso e hipnótico por momentos.
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martes, 6 de diciembre de 2011
"Bag of Bones", miniserie en A&E según la novela de Stephen King
Adaptación del relato del mismo título del maestro del suspense y el terror, Stephen King, Bag of Bones llega a A&E con bastante expectación. El trailer contiene muchos de los elementos que rodean el misterioso y terrorífico universo del novelista.
Dividido en dos capítulos, el próximo domingo 11 de diciembre se estrena su primera parte. Ojalá cumpla las expectativas. De momento disfrutemos de este breve aperitivo en el que algunos de sus protagonistas –Pierce Brosnan y Melissa George– nos enganchan con los típicos comentarios de making off (aunque en la web de la cada hay más vídeos relacionados con el rodaje, que, como siempre, recomiendo ver pero después de haber disfrutado de la serie completa).
Dividido en dos capítulos, el próximo domingo 11 de diciembre se estrena su primera parte. Ojalá cumpla las expectativas. De momento disfrutemos de este breve aperitivo en el que algunos de sus protagonistas –Pierce Brosnan y Melissa George– nos enganchan con los típicos comentarios de making off (aunque en la web de la cada hay más vídeos relacionados con el rodaje, que, como siempre, recomiendo ver pero después de haber disfrutado de la serie completa).
domingo, 4 de diciembre de 2011
"Un método peligroso", duelo de psicólogos
A estas alturas de su vida, David Cronenberg ya no le tiene miedo a nada ni a nadie, cinematográficamente hablando. Esa es una de las razones por las que se ha atrevido a llevar a la pantalla las contenidas e intelectuales relaciones entre Carl Jung, Sabina Spielrein y Sigmund Freud.
Christopher Hampton, guionista de considerada reputación gracias a trabajos como Carrington, El americano impasible o Expiación, escribió Un método peligroso a mediados de los años ochenta tomando como base la novela de John Kerr A Most Dangerous Method. Su enorme interés por la psicología le llevó a documentarse sobre las extrañas vinculaciones, encuentros y conversaciones entre estos tres personajes justo en el momento en el que ellos eran los pioneros de una teoría revolucionaria, el psicoanálisis. Lo que comenzó como guión terminó convertido en The Talking Cure, una obra de teatro que se estrenó con éxito en el Nacional Theatre de Londres, con Ralph Fiennes en el papel de Jung, y más tarde en el guión de Un método peligroso por encargo del propio director.
Sorprende el interés de Cronenberg por una obra basada en las relaciones entre dos mentes brillantes, Freud y Jung, sus discrepancias emocionales y sus diferencias sociales y económicas, y en medio de ambos la relación amorosa entre el segundo y una de sus pacientes, Sabina Spielrein. Aunque si hacemos repaso de sus últimos trabajos nos encontramos con una trayectoria cada vez más interesada por la introspección y los dilemas morales de sus personajes –Una historia de violencia, Spider, Promesas del este–, algo con lo que se juega continuamente en Un método peligroso.
El guión de Hampton que nos traslada Cronenberg incide en la vida de los tres personajes y se nos presenta en varios momentos de sus respectivas vidas, siendo el más apasionante el encuentro entre Jung y Freud, y ahí es cuando el talento de dos grandes actores como Michael Fassbender –Jung– y Viggo Mortensen –Freud– consigue acaparar la tensión necesaria para que el espectador termine atrapado en las redes de una historia narrada sin efectismos ni abusos. Cronenberg presume en Un método peligroso de un cine esquemático, casi minimalista, empleando pocos movimientos y sugiriendo la música en muy pocas secuencias. Deja prácticamente desnuda su propuesta para que sean los actores y sus diálogos quienes tomen las riendas de la historia y manejen una película extraña e interesante que, aunque alejada del universo Cronenberg, no deja de sorprender.
Más impresionante la contención de Fassbender, tampoco desmerece la presencia de Keira Knightley o la del propio Viggo Mortensen, actor que estos días se deja la piel en nuestros escenarios con la obra Purgatorio junto a la también actriz Carme Elías.
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Christopher Hampton, guionista de considerada reputación gracias a trabajos como Carrington, El americano impasible o Expiación, escribió Un método peligroso a mediados de los años ochenta tomando como base la novela de John Kerr A Most Dangerous Method. Su enorme interés por la psicología le llevó a documentarse sobre las extrañas vinculaciones, encuentros y conversaciones entre estos tres personajes justo en el momento en el que ellos eran los pioneros de una teoría revolucionaria, el psicoanálisis. Lo que comenzó como guión terminó convertido en The Talking Cure, una obra de teatro que se estrenó con éxito en el Nacional Theatre de Londres, con Ralph Fiennes en el papel de Jung, y más tarde en el guión de Un método peligroso por encargo del propio director.
Sorprende el interés de Cronenberg por una obra basada en las relaciones entre dos mentes brillantes, Freud y Jung, sus discrepancias emocionales y sus diferencias sociales y económicas, y en medio de ambos la relación amorosa entre el segundo y una de sus pacientes, Sabina Spielrein. Aunque si hacemos repaso de sus últimos trabajos nos encontramos con una trayectoria cada vez más interesada por la introspección y los dilemas morales de sus personajes –Una historia de violencia, Spider, Promesas del este–, algo con lo que se juega continuamente en Un método peligroso.
El guión de Hampton que nos traslada Cronenberg incide en la vida de los tres personajes y se nos presenta en varios momentos de sus respectivas vidas, siendo el más apasionante el encuentro entre Jung y Freud, y ahí es cuando el talento de dos grandes actores como Michael Fassbender –Jung– y Viggo Mortensen –Freud– consigue acaparar la tensión necesaria para que el espectador termine atrapado en las redes de una historia narrada sin efectismos ni abusos. Cronenberg presume en Un método peligroso de un cine esquemático, casi minimalista, empleando pocos movimientos y sugiriendo la música en muy pocas secuencias. Deja prácticamente desnuda su propuesta para que sean los actores y sus diálogos quienes tomen las riendas de la historia y manejen una película extraña e interesante que, aunque alejada del universo Cronenberg, no deja de sorprender.
Más impresionante la contención de Fassbender, tampoco desmerece la presencia de Keira Knightley o la del propio Viggo Mortensen, actor que estos días se deja la piel en nuestros escenarios con la obra Purgatorio junto a la también actriz Carme Elías.
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viernes, 2 de diciembre de 2011
"Medianeras", amor virtualmente melancólico
Gustavo Taretto, tras haberse cimentado una carrera como cortometrajista, ha debutado de forma brillante con una historia perfectamente resuelta, ingeniosa en su planteamiento y entretenida en su desarrollo. Medianeras, adaptación del corto del mismo nombre y autor, es una melancólica historia de amor entre dos personajes, Mariana y Martín, cada cual más singular. Ambos son vecinos en esa ciudad perfecta y acertadamente definida en su prólogo, Buenos Aires, pero jamás se han cruzado. Sus vidas discurren de forma paralela al tránsito de la propia ciudad: mientras Martín sobrevive a sus neurosis –prácticamente todas las conocidas– gracias a las pastillas, la fotografía e internet, Mariana reconstruye su vida tras una desastrosa relación. La búsqueda del amor y las fórmulas para encontrarlo, y desencontrarlo, son las claves que Taretto plantea en Medianeras.
Dan vida a los dos protagonistas la española Pilar López de Ayala, forzando un acento argentino que –a nuestro justo entender– supera el examen con nota, y Javier Drolas, protagonista también del corto del mismo título. Los dos defienden con credibilidad y ternura a dos personajes escépticos, y bastante pesimistas, abocados a una búsqueda perpetua de su Wally amoroso.
Personaje fundamental, tal y como Taretto lo presenta en el filme, es la ciudad y su arquitectura: una ciudad "superpoblada, en un país desértico", construida de forma arbitraria, sin razón, sin sentido, por pura inercia, un edificio muy alto pegado a otro muy bajo, algo que le sirve también para ilustrar cómo es el alma del porteño: a veces reflexivo, a veces intuitivo y, muchas veces, irracional. Y de este modo, sin la presencia del autor –aquí guionista y director– ejerciendo de Deus ex machina, sería imposible que Mariana y Martín se cruzasen. Medianeras está construido sobre esa base y mantiene el ritmo, a veces excesivamente pausado, hasta el final. Inclinado más hacia la comedia que hacia el drama, su juego deambula entre la melancolía y el optimismo romántico. Porque al final, lo que cuenta, es que los dos protagonistas están diseñados para encontrarse. ¿Cuándo? Habrá que ver la película para averiguarlo.
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Dan vida a los dos protagonistas la española Pilar López de Ayala, forzando un acento argentino que –a nuestro justo entender– supera el examen con nota, y Javier Drolas, protagonista también del corto del mismo título. Los dos defienden con credibilidad y ternura a dos personajes escépticos, y bastante pesimistas, abocados a una búsqueda perpetua de su Wally amoroso.
Personaje fundamental, tal y como Taretto lo presenta en el filme, es la ciudad y su arquitectura: una ciudad "superpoblada, en un país desértico", construida de forma arbitraria, sin razón, sin sentido, por pura inercia, un edificio muy alto pegado a otro muy bajo, algo que le sirve también para ilustrar cómo es el alma del porteño: a veces reflexivo, a veces intuitivo y, muchas veces, irracional. Y de este modo, sin la presencia del autor –aquí guionista y director– ejerciendo de Deus ex machina, sería imposible que Mariana y Martín se cruzasen. Medianeras está construido sobre esa base y mantiene el ritmo, a veces excesivamente pausado, hasta el final. Inclinado más hacia la comedia que hacia el drama, su juego deambula entre la melancolía y el optimismo romántico. Porque al final, lo que cuenta, es que los dos protagonistas están diseñados para encontrarse. ¿Cuándo? Habrá que ver la película para averiguarlo.
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miércoles, 30 de noviembre de 2011
"Un dios salvaje", teatro con aroma de genialidad
Si hay un director no sólo interesado, sino especialmente dotado para urgar en las zonas oscuras del alma humana –basta un breve repaso a su filmografía– ese es Roman Polanski. No es casual por tanto su interés por Le Dieu du Carnage, título original de la obra de teatro escrita por la francesa Yasmina Reza que en España se ha traducido como Un dios salvaje.
Polanski escribió la adaptación del guión durante el tiempo que duró su arresto domiciliario en su casa de Suiza. Fue un proceso moroso, según explicó el propio cineasta en Venecia, ya que debía mandar los fragmentos a su abogado quien a su vez los enviaba a la policía, una parte más de su estado de vigilancia. El resultado es el que ahora se nos presenta en forma de relato cinematográfico eminentemente teatral: un análisis devastador sobre los valores y la educación de la clase media-alta norteamericana, cuyo diagnóstico es el de una enfermedad llamada prejuicios, soberbia e intolerancia. Visto así, Polanski, al igual que Yasmina Reza, bascula toda su energía en relatar el proceso de degradación que sufren dos matrimonios, los Longstreet y los Cowan, una tarde cualquiera mientras se reúnen para solucionar un incidente entre sus respectivos hijos. Lo que arranca como una charla distendida y racional en la que los Cowan intenta disculpar el comportamiento de su hijo –ha pegado con un palo al hijo de los Longstreet– terminará en la más pura irracionalidad, aderezada con alcohol y con los mismos comportamientos violentos que les han reunido.
La maestría del director no reside esta vez en sus movimientos de cámara, o en su punto de vista: estamos ante una pieza teatral, y eso Polanski no lo esconde, más bien al contrario: exprime al máximo ese entorno claustrofóbico en el que sitúa a sus cuatro personajes, protagonistas de su particular Ángel exterminador. Una taza de café es por dos veces la zanahoria que atrapa a los Cowen en ese redil y que convierte Un dios salvaje en una obra de inteligencia narrativa. Su arranque nos atrapa y nos engaña sutílmente a través de un tono de comedia negra que pronto tornará en tragedia interior cuando los fantasmas de sus protagonistas se adueñen del espacio convirtiendo ese espacio en el terreno de ese dios salvaje del que nos habla el título.
Es sin duda encomiable la labor del cineasta, como lo es también la de sus interpretes, John C. Reilly, Jodie Foster, Kate Winslet y sobre todo el austríaco Christoph Waltz, en un trabajo de contención realmente admirable, con el que todos coinciden apunta directamente al Oscar.
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Polanski escribió la adaptación del guión durante el tiempo que duró su arresto domiciliario en su casa de Suiza. Fue un proceso moroso, según explicó el propio cineasta en Venecia, ya que debía mandar los fragmentos a su abogado quien a su vez los enviaba a la policía, una parte más de su estado de vigilancia. El resultado es el que ahora se nos presenta en forma de relato cinematográfico eminentemente teatral: un análisis devastador sobre los valores y la educación de la clase media-alta norteamericana, cuyo diagnóstico es el de una enfermedad llamada prejuicios, soberbia e intolerancia. Visto así, Polanski, al igual que Yasmina Reza, bascula toda su energía en relatar el proceso de degradación que sufren dos matrimonios, los Longstreet y los Cowan, una tarde cualquiera mientras se reúnen para solucionar un incidente entre sus respectivos hijos. Lo que arranca como una charla distendida y racional en la que los Cowan intenta disculpar el comportamiento de su hijo –ha pegado con un palo al hijo de los Longstreet– terminará en la más pura irracionalidad, aderezada con alcohol y con los mismos comportamientos violentos que les han reunido.
La maestría del director no reside esta vez en sus movimientos de cámara, o en su punto de vista: estamos ante una pieza teatral, y eso Polanski no lo esconde, más bien al contrario: exprime al máximo ese entorno claustrofóbico en el que sitúa a sus cuatro personajes, protagonistas de su particular Ángel exterminador. Una taza de café es por dos veces la zanahoria que atrapa a los Cowen en ese redil y que convierte Un dios salvaje en una obra de inteligencia narrativa. Su arranque nos atrapa y nos engaña sutílmente a través de un tono de comedia negra que pronto tornará en tragedia interior cuando los fantasmas de sus protagonistas se adueñen del espacio convirtiendo ese espacio en el terreno de ese dios salvaje del que nos habla el título.
Es sin duda encomiable la labor del cineasta, como lo es también la de sus interpretes, John C. Reilly, Jodie Foster, Kate Winslet y sobre todo el austríaco Christoph Waltz, en un trabajo de contención realmente admirable, con el que todos coinciden apunta directamente al Oscar.
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martes, 29 de noviembre de 2011
"Rampart", el ascenso de Harrelson al olimpo de los Oscar
Trailer de Rampart, película protagonizada por Woody Harrelson, Sigourney Weaver, Robin Wright –entre otros– dirigida por Over Moverman y con guión de James Ellroy. El argumento: los peores y los mejores momentos de un policía corrupto con un singular método para aplicar la justicia.
lunes, 28 de noviembre de 2011
"Luck", la serie más esperada del año
El 29 de enero llega a la pantalla de la HBO una de las series más esperadas del año, Luck, protagonizada por Dustin Hoffman, Nick Nolte, Dennis Farina, Joan Allen, Ian Hart, Tom Payne, Michael Gambon y Jill Hennessy, entre muchos otros, y producida y creada por David Milch y Micahel Mann. Es muy probable que durante la segunda semana de diciembre podamos disponer de un pre-air, pero de momento, un aperitivo.
"Las aventuras de Tintín", frenético espectáculo de acción
Durante muchos años Steven Spielberg ha acariciado la idea de llevar al cine las aventuras del reportero belga Tintín y su perro Milú. Finalmente, y gracias a una eficiente mecánica creativa de efectos digitales –la captura del movimiento ha mejorado sustancialmente desde Polar Express–, la unión de Spielberg y Peter Jackson ha permitido que Tintín se convierta en personaje de la gran pantalla, pero sin perder ni un ápice sus cualidades gráficas.
Nada que objetar pues al talento visual desplegado en Las aventuras de Tintín, menos aún a sus capaces, creíbles y técnicamente perfectos efectos digitale o a su enorme capacidad para seducir con un 3-D a la altura que nada tiene que envidiar al primigenio Avatar. Es, sin embargo, en su avasallador despliegue irrefrenable de acciones donde reside el principal problema. Ni Spielberg, ni Jackson, ni sus guionistas, han sido conscientes de que en la viñeta es el lector-espectador quien decide la pausa y establece el ritmo de la aventura. Algo que en el cine controlan guionista, director y montador, y que en este Tintín se ha convertido en un exagerado festival de acciones a cual más intensa y trepidante, al que el espectador asiste sin posibilidad alguna para tomarse un respiro.
Este espectáculo, digno del Michael Bay más atronador, termina convirtiendo la gran aventura de Tintín en un sufrimiento acumulativo de escenas de acción en el que diálogos y personajes terminan –paradójicamente– desdibujados. Algo que sin embargo muchos admitirán porque la destreza técnica visual es tan brillante que supera cualquier crítica argumental.
El guión, cóctel de varias aventuras del reportero creado por Hergé –además de El Secreto del Unicornio, incluye retales de El cangrejo de las pinzas de oro y El tesoro de Rackham El Rojo– demuestra sin embargo su alejamiento de los Transformers de Bay y su cercanía con Indiana Jones, personaje en el que muchos creyeron ver –con sólidos argumentos– rasgos y evidencias de Tintín (aunque el propio Spielberg ha admitido conocer justo después de su primera entrega) . El Secreto del Unicornio, en el que se percibe el talento de Steven Moffat, uno de los mejores guionistas británicos de ficción –Sherlock Homes 2011, Doctor Who–, está lleno de guiños y homenajes al arqueólogo, y es ahí donde Spielberg y Jackson juegan su mejor baza. Aunque de todos los personajes, sin duda el que se lleva la mejor parte es –curiosamente– el perro Milú, auténtico cerebro de la aventura cuya intuición y pericia terminan dejando a Tintín, Haddock y los gemelos Dupont en un elegante segundo plano.
Habrá que esperar a una segunda entrega, o quizá a una tercera, cuya continuidad nadie pone en duda –el propio Spielberg ya ha adelantado que puede llegar hasta una tercera parte–, para certificar todas las cualidades de este héroe del cómic de los 40 y 50 que, por el momento, se nos antoja un tanto abducido por un frenético espectáculo de acción sin fin.
+ Info.
Nada que objetar pues al talento visual desplegado en Las aventuras de Tintín, menos aún a sus capaces, creíbles y técnicamente perfectos efectos digitale o a su enorme capacidad para seducir con un 3-D a la altura que nada tiene que envidiar al primigenio Avatar. Es, sin embargo, en su avasallador despliegue irrefrenable de acciones donde reside el principal problema. Ni Spielberg, ni Jackson, ni sus guionistas, han sido conscientes de que en la viñeta es el lector-espectador quien decide la pausa y establece el ritmo de la aventura. Algo que en el cine controlan guionista, director y montador, y que en este Tintín se ha convertido en un exagerado festival de acciones a cual más intensa y trepidante, al que el espectador asiste sin posibilidad alguna para tomarse un respiro.
Este espectáculo, digno del Michael Bay más atronador, termina convirtiendo la gran aventura de Tintín en un sufrimiento acumulativo de escenas de acción en el que diálogos y personajes terminan –paradójicamente– desdibujados. Algo que sin embargo muchos admitirán porque la destreza técnica visual es tan brillante que supera cualquier crítica argumental.
El guión, cóctel de varias aventuras del reportero creado por Hergé –además de El Secreto del Unicornio, incluye retales de El cangrejo de las pinzas de oro y El tesoro de Rackham El Rojo– demuestra sin embargo su alejamiento de los Transformers de Bay y su cercanía con Indiana Jones, personaje en el que muchos creyeron ver –con sólidos argumentos– rasgos y evidencias de Tintín (aunque el propio Spielberg ha admitido conocer justo después de su primera entrega) . El Secreto del Unicornio, en el que se percibe el talento de Steven Moffat, uno de los mejores guionistas británicos de ficción –Sherlock Homes 2011, Doctor Who–, está lleno de guiños y homenajes al arqueólogo, y es ahí donde Spielberg y Jackson juegan su mejor baza. Aunque de todos los personajes, sin duda el que se lleva la mejor parte es –curiosamente– el perro Milú, auténtico cerebro de la aventura cuya intuición y pericia terminan dejando a Tintín, Haddock y los gemelos Dupont en un elegante segundo plano.
Habrá que esperar a una segunda entrega, o quizá a una tercera, cuya continuidad nadie pone en duda –el propio Spielberg ya ha adelantado que puede llegar hasta una tercera parte–, para certificar todas las cualidades de este héroe del cómic de los 40 y 50 que, por el momento, se nos antoja un tanto abducido por un frenético espectáculo de acción sin fin.
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domingo, 27 de noviembre de 2011
"5 metros cuadrados", la cruda realidad
5 metros cuadrados es el fiel reflejo de una situación dramática que en los últimos años han padecido –todavía padecen y padecerán– muchos españoles: la salvaje especulación inmobiliaria detonante y una de las razones de la actual crisis económica. La película intenta retratar ese modelo desde el punto de vista de sus víctimas, la pareja formada por Álex y Virginia. A punto de casarse, con el dinero justo y un futuro laboral algo incierto, toman la desafortunada decisión de comprarse un piso sobre plano: o lo que es lo mismo, pagar una entrada por un piso que todavía no está ni medio construido. Una práctica que ha llevado a la ruina y la desesperación a muchas familias, víctimas, como los protagonistas de esta historia, de constructores ambiciosos que en connivencia con políticos corruptos han dado forma a una nueva clase de ladrones: los especuladores inmobiliarios.
Max Lemcke ha conseguido encajar de forma perfecta –al menos durante la primera parte de la película– el drama con un finísimo humor negro que, en algunos momentos, nos recuerda lo mejor de Azcona, Berlanga y Ferreri. Sin embargo, Lemcke ha desaprovechado una magnífica oportunidad para soltar todas las cargas de profundidad que se merecen semejantes vilezas, y se ha quedado a medio camino en parte debido a un final que ni contenta, ni remata un drama que se nos antoja, como espectadores, mucho más complejo y profundo de lo que se plantea en el guión. Hay también poco interés por desarrollar la relación entre los dos protagonistas, magníficamente interpretados por Fernando Tejero y Malena Alterio, pareja que destila una innegable vis cómica –así nos lo han mostrado en la serie Aquí no hay quien viva y en películas como Torremolinos 73, Días de cine o Al final del camino–, y que se nos presentan en una serie de secuencias que aisladas funcionan bien, pero que no hacen avanzar la historia. La falta de solidez del guión se aprecia también en la vaga presencia de los personajes del constructor y el político, ambos fundamentales en el desarrollo del relato y que sin embargo sólo aparecen esbozados y, quizá, excesivamente estereotipados.
5 metros cuadrados sirve para certificar el bajo nivel del cine español presentado en el último Festival de Málaga, ya que de otro modo no se entiende que este segundo –y correcto– trabajo de Max Lemcke haya sido capaz de acumular tantos premios, entre ellos el de la Biznaga de oro a la Mejor Película.
Pero con todos los reparos que se le quieran poner o incluso con sus errores, 5 metros cuadrados responde a una necesidad por la que nuestro cine ha pasado prácticamente de soslayo: el retrato actual de nuestros males sociales y económicos. Y sólo por eso, por su corrección y por su extraño humor negro, merece nuestra atención.
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Max Lemcke ha conseguido encajar de forma perfecta –al menos durante la primera parte de la película– el drama con un finísimo humor negro que, en algunos momentos, nos recuerda lo mejor de Azcona, Berlanga y Ferreri. Sin embargo, Lemcke ha desaprovechado una magnífica oportunidad para soltar todas las cargas de profundidad que se merecen semejantes vilezas, y se ha quedado a medio camino en parte debido a un final que ni contenta, ni remata un drama que se nos antoja, como espectadores, mucho más complejo y profundo de lo que se plantea en el guión. Hay también poco interés por desarrollar la relación entre los dos protagonistas, magníficamente interpretados por Fernando Tejero y Malena Alterio, pareja que destila una innegable vis cómica –así nos lo han mostrado en la serie Aquí no hay quien viva y en películas como Torremolinos 73, Días de cine o Al final del camino–, y que se nos presentan en una serie de secuencias que aisladas funcionan bien, pero que no hacen avanzar la historia. La falta de solidez del guión se aprecia también en la vaga presencia de los personajes del constructor y el político, ambos fundamentales en el desarrollo del relato y que sin embargo sólo aparecen esbozados y, quizá, excesivamente estereotipados.
5 metros cuadrados sirve para certificar el bajo nivel del cine español presentado en el último Festival de Málaga, ya que de otro modo no se entiende que este segundo –y correcto– trabajo de Max Lemcke haya sido capaz de acumular tantos premios, entre ellos el de la Biznaga de oro a la Mejor Película.
Pero con todos los reparos que se le quieran poner o incluso con sus errores, 5 metros cuadrados responde a una necesidad por la que nuestro cine ha pasado prácticamente de soslayo: el retrato actual de nuestros males sociales y económicos. Y sólo por eso, por su corrección y por su extraño humor negro, merece nuestra atención.
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viernes, 25 de noviembre de 2011
"Amanecer 1ª parte", bodas y viajes
No hace falta preguntarse qué ha llevado a los productores de la serie de Crepúsculo a dividir su última entrega –así lo deseamos– en dos partes: todos sabemos que ha sido el dinero. Lo que si cabe preguntarse es, ya tomada esa decisión, en qué se ha invertido tamaño presupuesto, porque obviamente no ha sido en conseguir un guión minimamente acorde y entretenido con el supuesto –e increíblemente ñoño– mundo fantástico de sus protagonistas.
Las reacciones que consigue Amanecer (parte I) son, bostezos y sonoras carcajadas, por este orden. Y es que durante una hora y media de película, lo único que han sido capaces de contarnos guionista y director ha sido el bodorrio del vampiro Edward con su futura vampira Bella. El resto, unos veinte minutos, se lo dejan a los –desastrosos y peligrosos– resultados de una idílica luna de miel en un paraíso brasileño. Así pues, esta cuarta entrega se puede resumir como un súper anuncio –extensísimo y caro– de agencia de viajes para parejas ricas.
Quien escribe estas líneas no ha tenido el placer –o mejor dicho, la fortuna– de haberse visto las tres entregas anteriores, y sólo puede juzgar el producto en función de lo que es y se ve, jamás sobre lo que ha sido y le precede. Y visto así, Amanecer (parte I) resulta, ñoña, absurda, aburrida y, lo que es más grave, innecesaria.
No sabemos si Bill Condon, su director, es consciente de que esta partición –teniendo en cuenta lo insulso de su argumento– no beneficia en nada ni a la saga ni a su trabajo como director. No podemos hablar tampoco de los actores, ya que su lugar parece haber sido ocupado por un grupo de maniquíes que parecen salidos de una fiesta de Golpes Bajos y cuyo único mérito es que no se les caigan los dientes postizos. Así pues, esperemos –yo desde luego no lo haré– a esa tan ansiada segunda parte que redima –hazaña harto complicada– los males de esta cuarta entrega.
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Las reacciones que consigue Amanecer (parte I) son, bostezos y sonoras carcajadas, por este orden. Y es que durante una hora y media de película, lo único que han sido capaces de contarnos guionista y director ha sido el bodorrio del vampiro Edward con su futura vampira Bella. El resto, unos veinte minutos, se lo dejan a los –desastrosos y peligrosos– resultados de una idílica luna de miel en un paraíso brasileño. Así pues, esta cuarta entrega se puede resumir como un súper anuncio –extensísimo y caro– de agencia de viajes para parejas ricas.
Quien escribe estas líneas no ha tenido el placer –o mejor dicho, la fortuna– de haberse visto las tres entregas anteriores, y sólo puede juzgar el producto en función de lo que es y se ve, jamás sobre lo que ha sido y le precede. Y visto así, Amanecer (parte I) resulta, ñoña, absurda, aburrida y, lo que es más grave, innecesaria.
No sabemos si Bill Condon, su director, es consciente de que esta partición –teniendo en cuenta lo insulso de su argumento– no beneficia en nada ni a la saga ni a su trabajo como director. No podemos hablar tampoco de los actores, ya que su lugar parece haber sido ocupado por un grupo de maniquíes que parecen salidos de una fiesta de Golpes Bajos y cuyo único mérito es que no se les caigan los dientes postizos. Así pues, esperemos –yo desde luego no lo haré– a esa tan ansiada segunda parte que redima –hazaña harto complicada– los males de esta cuarta entrega.
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jueves, 24 de noviembre de 2011
"Anonymous", fue o no fue Shakespeare
Lo más sorprendente de Anonymous, al margen de su inusual propuesta literaria, es la presencia de un director tan alejado de propuestas semejantes como puede ser Roland Emmerich. Que la misma persona que ha puesto en marcha proyectos tan épicos y comerciales como insustanciales –Stargate, Independence Day, Godzilla, El día de mañana o 2012, por poner unos cuantos ejemplos– se haya interesado por el guión de John Orloff puede resultar, como mínimo, sospechoso.
La realidad es que Emmerich llevaba tiempo buscando una historia relacionada con el entorno Shaskespiriano, algo que Anonymous le ha brindado en bandeja de plata, con el añadido de remover la polémica sobre la autoría de las obras de uno de los mayores escritores en lengua inglésa. Según los “conspiranoicos” de esta teoría que guionista y director han llevado a la pantalla, el verdadero autor de las obras firmadas por William Shakespeare no es otro que Edgard de Vere, Conde de Oxford. En medio de un entorno favorable para la dramaturgia, una Inglaterra dominada por la reina Isabel con mano de hierro, pero sugerida primero por William Cecil y por su hijo Robert Cecil después, se suceden las intrigas para conseguir la caída de la Reina y con ella de la dinastía de los Tudor. Un escenario por el que desfilan autores como Ben Jonson o Christopher Marlowe, con una trama fundamental cuyo objetivo es demostrarnos que la razón por la que surge la presunta obra de Shakespeare-De Vere, que no es otra que el amor.
Teorias a parte, Emmerich demuestra defenderse con bastante soltura en este entorno de la Inglaterra del siglo XVI: sus personajes resultan creíbles, su estilo visual es vigoroso y los actores –casi todos– responden de forma consecuente a lo que de ellos se espera. Con lo cual, Anonymous termina resultando una espectáculo entretenido, con un ritmo dosificado y con un final previsible, pero no por ello menos interesante.
Tan sorprendente como la presencia de Emmerich es la elección de su protagonista, Rhys Ifans, un actor que para muchos ha dejado una huella imborrable merced a personajes tan extravagantes como ridículos en comedias como Notting Hill, Little Nicky o más recientemente en el último Harry Potter. Sin embargo, su versatilidad y su sólida experiencia en la escena británica le permiten llegar al corazón del personaje, ayudado sin duda por actores de peso como David Thewlis o la mismísima Vanesa Redgrave, esta última dando vida a una pletórica y sensible Reina Isabel I.
Seguramente los más puristas abominarán de este producto made in Emmerich, por excesivamente simple y comercial. La realidad es que el resultado, sin llegar a los niveles que probablemente le hubiese dotado a la historia un Kenneth Brannagh, es el de un trabajo más que digno con destellos de brillantez.
+ Info.
La realidad es que Emmerich llevaba tiempo buscando una historia relacionada con el entorno Shaskespiriano, algo que Anonymous le ha brindado en bandeja de plata, con el añadido de remover la polémica sobre la autoría de las obras de uno de los mayores escritores en lengua inglésa. Según los “conspiranoicos” de esta teoría que guionista y director han llevado a la pantalla, el verdadero autor de las obras firmadas por William Shakespeare no es otro que Edgard de Vere, Conde de Oxford. En medio de un entorno favorable para la dramaturgia, una Inglaterra dominada por la reina Isabel con mano de hierro, pero sugerida primero por William Cecil y por su hijo Robert Cecil después, se suceden las intrigas para conseguir la caída de la Reina y con ella de la dinastía de los Tudor. Un escenario por el que desfilan autores como Ben Jonson o Christopher Marlowe, con una trama fundamental cuyo objetivo es demostrarnos que la razón por la que surge la presunta obra de Shakespeare-De Vere, que no es otra que el amor.
Teorias a parte, Emmerich demuestra defenderse con bastante soltura en este entorno de la Inglaterra del siglo XVI: sus personajes resultan creíbles, su estilo visual es vigoroso y los actores –casi todos– responden de forma consecuente a lo que de ellos se espera. Con lo cual, Anonymous termina resultando una espectáculo entretenido, con un ritmo dosificado y con un final previsible, pero no por ello menos interesante.
Tan sorprendente como la presencia de Emmerich es la elección de su protagonista, Rhys Ifans, un actor que para muchos ha dejado una huella imborrable merced a personajes tan extravagantes como ridículos en comedias como Notting Hill, Little Nicky o más recientemente en el último Harry Potter. Sin embargo, su versatilidad y su sólida experiencia en la escena británica le permiten llegar al corazón del personaje, ayudado sin duda por actores de peso como David Thewlis o la mismísima Vanesa Redgrave, esta última dando vida a una pletórica y sensible Reina Isabel I.
Seguramente los más puristas abominarán de este producto made in Emmerich, por excesivamente simple y comercial. La realidad es que el resultado, sin llegar a los niveles que probablemente le hubiese dotado a la historia un Kenneth Brannagh, es el de un trabajo más que digno con destellos de brillantez.
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miércoles, 23 de noviembre de 2011
Ryan O'Neal en "The Driver" (1978)
¿Con quien te subirías antes a un coche, con Ryan Gosling, protagonista de DRIVE (2011), o con Ryan O'Neal protagonista de THE DRIVER (1978)?
martes, 22 de noviembre de 2011
"La guerra de los botones", niños jugando a la guerra
Hace casi 50 años el director francés Yves Robert adaptó al cine la novela de Louis Pergaud La guerra de los botones –La guerre de boutons en original–, una historia en la que dos grupos de jóvenes de dos pueblos vecinos iniciaban una guerra simbólica que les serviría de tránsito e iniciación a la madurez. Su grato recuerdo ha perdurado en la memoria cinematográfica del también director Christophe Barratier que ha querido adaptar de nuevo la novela, con alguna que otra licencia: por ejemplo, mientras Robert situaba su historia en su misma época, a principios de los 60, Barratier en cambio ha preferido remontarse hasta los años de la ocupación nazi, aprovechando así todo el sustrato dramático que esa época permite. Así, además de la lucha de esos niños, nos ofrece como telón de fondo la división y los enfrentamientos entre franceses colaboracionistas y la resistencia, sazonado con algún que otro tópico sobre la persecución de judios.
Barratier, que tan buenos momentos nos ofreció con Los niños del coro –otro drama también protagonizado por niños– ha querido repetir la experiencia con un guión menos singular, más dramático y peor estructurado. En su guerra pesan quizá demasiado los argumentos políticos y una cierta simplicidad a la hora de componer personajes malos, lo que los termina convirtiendo en meras caricaturas sin matices. Es sin embargo en la dirección de los personajes infantiles más tiernos donde Barrantier toca la fibra y consigue que, con una simple frase o una mirada, esos personajes muestren sus mejores armas: la credibilidad y la inocencia.
Los actores maduros defienden como pueden unos personajes mucho más planos que los infantiles. Y entre ellos destacan Kad Merad y Laetitia Casta, por encima de Guillaume Canet o del propio Gerard Jugnot.
La guerra de los botones –originalmente La nouvelle guerre des boutons– es una aproximación a la novela de Pergaud algo irregular salvada de una mediocridad incipiente gracias a la ternura de algunos de sus personajes, y sobre todo a la sencillez narrativa de su planteamiento.
+ Info.
Barratier, que tan buenos momentos nos ofreció con Los niños del coro –otro drama también protagonizado por niños– ha querido repetir la experiencia con un guión menos singular, más dramático y peor estructurado. En su guerra pesan quizá demasiado los argumentos políticos y una cierta simplicidad a la hora de componer personajes malos, lo que los termina convirtiendo en meras caricaturas sin matices. Es sin embargo en la dirección de los personajes infantiles más tiernos donde Barrantier toca la fibra y consigue que, con una simple frase o una mirada, esos personajes muestren sus mejores armas: la credibilidad y la inocencia.
Los actores maduros defienden como pueden unos personajes mucho más planos que los infantiles. Y entre ellos destacan Kad Merad y Laetitia Casta, por encima de Guillaume Canet o del propio Gerard Jugnot.
La guerra de los botones –originalmente La nouvelle guerre des boutons– es una aproximación a la novela de Pergaud algo irregular salvada de una mediocridad incipiente gracias a la ternura de algunos de sus personajes, y sobre todo a la sencillez narrativa de su planteamiento.
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lunes, 21 de noviembre de 2011
"30 minutos o menos", gamberros disfrazados de monos
Construir una comedia estándar para Hollywood se basa en tres premisas básicas: un guión con personajes extravagantes y diálogos discordantes; unos actores más o menos conocidos por comedias previas que aseguren unas cuantas carcajadas; y un poco de acción bien dosificada. El resto lo pone una dirigida y bien encauzada campaña de marketing. 30 minutos o menos cumple casi a rajatabla esos requisitos. Y por eso probablemente consiga una más que discreta taquilla.
Su guión, cuentan, estuvo vagando de productora en productora hasta que consiguió entrar en la llamada “lista negra”, dónde van a parar los mejores guiones pendientes de producir. De sus actores destacan Jesse Eissenberg y Danny McBride, sobre quienes recae buena parte del peso cómico de la historia. Ambos, y con la ayuda de Nick Swardson y Aziz Ansari, defienden por momentos gags extraños y diálogos que por extravagantes y absurdos terminan provocando alguna que otra carcajada. Y si a eso le añadimos un leve toque de acción provocado por varias persecuciones en coche y algún que otro tiroteo, ya tenemos montada la comedia gamberra para adolescentes de este mes de noviembre.
Contratar a Ruben Fleischer, director de Bienvenidos a Zombieland –así como a su protagonista, Jesse Eissenberg– es toda una declaración de intenciones. Porque ese es el modelo de comedia en el que estaban pensando sus productores y a quien parecerse, sin conseguirlo. Su alocada aventura se queda finalmente en una gamberrada, que divertirá a algunos y que otros olvidaremos rápidamente. Pero que en cualquiera de sus variantes servirá de aliciente económico para que el equipo artístico siga haciendo cine. Ojalá de mejor calidad que éste.
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Su guión, cuentan, estuvo vagando de productora en productora hasta que consiguió entrar en la llamada “lista negra”, dónde van a parar los mejores guiones pendientes de producir. De sus actores destacan Jesse Eissenberg y Danny McBride, sobre quienes recae buena parte del peso cómico de la historia. Ambos, y con la ayuda de Nick Swardson y Aziz Ansari, defienden por momentos gags extraños y diálogos que por extravagantes y absurdos terminan provocando alguna que otra carcajada. Y si a eso le añadimos un leve toque de acción provocado por varias persecuciones en coche y algún que otro tiroteo, ya tenemos montada la comedia gamberra para adolescentes de este mes de noviembre.
Contratar a Ruben Fleischer, director de Bienvenidos a Zombieland –así como a su protagonista, Jesse Eissenberg– es toda una declaración de intenciones. Porque ese es el modelo de comedia en el que estaban pensando sus productores y a quien parecerse, sin conseguirlo. Su alocada aventura se queda finalmente en una gamberrada, que divertirá a algunos y que otros olvidaremos rápidamente. Pero que en cualquiera de sus variantes servirá de aliciente económico para que el equipo artístico siga haciendo cine. Ojalá de mejor calidad que éste.
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jueves, 17 de noviembre de 2011
"El gato desaparece" de Carlos Sorin
Fotografía de "Donatello"(a la izquierda) uno de los protagonistas del largo El gato desaparece del cineasta argentino Carlos Sorín (a la derecha).
"Tiburón 3-D", truco sin trato
En un época de crisis tan galopante como la que que nos encontramos y que, quien más quien menos padecemos, resulta incomprensible que una productora derroche una ingente cantidad de dinero en un producto tan innecesario, tan vacuo y tan bochornosamente espantoso como este Tiburón 3-D. No hay excusas capaces de avalar semejante desaguisado. Ni por público –¿el juvenil que acude a las salas en busca de sangre y carnaza tipo Saw?– ni por prescripción de una tecnología tan –ridículamente aquí– sugerente como es un 3-D de pacotilla que deja en entredicho el futuro de un sistema que comienza a mostrar síntomas de enfermedad terminal a los pocos años de su nacimiento.
Es por tanto un truco innecesario, una operación comercial deleznable, e incluso indigna del peor de los esbirros de Lehman Brothers, sacar a la luz una nueva entrega del Tiburón que con tanto mimo y esmero encumbró a Spielberg al olimpo de los dioses del cine. Un pecado que, ojalá, acabe en la papelera de algún videoclub on line, o tal vez en un festival de psicópatas frikis hartos de basura cinéfila.
Los culpables de todo esto son: Will Hayes y Jesse Studenberg, en el guión, y David R. Ellis en la dirección. En el currículum de este último nos podemos encontrar con obras igual de abyectas e innecesarias como la que nos ocupa: Destino final 2 y 4 y Serpientes en el avión. En el caso de ésta última, su única aportación, sólo apta para los fans más friquis, eran un puñado de frases que solo un tipo como Samuel L. Jackson puede sostener e incluso elevar a clásicos de serie B.
En Tiburón 3-D, en cambio, sin estrellas ni actores de calado, sus espantosos diálogos sólo producen asombro y sonoras carcajadas. Ese misterio mouriñista –“¿por qué?”– quedará sepultado porque en realidad a nadie debe importar este tiburón de mercadillo que se mueve entre lo peor de cine teenager de terror y que, esperemos, su productora no repita nunca más.
Es por tanto un truco innecesario, una operación comercial deleznable, e incluso indigna del peor de los esbirros de Lehman Brothers, sacar a la luz una nueva entrega del Tiburón que con tanto mimo y esmero encumbró a Spielberg al olimpo de los dioses del cine. Un pecado que, ojalá, acabe en la papelera de algún videoclub on line, o tal vez en un festival de psicópatas frikis hartos de basura cinéfila.
Los culpables de todo esto son: Will Hayes y Jesse Studenberg, en el guión, y David R. Ellis en la dirección. En el currículum de este último nos podemos encontrar con obras igual de abyectas e innecesarias como la que nos ocupa: Destino final 2 y 4 y Serpientes en el avión. En el caso de ésta última, su única aportación, sólo apta para los fans más friquis, eran un puñado de frases que solo un tipo como Samuel L. Jackson puede sostener e incluso elevar a clásicos de serie B.
En Tiburón 3-D, en cambio, sin estrellas ni actores de calado, sus espantosos diálogos sólo producen asombro y sonoras carcajadas. Ese misterio mouriñista –“¿por qué?”– quedará sepultado porque en realidad a nadie debe importar este tiburón de mercadillo que se mueve entre lo peor de cine teenager de terror y que, esperemos, su productora no repita nunca más.
miércoles, 16 de noviembre de 2011
"Tímidos anónimos", pecado de humildad
El francés Jean-Pierre Ameris comparte con Jean-Pierre Jeunet –además del nombre– un especial cariño hacia los personajes que, bajo la piel de la cotidianidad, esconden al más maravilloso y heróico de los seres. Así eran los protagonistas de Delicatessen y, con un énfasis mucho mayor, su obra cumbre, Amelie. Tímidos anónimos cumple muchos de esos requisitos. De entrada se trata de un cuento sobre dos personajes a quienes la timidez les ha impedido realizar muchos de sus sueños, empezando por expresar y hacer público su amor. Y aunque el estilo de Ameris es menos detallista que el de Jeunet, su planificación, sus colores, su musicalidad e incluso las reacciones de sus personajes, responden a un punto de vista común.
La única pega que se le puede poner a esta entretenida comedia romántica es precisamente su excesiva timidez, su falta de pretensiones, a la hora de abordar a unos personajes y una historia tan original. La humildad del planteamiento y la falta de profundidad, hace que la película quede reducida tan sólo a unas cuantas secuencias que, quizá, en otras manos –Jeunet sin ir más lejos– se habrían convertido en una historia de amor más apasionante, probablemente más larga y con alguna que otra subtrama alternativa a la de los protagonistas. Tímidos anónimos es una historia romántica con forma de cuento de –no llega– hora y media que no empalaga, que entretiene y se digiere con muchísima facilidad. No sólo por su duración, si no por un guión y unos diálogos acertados, y por las interpretaciones de sus dos protagonistas: Benoît Poelvoorde, habitual de la comedia y al que hemos visto hace poco en el taquillazo del cine francés Nada que declarar, e Isabelle Carré, actriz por la que Ameris parece sentir una especial predilección al haberla convertido en protagonista de sus dos últimas películas.
La única pega que se le puede poner a esta entretenida comedia romántica es precisamente su excesiva timidez, su falta de pretensiones, a la hora de abordar a unos personajes y una historia tan original. La humildad del planteamiento y la falta de profundidad, hace que la película quede reducida tan sólo a unas cuantas secuencias que, quizá, en otras manos –Jeunet sin ir más lejos– se habrían convertido en una historia de amor más apasionante, probablemente más larga y con alguna que otra subtrama alternativa a la de los protagonistas. Tímidos anónimos es una historia romántica con forma de cuento de –no llega– hora y media que no empalaga, que entretiene y se digiere con muchísima facilidad. No sólo por su duración, si no por un guión y unos diálogos acertados, y por las interpretaciones de sus dos protagonistas: Benoît Poelvoorde, habitual de la comedia y al que hemos visto hace poco en el taquillazo del cine francés Nada que declarar, e Isabelle Carré, actriz por la que Ameris parece sentir una especial predilección al haberla convertido en protagonista de sus dos últimas películas.
lunes, 14 de noviembre de 2011
"Detrás de las paredes", giros insostenibles
Cuesta creer que el mismo Jim Sheridan cineasta y creador de trabajos tan emcionantes como Mi pie izquierdo, En el nombre del padre, The Boxer o In America, sea el mismo que está tras la cámara de este thriller de bajas aspiraciones rebautizado aquí –paradójicamente– como Detrás de las paredes.
Los créditos nos dicen que sí y su excelente dirección de actores parece confirmarlo en muchas de sus secuencias. Sin embargo, el desaguisado de un guión flojo, cuando no absurdo, deja a la luz los gravísimos problemas de producción de un filme del que el propio Sheridan reniega, renunciando públicamente a su autoría.
Detrás de las paredes quiere parecerse –como su director avanza en las entrevistas promocionales– a Los Otros y también a El Sexto Sentido, y a veces hasta a Ghost. Por desgracia no es ni remotamente próxima a los experimentos sobrenaturales de Amenábar o de Shyamalan, a pesar de las intenciones del propio Sheridan. La realidad es que Detrás de las paredes comienza como una película sobre fantasmas y casas encantadas, pero a los cuarenta minutos, y merced a un giro de guión tan inesperado como ridículo, se convierte en otra cosa, en otra película, que no vamos a desvelar, ni lo merece.
Salvada en determinados momentos por las interpretaciones de actores con talento y recursos sobradamente demostrados como Daniel Craig, Rachel Weisz o Naomi Watts, la película no convence ni a su propio director, quien tuvo sus más y sus menos con guionista y productores sobre el enfoque que debía sostener la historia. Al final, como sucede en Hollywood, han sido estos últimos –los productores– quienes le han dado el final cut, el corte final, a un relato tristemente embrutecido por un guión inconsistente que ni asusta ni aterroriza.
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Los créditos nos dicen que sí y su excelente dirección de actores parece confirmarlo en muchas de sus secuencias. Sin embargo, el desaguisado de un guión flojo, cuando no absurdo, deja a la luz los gravísimos problemas de producción de un filme del que el propio Sheridan reniega, renunciando públicamente a su autoría.
Detrás de las paredes quiere parecerse –como su director avanza en las entrevistas promocionales– a Los Otros y también a El Sexto Sentido, y a veces hasta a Ghost. Por desgracia no es ni remotamente próxima a los experimentos sobrenaturales de Amenábar o de Shyamalan, a pesar de las intenciones del propio Sheridan. La realidad es que Detrás de las paredes comienza como una película sobre fantasmas y casas encantadas, pero a los cuarenta minutos, y merced a un giro de guión tan inesperado como ridículo, se convierte en otra cosa, en otra película, que no vamos a desvelar, ni lo merece.
Salvada en determinados momentos por las interpretaciones de actores con talento y recursos sobradamente demostrados como Daniel Craig, Rachel Weisz o Naomi Watts, la película no convence ni a su propio director, quien tuvo sus más y sus menos con guionista y productores sobre el enfoque que debía sostener la historia. Al final, como sucede en Hollywood, han sido estos últimos –los productores– quienes le han dado el final cut, el corte final, a un relato tristemente embrutecido por un guión inconsistente que ni asusta ni aterroriza.
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viernes, 11 de noviembre de 2011
"The Thing", precuela previsible
Pocas películas han sido capaces de superar un arranque tan hipnóticamente misterioso e intrigante –un perro recorre un paraje de la Antártida perseguido por un tipo que le dispara desde un helicóptero– como el que construyó John Carpenter en La Cosa, allá por 1982, y que junto con un original planteamiento y unos efectos a la altura, han convertido la película en un clásico del género.
Casi treinta años después, Marc Abraham y Eric Newman –productores de El amanecer de los muertos, El último exorcismo–, por encargo de Universal, se han aventurado no con un remake sino con lo que ya se conoce con el nombre de precuela –George Lucas y su Star Wars I, II y III fue el fundador del género–, es decir una película que cuenta el origen de los personajes de la primera. En definitiva, un lío en el que hay que fijarse lo justo. La realidad es que los productores han puesto en marcha la máquina de hacer dinero recuperando un clásico –que dicho sea de paso, el propio Carpenter recuperó basándose, además de en el relato de John W. Campbell Jr. y en la película de 1951 El enigma del otro mundo–, y en lugar de hacer el típico remake han preferido bucear en el pasado de la historia original. Aunque el resultado, no es muy diferente. Más bien todo lo contrario: estamos ante la primera precuela-remake. Y es así porque la única diferencia entre ésta y la de Carpenter es que aquí quien lleva la voz cantante no es un hombre –Kurt Russell–, sino una mujer, interpretada por Mary Elizabeth Winstead (La Jungla 4.0, Scott Pilgrim).
Para certificar que se trata de un producto muy próximo a la serie B, los productores no se han roto la cabeza –ni el bolsillo– y han optado por contratar a Matthijs van Heijningen Jr., director holandés, prácticamente desconocido, que resuelve con aprobado alto su debut en el largometraje. Más grave en este film, diríamos casi imperdonable, es su falta de tacto e inteligencia a la hora de resolver la presentación del engendro-criatura, ya que su devoción por el original ha llevado a productores y director a mimetizar unos efectos especiales que, allá por los ochenta, funcionaron e incluso recibieron menciones, pero que aplicados al año 2011 resultan, poco menos que ridículos. Superado ese –gran– problema y los continuos cambios de idioma –de noruego a inglés para quienes apuesten por la versión original–, La Cosa entretiene y atrapa casi en la misma medida que la de Carpenter. Y para el final, el inicio de Carpenter, con la inquietante partitura de Morricone incluida, una banda sonora que a los creadores de los Razzie no debió agradarles en exceso, ya que la seleccionaron precisamente en esa categoría de los Anti-Oscar.
Casi treinta años después, Marc Abraham y Eric Newman –productores de El amanecer de los muertos, El último exorcismo–, por encargo de Universal, se han aventurado no con un remake sino con lo que ya se conoce con el nombre de precuela –George Lucas y su Star Wars I, II y III fue el fundador del género–, es decir una película que cuenta el origen de los personajes de la primera. En definitiva, un lío en el que hay que fijarse lo justo. La realidad es que los productores han puesto en marcha la máquina de hacer dinero recuperando un clásico –que dicho sea de paso, el propio Carpenter recuperó basándose, además de en el relato de John W. Campbell Jr. y en la película de 1951 El enigma del otro mundo–, y en lugar de hacer el típico remake han preferido bucear en el pasado de la historia original. Aunque el resultado, no es muy diferente. Más bien todo lo contrario: estamos ante la primera precuela-remake. Y es así porque la única diferencia entre ésta y la de Carpenter es que aquí quien lleva la voz cantante no es un hombre –Kurt Russell–, sino una mujer, interpretada por Mary Elizabeth Winstead (La Jungla 4.0, Scott Pilgrim).
Para certificar que se trata de un producto muy próximo a la serie B, los productores no se han roto la cabeza –ni el bolsillo– y han optado por contratar a Matthijs van Heijningen Jr., director holandés, prácticamente desconocido, que resuelve con aprobado alto su debut en el largometraje. Más grave en este film, diríamos casi imperdonable, es su falta de tacto e inteligencia a la hora de resolver la presentación del engendro-criatura, ya que su devoción por el original ha llevado a productores y director a mimetizar unos efectos especiales que, allá por los ochenta, funcionaron e incluso recibieron menciones, pero que aplicados al año 2011 resultan, poco menos que ridículos. Superado ese –gran– problema y los continuos cambios de idioma –de noruego a inglés para quienes apuesten por la versión original–, La Cosa entretiene y atrapa casi en la misma medida que la de Carpenter. Y para el final, el inicio de Carpenter, con la inquietante partitura de Morricone incluida, una banda sonora que a los creadores de los Razzie no debió agradarles en exceso, ya que la seleccionaron precisamente en esa categoría de los Anti-Oscar.
jueves, 10 de noviembre de 2011
"Margin call", crisis hipotecaria hora cero
De nuevo la crisis, la que padecemos, la que nos aplasta. J.C. Chandor, director y guionista, ha elegido en Margin Call la hora cero: un día cualquiera, unos tipos con sueldos millonarios de un banco de finanzas –uno de esos que se dedican a comprar y vender en nombre de otros, y en el suyo propio, títulos, bonos, acciones, o cualquier cosa que se pueda vender– caen en la cuenta de que tienen entre sus activos una gran cantidad de hipotecas basura, cuyos seguros no valen ni medio dólar. La paradoja es que todo eso sucede el mismo día en el que la empresa decide poner en marcha su política de "recortes". Y precisamente uno de los “recortados”, un cargo intermedio, es quien pondrá en marcha la maquinaria que lo destapará todo. Su descubrimiento, y la revelación a uno de sus discípulos, hará que, para ellos y para el resto del mundo, al día siguiente ya nada sea igual.
En Margin Call no hay nombres pero en nuestro subconsciente resuenan los ecos de Lehman Brothers, su acumulación de títulos sobre hipotecas basura y su caída en picado. Todo contado desde un punto de vista humano. Porque aunque los mercados, la bolsa o las operaciones no tengan ni alma ni carácter, quienes toman las decisiones son personas, individuos inteligentes, pero también irresponsables y ambiciosos, cuyas prioridades son capaces de llevar al mundo hasta una de sus mayores crisis económicas.
Narrada con una estructura muy clara –en muchos momentos nos recuerda a Todos los hombres del presidente– Margin Call es un thriller financiero en toda regla, complemento esclarecedor en la ficción sobre lo que Inside Job nos mostraba como documental. Un guión sin fisuras, basado en personajes, diálogos y decisiones. Compleja por momentos, pero sobre todo intrigante, entretenida, absorbente y magníficamente interpretada, este primer largo de J.C. Chandor, es un relato verosímil sobre lo que pudo ser, y tal vez fue, la caída de Lehman Brothers.
Además del guión, su reparto demuestra que el talento de Stanley Tucci, Jeremy Irons, Paul Bettany, Kevin Spacey, Zachary Quinto –ejerciendo también de productor– y Simon Baker, no tiene nada de casual, y que su presencia eleva la categoría de este aleccionador e interesante filme.
En Margin Call no hay nombres pero en nuestro subconsciente resuenan los ecos de Lehman Brothers, su acumulación de títulos sobre hipotecas basura y su caída en picado. Todo contado desde un punto de vista humano. Porque aunque los mercados, la bolsa o las operaciones no tengan ni alma ni carácter, quienes toman las decisiones son personas, individuos inteligentes, pero también irresponsables y ambiciosos, cuyas prioridades son capaces de llevar al mundo hasta una de sus mayores crisis económicas.
Narrada con una estructura muy clara –en muchos momentos nos recuerda a Todos los hombres del presidente– Margin Call es un thriller financiero en toda regla, complemento esclarecedor en la ficción sobre lo que Inside Job nos mostraba como documental. Un guión sin fisuras, basado en personajes, diálogos y decisiones. Compleja por momentos, pero sobre todo intrigante, entretenida, absorbente y magníficamente interpretada, este primer largo de J.C. Chandor, es un relato verosímil sobre lo que pudo ser, y tal vez fue, la caída de Lehman Brothers.
Además del guión, su reparto demuestra que el talento de Stanley Tucci, Jeremy Irons, Paul Bettany, Kevin Spacey, Zachary Quinto –ejerciendo también de productor– y Simon Baker, no tiene nada de casual, y que su presencia eleva la categoría de este aleccionador e interesante filme.
miércoles, 9 de noviembre de 2011
"Contagio", gélido thriller médico
En marzo de este año Steven Soderbergh anunció que dejaba la dirección de largometrajes, por cansancio y probablemente por aburrimiento. La suya es una carrera a través de una autopista con dos carriles. En uno de ellos, Soderbergh se ha permitido el lujo de escribir y dirigir películas tan personales, singulares y originales, como frías y aburridas. Solaris y El buen alemán son claros ejemplos de ello. En el otro, seguramente por el que le conocerán quienes frecuenten las salas de cine comercial, se encuentran taquillazos como Un romance muy peligroso, Ocean's Eleven y sus dos secuelas. Y entre ambos ha firmado películas tan interesantes como Traffic o Erin Brokovich, probablemente sus dos mejores y más reconocidos trabajos.
Su toque moderno –para algunos críticos pedante– como realizador ha quedado definido en muchos de sus trabajos, un sello que se ha hecho evidente sobre todo en Traffic. Quizá por esa razón Soderbergh ha intentado repetir la experiencia en Contagio utilizando para ello una estructura narrativa similar. Y durante más o menos una hora lo consigue gracias a su pulcritud de documentalista, analizando con total frialdad el proceso de contagio de una mortífera epidemia bacteriológica. A partir de su víctima cero, una ejecutiva ejerciendo de relaciones públicas en Hong Kong –Gwyneth Paltrow– y con un guión centrado en los aspectos médicos y políticos, el director avanza con buen ritmo por el sendero del thriller científico.
En un determinado momento, el relato se nos presenta casi como un frío y terrorífico documental sobre zombis. Sólo que los zombis no son tales, sino personas de carne y hueso, las mismas que hace un par de años clamaban por su vidas mientras los autoridades mundiales escondían bajo llave la realidad del tan manoseado virus de la Gripe A. Y ahí es cuando se hace patente el principal problema de Contagio: su falta de empatía, su nula capacidad para emocionarnos con las vidas de sus protagonistas. Ni siquiera la ventaja de contar con un casting plagado de estrellas tan contundentes y emocionales como Marion Cotillard, Kate Winslet, Gwyneth Paltrow, Lawrence Fishburne, Jude Law o Matt Damon –utilizados todos como mero reclamo para publicitar el filme– sirve para acortar distancias con el espectador.
La realidad es que Contagio asusta por su frío realismo político, y su estética –más próxima a La amenaza de Andrómeda que a Estallido–, realzada por una música hipnótica, sirve, básicamente, para que el resultado sea el de una película de terror sin sustos, sin buenos ni malos y con muchísimas zonas grises –el personaje de Matt Damon es inmune al virus, pero nunca se llega a explicar porqué, mientras el de Marion Cotillard queda relegado durante buena parte de la historia– que el guión no ha sabido ni plantear ni resolver. Es un Soderbergh sin artificios ni edulcorantes, que gustará a los fans de sus relatos más personales y desmotivará a quienes esperen un thriller más dramático y comercial.
Su toque moderno –para algunos críticos pedante– como realizador ha quedado definido en muchos de sus trabajos, un sello que se ha hecho evidente sobre todo en Traffic. Quizá por esa razón Soderbergh ha intentado repetir la experiencia en Contagio utilizando para ello una estructura narrativa similar. Y durante más o menos una hora lo consigue gracias a su pulcritud de documentalista, analizando con total frialdad el proceso de contagio de una mortífera epidemia bacteriológica. A partir de su víctima cero, una ejecutiva ejerciendo de relaciones públicas en Hong Kong –Gwyneth Paltrow– y con un guión centrado en los aspectos médicos y políticos, el director avanza con buen ritmo por el sendero del thriller científico.
En un determinado momento, el relato se nos presenta casi como un frío y terrorífico documental sobre zombis. Sólo que los zombis no son tales, sino personas de carne y hueso, las mismas que hace un par de años clamaban por su vidas mientras los autoridades mundiales escondían bajo llave la realidad del tan manoseado virus de la Gripe A. Y ahí es cuando se hace patente el principal problema de Contagio: su falta de empatía, su nula capacidad para emocionarnos con las vidas de sus protagonistas. Ni siquiera la ventaja de contar con un casting plagado de estrellas tan contundentes y emocionales como Marion Cotillard, Kate Winslet, Gwyneth Paltrow, Lawrence Fishburne, Jude Law o Matt Damon –utilizados todos como mero reclamo para publicitar el filme– sirve para acortar distancias con el espectador.
La realidad es que Contagio asusta por su frío realismo político, y su estética –más próxima a La amenaza de Andrómeda que a Estallido–, realzada por una música hipnótica, sirve, básicamente, para que el resultado sea el de una película de terror sin sustos, sin buenos ni malos y con muchísimas zonas grises –el personaje de Matt Damon es inmune al virus, pero nunca se llega a explicar porqué, mientras el de Marion Cotillard queda relegado durante buena parte de la historia– que el guión no ha sabido ni plantear ni resolver. Es un Soderbergh sin artificios ni edulcorantes, que gustará a los fans de sus relatos más personales y desmotivará a quienes esperen un thriller más dramático y comercial.
lunes, 7 de noviembre de 2011
"Sin salida", vehículo para adolescentes
La ventaja de filmes como Sin Salida es que no engañan, ni lo pretenden. La suya es una aventura creada ex profeso para especial lucimiento de ese joven e inexpresivo actor –de tremendo parecido con el mejor tenista del mundo– llamado Taylor Lautner, hoy por hoy un cuerpo agraciado con el que Hollywood mercadea para ganar ingentes cantidades de dinero. Así lo dicta su fama, labrada a golpe de aullido y tableta de abdominales en las tres entregas –por ahora– de la archiconocida serie de Crepúsculo, sobre los relatos de Stephenie Meyer. Más o menos, eso es lo que podemos esperar de Sin salida.
Con un guión donde todo nos suena –a veces demasiado reciente, Salt, Hanna, Colombiana, Nikita– lo único reseñable es disfrutar de las secuencias de acción y de los tiroteos varios. Un arte en el que su director, John Singleton –Justicia poética, Cuatro hermanos, A todo gas 2, Shaft– parece haber puesto todo el empeño, abandonando las prescripciones de un género que el Bourne de Matt Damon y Paul Greengrass ha conseguido redefinir con soltura y brillantez. De eso, aquí, no esperen encontrarse ni los restos. Es más, Sin salida adolece precisamente de eso, de su tardanza a la hora de desligarse de su punto de partida. Así, la trama que domina todo el meollo en cuestión tarda más de veinte minutos plantearse. En ese precioso tiempo, productores, guionista y director, prefieren mostrarnos lo dura y adversa que puede resultar la vida estudiantil de ese niño mono, espécimen perfecto para anuncios de Tommy Hilfigher. Minutos que muchas adolescentes agradecerán y que al resto sólo consiguen aburrirnos.
A modo de anécdota, paradójica, resaltar el hecho de que un cine como el americano sea capaz de poner todas las trabas posibles a las secuencias de sexo o a que sus personajes nos embriaguen con el humo de un cigarro, y sin embargo, no ponen ni un solo pero a que sus protagonistas –como es el caso– luzcan palmito y cara descubierta sin casco cuando se trata de rodar una secuencia a lomos de una moto de alta cilindrada.
Por lo demás, ni la presencia, breve, de la siempre espléndida Maria Bello, de una curtida Sigourney Weaver o del siempre joven Dermott Mulroney, suponen aliciente en este mini-thriller de espías y acción específicamente creado para públicos adolescentes con las hormonas alteradas.
Con un guión donde todo nos suena –a veces demasiado reciente, Salt, Hanna, Colombiana, Nikita– lo único reseñable es disfrutar de las secuencias de acción y de los tiroteos varios. Un arte en el que su director, John Singleton –Justicia poética, Cuatro hermanos, A todo gas 2, Shaft– parece haber puesto todo el empeño, abandonando las prescripciones de un género que el Bourne de Matt Damon y Paul Greengrass ha conseguido redefinir con soltura y brillantez. De eso, aquí, no esperen encontrarse ni los restos. Es más, Sin salida adolece precisamente de eso, de su tardanza a la hora de desligarse de su punto de partida. Así, la trama que domina todo el meollo en cuestión tarda más de veinte minutos plantearse. En ese precioso tiempo, productores, guionista y director, prefieren mostrarnos lo dura y adversa que puede resultar la vida estudiantil de ese niño mono, espécimen perfecto para anuncios de Tommy Hilfigher. Minutos que muchas adolescentes agradecerán y que al resto sólo consiguen aburrirnos.
A modo de anécdota, paradójica, resaltar el hecho de que un cine como el americano sea capaz de poner todas las trabas posibles a las secuencias de sexo o a que sus personajes nos embriaguen con el humo de un cigarro, y sin embargo, no ponen ni un solo pero a que sus protagonistas –como es el caso– luzcan palmito y cara descubierta sin casco cuando se trata de rodar una secuencia a lomos de una moto de alta cilindrada.
Por lo demás, ni la presencia, breve, de la siempre espléndida Maria Bello, de una curtida Sigourney Weaver o del siempre joven Dermott Mulroney, suponen aliciente en este mini-thriller de espías y acción específicamente creado para públicos adolescentes con las hormonas alteradas.
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