Se acaba de estrenar en EE.UU. y promete –veremos– ser el próximo éxito televisivo de la MTV. Death Valley cuenta el día a día de un grupo de policías especializados en cazar monstruos, ya sean zombies, vampiros u hombres lobo. Y visto el argumento y lo que nos ofrece el trailer, se suma a esta moda de bichos sobrenaturales que ha puesto de moda series como True Blood o la más reciente The Walking Dead. La distingue un delirante y finísimo humor negro, y no negro. Vamos que tira bastante para la comedia. Aunque no hay estrellas en el reparto –lo cual a veces se agradece, ya que por un lado propicia la presencia de nuevos talentos y por otro elude los altos costes de producción– entre sus protagonistas destacan Tania Raymonde (a la que hemos visto, sobre todo, en Lost donde daba vida a Alex Rousseau, la hija de Ben Linus), Tobi Meuli (visto en La Red Social) y a Bryan Callen, un cómico apenas conocido (le pueden localizar en un breve papel en Resacón 2, ¡Ahora en Tailandia!).
Y lo mejor: no hay que esperar a que se estrene en España, ya que se puede ver el primer capítulo aquí mismo (tan sólo dura 20 minutos).
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miércoles, 31 de agosto de 2011
"Green Lantern", el Gran Heroe Americano piensa en verde
Da la impresión de que el mundo de los grandes estudios se está tomando cada vez más en serio su negocio, pero en cambio muy en broma a los superhéroes. O eso, o es que en alguno de sus informes estadísticos han descubierto que el público prefiere reirse con los chicos de las mallas y las capas, antes que asumirlos como un mundo paralelo, que es lo que ha hecho el cómic desde hace ya muchos años.
En Green Lantern, o Linterna verde, nos encontramos con algunas de esas cualidades que hemos avanzado. Se trata de un superhéroe poco conocido al que productores, guionistas y director han querido dotar de una vis cómica sin perder de vista el cine de acción, una línea muy fina, que puede llevar al personaje hasta el ridículo, algo que aquí sucede en más de una ocasión. La elección de Ryan Reynolds –que exceptuando esa brillante y claustrofóbica película llama Buried, es más conocido por haberse llevado, boda de por medio, a Scarlett Johansson que por sus cualidades actorales– no parece, sin embargo, la más acertada para tal fin. Sí lo hubiese sido, asumiendo los riesgos, por ejemplo, convertir a Jesse Eisenberg, o Kal Penn, en una Linterna Verde muy próxima a aquel descabellado Gran Heroe Americano interpetrado por el rubio William Katt. A cambio tenemos un superheroe incapaz de expresar algo más allá de su blanca sonrisa, pero eso sí, rebosante de músculos y de belleza. ¿Se puede conseguir con eso una buena película? Difícilmente.
A pesar de todos sus handicaps, que son unos cuantos y evidentes, Green Lantern puede resultar entretenida. Su protagonista, Hal Jordan, juega a ser el chico bala perdida y desastre, pero de buen corazón, que conseguirá llevarse a la chica gracias a eso, bueno a eso y a un anillo que le dota con superpoderes tales como volar por todo el planeta. El ritmo y la acción de la película sostienen a este desconocido heroe que piensa poco y en verde, y que se ha rodeado de algunos de actores de peso –Tim Robbins o Mark Strong– que poco pueden hacer para salvar un producto que será, previsiblemente, arrollado por otros superheroes de mayor peso y envergadura, cinematográficamente hablando.
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En Green Lantern, o Linterna verde, nos encontramos con algunas de esas cualidades que hemos avanzado. Se trata de un superhéroe poco conocido al que productores, guionistas y director han querido dotar de una vis cómica sin perder de vista el cine de acción, una línea muy fina, que puede llevar al personaje hasta el ridículo, algo que aquí sucede en más de una ocasión. La elección de Ryan Reynolds –que exceptuando esa brillante y claustrofóbica película llama Buried, es más conocido por haberse llevado, boda de por medio, a Scarlett Johansson que por sus cualidades actorales– no parece, sin embargo, la más acertada para tal fin. Sí lo hubiese sido, asumiendo los riesgos, por ejemplo, convertir a Jesse Eisenberg, o Kal Penn, en una Linterna Verde muy próxima a aquel descabellado Gran Heroe Americano interpetrado por el rubio William Katt. A cambio tenemos un superheroe incapaz de expresar algo más allá de su blanca sonrisa, pero eso sí, rebosante de músculos y de belleza. ¿Se puede conseguir con eso una buena película? Difícilmente.
A pesar de todos sus handicaps, que son unos cuantos y evidentes, Green Lantern puede resultar entretenida. Su protagonista, Hal Jordan, juega a ser el chico bala perdida y desastre, pero de buen corazón, que conseguirá llevarse a la chica gracias a eso, bueno a eso y a un anillo que le dota con superpoderes tales como volar por todo el planeta. El ritmo y la acción de la película sostienen a este desconocido heroe que piensa poco y en verde, y que se ha rodeado de algunos de actores de peso –Tim Robbins o Mark Strong– que poco pueden hacer para salvar un producto que será, previsiblemente, arrollado por otros superheroes de mayor peso y envergadura, cinematográficamente hablando.
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martes, 30 de agosto de 2011
"El planeta de los simios", la de toda la vida, vuelve a los cines Verdi de Madrid y Barcelona
NOTA DE PRENSA: "Dada la gran cantidad de peticiones por parte del público, los CINES VERDI de MADRID y BARCELONA tienen el placer de anunciar para este viernes 2 de septiembre, la reposición en la gran pantalla de uno de los grandes clásicos de la ciencia-ficción, proyectada con copia nueva y restaurada: EL PLANETA DE LOS SIMIOS (The Planet of the Apes, 1968) deFranklin J. Schaffner. A raíz del éxito de crítica y público de su reciente reboot, EL ORIGEN DEL PLANETA DE LOS SIMIOS, de Rupert Wyatt, brindamos esta oportunidad al público joven y un poco menos joven, de descubrir y/o revisitar esta magistral, existencialista (la bestialidad humana) y entretenidísima película fantástica y de aventuras, protagonizada por Charlton Heston, Roddy McDowall, Kim Hunter, Maurice Evans y Linda Harrison. EL PLANETA DE LOS SIMIOS, obtuvo 2 nominaciones al Oscar©: Mejor Banda Sonora(excelente trabajo del gran Jerry Goldsmith) y Mejor Vestuario (Morton Haack). Asimismo, John Chambers ganó un Oscar© Honorífico al Mejor Maquillaje, ya que en 1969 no existía esta categoría en los Premios de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. (En el maquillaje se había invertido el 17% del presupuesto total de 6 millones de dólares que costó la película). |
El consagrado director Franklin J. Schaffner (El señor de la guerra, Patton, Nicolás y Alejandra), logró adaptar con gran éxito artístico y de taquilla la novela homónima del francésPierre Boulle, La planète des singes (publicada en 1963), lo cual motivó la producción de varias secuelas, así como una serie de TV y otra de dibujos animados durante la década de los años 70. A ello también ayudó el férreo y sorpresivo guión, el magnífico diseño de producción de Jack Martin Smith y William Creber, la carismática interpretación de Charlton Heston, la fotografía de Leon Shamroy y un final antológico, impactante e inolvidable". Sinopsis: En el año 3978 una nave espacial procedente de la Tierra, desde el año 1973, realiza un aterrizaje forzoso en un planeta desconocido. Los astronautas, al mando del coronel George Taylor (Charlton Heston), descubren que en este planeta los seres inteligentes y especie dominante son unos simios que comparten características físicas con los chimpancés (científicos), gorilas (militares) y orangutanes (religiosos y políticos) de la Tierra, pero que han desarrollado una civilización militarizada, además de poder hablar. Los humanos de ese mundo, en cambio, tienen facultades sociales muy poco desarrolladas, son incapaces de hablar y son cazados en batidas militares y tratados como ganado por los simios dirigentes. |
lunes, 29 de agosto de 2011
"La víctima perfecta", cine innecesario
La víctima perfecta ha encontrado precisamente como víctima perfecta a los espectadores españoles. Ya que de otro modo se hace difícil comprender por qué una película que en su país de origen, EE.UU., ha saltado directamente al Dvd, aquí, en España, se ha colado en la cartelera pre-veraniega. O sí. Seguramente tenga algo que ver que su protagonista sea la oscarizada Hillary Swank y que estos días esté en cartelera con otra película, de mayor calidad y de muy distinto calado llamada Betty Ann Waters, o quizá la productora ha pensado que aquí, en Europa, es más fácil colar gato por liebre.
Pues no se lo crean. No es gato. Por mucho que se disfrace tras un marchamo de terror claustrófico –el guión nos cuenta la historia de una cirujana de urgencias que busca una casa en la que reconstruir su hogar, después de que su novio se la pegase en su propia cama– o por muchas secuencias de horror, sangre y cuchillos que guionista y director han tenido a bien ofrecernos, La víctima perfecta no pasa los controles de calidad mínima exigibles al género. Y no lo hace porque de entrada su planteamiento resulta inverosímil –un edificio de Brooklyn en el que las puertas de las casas están todo el día abiertas y en el que parece haber un solo inquilino– y porque en ningún momento el director se ha atrevido a explicar mínimamente cuáles son las motivaciones que empujan a un maduro atractivo (Jeffrey Dean Morgan) a convertirse en un experimentado psicópata-voyeur. Si a eso le unimos una falta total de interés en la trama principal, un abuso de la música en determinadas secuencias y una falta total de estética y originalidad, ya tenemos suficientes ingredientes para que La víctima perfecta se nos atragante antes de llegar a la media hora.
Una pena que Hillary Swank no elija mejor sus proyectos, al igual que Jeffrey Dean Morgan, a quien hemos visto bastante en Anatomía de Grey y a quien en el cine recordamos sobre todo por su papel de El Vigilante en Watchmen. Mención a parte para Christopher Lee, actor marcado por su dilatada carrera en el cine de terror y al que próximamente veremos de nuevo ponerse la túnica de Saruman en el megaproyecto de El Hobbit.
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Pues no se lo crean. No es gato. Por mucho que se disfrace tras un marchamo de terror claustrófico –el guión nos cuenta la historia de una cirujana de urgencias que busca una casa en la que reconstruir su hogar, después de que su novio se la pegase en su propia cama– o por muchas secuencias de horror, sangre y cuchillos que guionista y director han tenido a bien ofrecernos, La víctima perfecta no pasa los controles de calidad mínima exigibles al género. Y no lo hace porque de entrada su planteamiento resulta inverosímil –un edificio de Brooklyn en el que las puertas de las casas están todo el día abiertas y en el que parece haber un solo inquilino– y porque en ningún momento el director se ha atrevido a explicar mínimamente cuáles son las motivaciones que empujan a un maduro atractivo (Jeffrey Dean Morgan) a convertirse en un experimentado psicópata-voyeur. Si a eso le unimos una falta total de interés en la trama principal, un abuso de la música en determinadas secuencias y una falta total de estética y originalidad, ya tenemos suficientes ingredientes para que La víctima perfecta se nos atragante antes de llegar a la media hora.
Una pena que Hillary Swank no elija mejor sus proyectos, al igual que Jeffrey Dean Morgan, a quien hemos visto bastante en Anatomía de Grey y a quien en el cine recordamos sobre todo por su papel de El Vigilante en Watchmen. Mención a parte para Christopher Lee, actor marcado por su dilatada carrera en el cine de terror y al que próximamente veremos de nuevo ponerse la túnica de Saruman en el megaproyecto de El Hobbit.
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domingo, 21 de agosto de 2011
"Paul", extravagantes vs extraterrestres
Simon Pegg y Nick Frost, dos cómicos sobradamente conocidos en el Reino Unido y un poco menos en EE.UU., se han encargado de escribir y protagonizar esta disparatada y paródica comedia sobre un alien macarra y malhablado llamado precisamente Paul, y para la que han contado como director con Greg Mottola, realizador responsable de comedias como Supersalidos o Adventureland.
No es su primera intervención como guionistas, sobre todo para Pegg, que lleva ya cuatro películas y una larga lista de series de televisión, y a la vista de los resultados en taquilla seguro que no será la última.
En esta ocasión, Pegg y Frost, siguiendo la línea abierta con su primer trabajo en el cine, la divertidísima Zomby’s Party –un poco menos en la siguiente, Arma Fatal, parodia del cine de acció– recorren algunos de los tópicos más conocidos del género de alienígenas, teniendo siempre presente que sus objetivos paródicos los encontramos en Mi amigo Mac y, sobretodo, E.T.. No vamos a desvelar situaciones o personajes, pero son evidentes las referencias a las películas del creador de esta última, Steven Sielberg, recorriendo las secuelas de Star Wars, la saga de Indina Jones y por su puesto sus Encuentros en la tercera fase. James Cameron, el otro tótem del cine comercial, está más que presente, él y sus Aliens –la presencia de Sigourney Weaver lo ratifica– o incluso Titanic. Pero la guinda se la llevan series como Expediente-X o clásicos de los sesenta como La conquista del espacio. Toda una retahíla de presencias –no en vano sus protagonistas, Graeme y Clive, son dos fanáticos que acuden anualmente a la cita con el Comic-Con de San Diego, la feria del cómic más friki y conocida de todo el planeta–, menciones, frases, diálogos y personajes, extraídos del diario de estos dos mitómanos. Todo aderezado con una sucesión de gags de resultado incierto e irregular, que es de lo que básicamente se nutre esta ensalada cinematográfica en forma de homenaje.
Hay que reconocer sin embargo que entre Simon y Nick existe una química especial más allá de la pantalla y en la que, probablemente, tiene mucho que ver su dilatada amistad. Otra cosa es que sus chistes, exaprubtos y gags nos resulten tan graciosos como a ellos. Y si dejamos al margen ciertas referencias tratadas con ingenio, la película no va más allá de la comedia comercial de enredo americana. La identidad británica y la incontinencia se aquella magnífica comedia con la que estos dos británicos parodiaban, también en idílico homenaje, las películas de zombies, se han visto empobrecidas en este tercer intento. El fuelle perdido en Arma fatal se hace evidente cuanto más contenida se vuelve su comedia. Una oportunidad que sin embargo sí ha sabido aprovechar la pareja de Little Britain (Matt Lucas y David Walliams) en su aproximación al mundo USA, demostrando los excesos de una sociedad a la que Simon Pegg y Nick Frost califican acertadamente de alienígena.
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No es su primera intervención como guionistas, sobre todo para Pegg, que lleva ya cuatro películas y una larga lista de series de televisión, y a la vista de los resultados en taquilla seguro que no será la última.
En esta ocasión, Pegg y Frost, siguiendo la línea abierta con su primer trabajo en el cine, la divertidísima Zomby’s Party –un poco menos en la siguiente, Arma Fatal, parodia del cine de acció– recorren algunos de los tópicos más conocidos del género de alienígenas, teniendo siempre presente que sus objetivos paródicos los encontramos en Mi amigo Mac y, sobretodo, E.T.. No vamos a desvelar situaciones o personajes, pero son evidentes las referencias a las películas del creador de esta última, Steven Sielberg, recorriendo las secuelas de Star Wars, la saga de Indina Jones y por su puesto sus Encuentros en la tercera fase. James Cameron, el otro tótem del cine comercial, está más que presente, él y sus Aliens –la presencia de Sigourney Weaver lo ratifica– o incluso Titanic. Pero la guinda se la llevan series como Expediente-X o clásicos de los sesenta como La conquista del espacio. Toda una retahíla de presencias –no en vano sus protagonistas, Graeme y Clive, son dos fanáticos que acuden anualmente a la cita con el Comic-Con de San Diego, la feria del cómic más friki y conocida de todo el planeta–, menciones, frases, diálogos y personajes, extraídos del diario de estos dos mitómanos. Todo aderezado con una sucesión de gags de resultado incierto e irregular, que es de lo que básicamente se nutre esta ensalada cinematográfica en forma de homenaje.
Hay que reconocer sin embargo que entre Simon y Nick existe una química especial más allá de la pantalla y en la que, probablemente, tiene mucho que ver su dilatada amistad. Otra cosa es que sus chistes, exaprubtos y gags nos resulten tan graciosos como a ellos. Y si dejamos al margen ciertas referencias tratadas con ingenio, la película no va más allá de la comedia comercial de enredo americana. La identidad británica y la incontinencia se aquella magnífica comedia con la que estos dos británicos parodiaban, también en idílico homenaje, las películas de zombies, se han visto empobrecidas en este tercer intento. El fuelle perdido en Arma fatal se hace evidente cuanto más contenida se vuelve su comedia. Una oportunidad que sin embargo sí ha sabido aprovechar la pareja de Little Britain (Matt Lucas y David Walliams) en su aproximación al mundo USA, demostrando los excesos de una sociedad a la que Simon Pegg y Nick Frost califican acertadamente de alienígena.
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lunes, 15 de agosto de 2011
"Templario", acción, sangre, espadas y poco más
No sabemos muy bien a qué obedece el interés por contar esta historia medieval que poco o nada aporta al género novelesco de luchas de espadas medievales y que pasará a formar parte –junto con La legión del Águila, por poner un ejemplo reciente– de ese paquete de historias destinadas, sin remisión, al cajón del olvido.
Si nos atenemos a sus aspectos estilísticos Templario está realizada con pulcritud y ambientada con credibilidad; su fotografía y sus secuencias de acción demuestran las lecciones aprendidas de Gladiator y de series como Spartacus: todo resulta sucio y lleno de barro cuando los personajes se rebozan en él, y sangrante y plagado de vísceras cuando las espadas abren y cortan la carne de sus enemigos. Queda patente por tanto la intención de someter al espectador a ese baño de gore al que ya nos tienen acostumbrados las reconstrucciones medievales recientes.
Es en su guión donde se revelan las carencias y flaquezas de este drama épico-histórico. De entrada, la película está basada en el cerco al que el Rey Juan Sin Tierra (Paul Giamatti) y sus tropas mercenarias someten a las huestes del Barón Albany (Brian Cox), lideradas por el templario que da nombre a la película (James Purefoy) y atrincheradas en el castillo de Rochester. Una trama que se antoja insuficiente para mantener las dos horas de película y en la que la historia de amor entre el templario Marshall y la señora del castillo (Kate Mara), esposa del Señor de Cornhill (Derek Jacobi), además de increíble carece de la química suficiente como para encender pasiones.
Una pena que el trabajo de tan buenos actores –desde Brian Cox, hasta Paul Giamatti, pasando por Jason Flemyng o Kate Mara– quede ensombrecido por una historia que cabalga hacia ninguna parte, y de la que tiene también una parte de culpa su director un prácticamente desconocido Jonathan English, que hasta ahora contaba con más currículum como productor que como realizador.
Si nos atenemos a sus aspectos estilísticos Templario está realizada con pulcritud y ambientada con credibilidad; su fotografía y sus secuencias de acción demuestran las lecciones aprendidas de Gladiator y de series como Spartacus: todo resulta sucio y lleno de barro cuando los personajes se rebozan en él, y sangrante y plagado de vísceras cuando las espadas abren y cortan la carne de sus enemigos. Queda patente por tanto la intención de someter al espectador a ese baño de gore al que ya nos tienen acostumbrados las reconstrucciones medievales recientes.
Es en su guión donde se revelan las carencias y flaquezas de este drama épico-histórico. De entrada, la película está basada en el cerco al que el Rey Juan Sin Tierra (Paul Giamatti) y sus tropas mercenarias someten a las huestes del Barón Albany (Brian Cox), lideradas por el templario que da nombre a la película (James Purefoy) y atrincheradas en el castillo de Rochester. Una trama que se antoja insuficiente para mantener las dos horas de película y en la que la historia de amor entre el templario Marshall y la señora del castillo (Kate Mara), esposa del Señor de Cornhill (Derek Jacobi), además de increíble carece de la química suficiente como para encender pasiones.
Una pena que el trabajo de tan buenos actores –desde Brian Cox, hasta Paul Giamatti, pasando por Jason Flemyng o Kate Mara– quede ensombrecido por una historia que cabalga hacia ninguna parte, y de la que tiene también una parte de culpa su director un prácticamente desconocido Jonathan English, que hasta ahora contaba con más currículum como productor que como realizador.
domingo, 14 de agosto de 2011
"La prima cosa bella", más drama que comedia
Si nos ceñimos a lo que la cartelera nos ofrece, esta bien podría ser nombrada como la semana del cine costumbrista con un pie colocado en los clásicos de la comedia italiana. Lo decimos por la francesa –con reminiscencias y actores italianos– Silencio de amor, y por esta que nos ocupa, La prima cosa bella del italiano Paolo Virzí.
Convertida en un éxito de taquilla en Italia, donde se ha llevado 3 premios David Di Donatello –los Goya italianos–, Mejor Actor, Mejor Actriz y Mejor Guión, La prima cosa bella relata la historia de amor y cariño que viven a lo largo de los años una madre y su hijo.
Virzí –director que se dio a conocer con La bella vita y con la que ganó el David Di Donatello a la Mejor Opera Prima– establece en el relato dos espacios temporales: uno que nos describe, de forma aislada, la vida de la joven familia con dos niños, y un segundo, el actual, en el que esos niños se han convertido ya en adultos. La película arranca en el primero de ellos, a principios de los años setenta, en medio de un festival playero para elegir una Miss, donde se establecen los papeles que el director adjudica a cada uno de los personajes: la belleza y voluptuosidad de la madre, el machismo y los celos del padre, y la resignación de los pequeños. Por personajes y estilo, es imposible que la memoria no nos arrastre hasta la Luna de avellaneda de Juan José Campanella. Aunque muy pronto, Virzí desvela que su historia tiene más de drama pesimista y familiar que de otra cosa. Su personaje central, de niño malhumorado y vigilante de su madre, termina convertido en escéptico profesor adicto a todo tipo de fármacos. Y ya en este segundo tiempo, Virzí profundiza en la relación, cada vez más distanciada, entre el hijo y una madre a punto de entrar en una de sus últimas etapas de vida.
La afición de esa madre juvenil y enamoradiza por el mundo del cine, sirve al director para rendir homenaje actores como Mastroianni o a directores como Luigi Comencini o Dino Risi, espejos en los que –a distancia– parece buscarse el propio Virzí. Sin el empaque de otras grandes comedias italianas, pero con la ternura y la frescura de unos actores, sobre todo sus protagonistas Micaela Ramazzotti y Valerio Mastandrea, madre e hijo respectivamente, o incluso la presencia de una veterana como Stefania Sandrelli, terminan por convertir La prima cosa bella en una película fácilmente digerible, y poco más.
Convertida en un éxito de taquilla en Italia, donde se ha llevado 3 premios David Di Donatello –los Goya italianos–, Mejor Actor, Mejor Actriz y Mejor Guión, La prima cosa bella relata la historia de amor y cariño que viven a lo largo de los años una madre y su hijo.
Virzí –director que se dio a conocer con La bella vita y con la que ganó el David Di Donatello a la Mejor Opera Prima– establece en el relato dos espacios temporales: uno que nos describe, de forma aislada, la vida de la joven familia con dos niños, y un segundo, el actual, en el que esos niños se han convertido ya en adultos. La película arranca en el primero de ellos, a principios de los años setenta, en medio de un festival playero para elegir una Miss, donde se establecen los papeles que el director adjudica a cada uno de los personajes: la belleza y voluptuosidad de la madre, el machismo y los celos del padre, y la resignación de los pequeños. Por personajes y estilo, es imposible que la memoria no nos arrastre hasta la Luna de avellaneda de Juan José Campanella. Aunque muy pronto, Virzí desvela que su historia tiene más de drama pesimista y familiar que de otra cosa. Su personaje central, de niño malhumorado y vigilante de su madre, termina convertido en escéptico profesor adicto a todo tipo de fármacos. Y ya en este segundo tiempo, Virzí profundiza en la relación, cada vez más distanciada, entre el hijo y una madre a punto de entrar en una de sus últimas etapas de vida.
La afición de esa madre juvenil y enamoradiza por el mundo del cine, sirve al director para rendir homenaje actores como Mastroianni o a directores como Luigi Comencini o Dino Risi, espejos en los que –a distancia– parece buscarse el propio Virzí. Sin el empaque de otras grandes comedias italianas, pero con la ternura y la frescura de unos actores, sobre todo sus protagonistas Micaela Ramazzotti y Valerio Mastandrea, madre e hijo respectivamente, o incluso la presencia de una veterana como Stefania Sandrelli, terminan por convertir La prima cosa bella en una película fácilmente digerible, y poco más.
miércoles, 10 de agosto de 2011
"Silencio de amor", caramelo sin conflictos
La imagen de un italiano subido a lomos de una vespa recorriendo calles y avenidas de una ciudad europea ya forma parte de nuestra culta iconografía cinematográfica. Se lo debemos a Nanni Moretti y a su sencilla y sarcástica comedia Caro Diario. En realidad, el director y guionista no hacía otra cosa más que actualizar, con más ingenio y mucho menos romanticismo, el icono asentado por Audrey Hepburn y Gregory Peck en Vacaciones en Roma, eso y derrumbar una buena lista de tópicos sobre la forma de pensar y de vivir de los italianos.
Philippe Claudel, director, guionista y novelista, se aprovecha de ese icono para atraparnos durante los primeros minutos de Silencio de amor con un sugerente montaje en el que un amancebado Stefano Accorsi recorre las calles de Estrasburgo en un rudimentario ciclomotor al ritmo de una pegadiza tarantella. Es sin duda esta sintética y maravillosa presentación la que nos acompañará durante todo el metraje. Claudel, escritor antes que cineasta, plasmó una historia de amor singular en su ópera prima Hace mucho que te quiero. Con ella consiguió éxito, buenas críticas y un montón de premios. Quizá por eso la expectación sobre su segundo trabajo era mayor.
En Silencio de amor recurre de nuevo, lo indica su nombre, a la parte sentimental de su protagonista. Aunque esta vez ha dejado que la comedia y el optimismo inunden –no del todo– la historia de un padre, profesor de música que, gracias a su hija, aprenderá a encontrar de nuevo el amor. El cineasta cuida con mimo planos, montaje, música y diálogos, apostando por la fidelidad y la credibilidad de todos sus personajes. Juega además a la comedia sarcástica a través de un personaje, el hermano del protagonista, un exiliado político visceral que reniega de la Italia Berlusconiana, y cuyas únicas virtudes consisten en no haber dado un palo al agua en toda su vida y en influir –ideológicamente– en los demás para que desaten sus instintos revolucionarios, mientras él se enclaustra en la más absoluta de las inacciones.
Los personajes de Claudel se mueven en un mundo multinacional –su protagonista es italiano, su hija francesa, sus amigos alemanes, lituanos, portugueses, holandeses, etc– y quizá por eso ha tenido el detalle de ubicar su relato en Estrasburgo, capital burocrática de esa Europa en declive económico.
Un acierto ha sido el cásting, empezando por el italiano Stefano Accorsi, actor acostumbrado ya al cine francés, siguiendo por Neri Marcorè quien nos brinda los momentos más delirantes del film, o la colaboración de una madura Anouk Aimée. Un conjunto capaz de ofrecernos un relato vitalista, romántico y divertido sobre un hombre que necesita recuperar el amor.
Philippe Claudel, director, guionista y novelista, se aprovecha de ese icono para atraparnos durante los primeros minutos de Silencio de amor con un sugerente montaje en el que un amancebado Stefano Accorsi recorre las calles de Estrasburgo en un rudimentario ciclomotor al ritmo de una pegadiza tarantella. Es sin duda esta sintética y maravillosa presentación la que nos acompañará durante todo el metraje. Claudel, escritor antes que cineasta, plasmó una historia de amor singular en su ópera prima Hace mucho que te quiero. Con ella consiguió éxito, buenas críticas y un montón de premios. Quizá por eso la expectación sobre su segundo trabajo era mayor.
En Silencio de amor recurre de nuevo, lo indica su nombre, a la parte sentimental de su protagonista. Aunque esta vez ha dejado que la comedia y el optimismo inunden –no del todo– la historia de un padre, profesor de música que, gracias a su hija, aprenderá a encontrar de nuevo el amor. El cineasta cuida con mimo planos, montaje, música y diálogos, apostando por la fidelidad y la credibilidad de todos sus personajes. Juega además a la comedia sarcástica a través de un personaje, el hermano del protagonista, un exiliado político visceral que reniega de la Italia Berlusconiana, y cuyas únicas virtudes consisten en no haber dado un palo al agua en toda su vida y en influir –ideológicamente– en los demás para que desaten sus instintos revolucionarios, mientras él se enclaustra en la más absoluta de las inacciones.
Los personajes de Claudel se mueven en un mundo multinacional –su protagonista es italiano, su hija francesa, sus amigos alemanes, lituanos, portugueses, holandeses, etc– y quizá por eso ha tenido el detalle de ubicar su relato en Estrasburgo, capital burocrática de esa Europa en declive económico.
Un acierto ha sido el cásting, empezando por el italiano Stefano Accorsi, actor acostumbrado ya al cine francés, siguiendo por Neri Marcorè quien nos brinda los momentos más delirantes del film, o la colaboración de una madura Anouk Aimée. Un conjunto capaz de ofrecernos un relato vitalista, romántico y divertido sobre un hombre que necesita recuperar el amor.
"Betty Ann Waters", no sin mi hermano
En 1983 Kenneth Waters fue condenado por el asesinato de una de sus ex novias. Ese mismo día, su hermana, convencida de su inocencia, juró que le sacaría de la cárcel. Estas son las premisas de la historia real de Betty Anne Waters, una joven camarera que dedicó 18 años de su vida para conseguir demostrar la inocencia de su hermano. Historia de superación, profundamente dramática, sazonada con ese tono y ese saber tan peculiar que el cine made in USA saben darle a relatos semejantes, nos llega esta adaptación de Tony Goldwyn, cineasta más conocido como actor por sus excelentes trabajos de malo de cartilla en películas como Ghost o El coleccionista de amantes, que por sus trabajos como director.
Este tercer largo del nieto del famoso productor Samuel Goldwyn, en otras manos podría haberse convertido en una tv movie más basada en hechos reales, de esas que nos tragamos en las siestas de sábados y domingos. Por fortuna el director consigue –no siempre, pero sí en muchas ocasiones– el punto justo para que este drama no se convierta en una pura reconstrucción y descripción de hechos. Los continuos recuerdos, presentados en forma de flash-back, colocan la situación de amistad entre los dos hermanos en su justo lugar. Eso y el excelente trabajo de algunos de sus actores, entre los que destacan por presencia y protagonismo Hilary Swank, que consigue aquí su particular Erin Brokovich, con menos matices y sin apenas respiros para la comedia, pero con una contundencia dramática y empática muy difícil de superar.
No podemos olvidar a un Sam Rockwell comedido y atento a las reacciones de un personaje que se mueve entre la rebeldía y la ternura; ni a una Minnie Driver, menos presente de lo que nos gustaría en el cine de calidad; a una Melissa Leo, reciente ganadora del Oscar por The Figther; o incluso la presencia, breve, casi anecdótica, de Juliette Lewis. Con ellos y tomando como base Conviction, libro en el que la auténtica Betty Anne Waters detalló todo el proceso de exculpación, Goldwyn consigue emocionar con una película, que, en ocasiones, resulta excesivamente lacrimógena.
Este tercer largo del nieto del famoso productor Samuel Goldwyn, en otras manos podría haberse convertido en una tv movie más basada en hechos reales, de esas que nos tragamos en las siestas de sábados y domingos. Por fortuna el director consigue –no siempre, pero sí en muchas ocasiones– el punto justo para que este drama no se convierta en una pura reconstrucción y descripción de hechos. Los continuos recuerdos, presentados en forma de flash-back, colocan la situación de amistad entre los dos hermanos en su justo lugar. Eso y el excelente trabajo de algunos de sus actores, entre los que destacan por presencia y protagonismo Hilary Swank, que consigue aquí su particular Erin Brokovich, con menos matices y sin apenas respiros para la comedia, pero con una contundencia dramática y empática muy difícil de superar.
No podemos olvidar a un Sam Rockwell comedido y atento a las reacciones de un personaje que se mueve entre la rebeldía y la ternura; ni a una Minnie Driver, menos presente de lo que nos gustaría en el cine de calidad; a una Melissa Leo, reciente ganadora del Oscar por The Figther; o incluso la presencia, breve, casi anecdótica, de Juliette Lewis. Con ellos y tomando como base Conviction, libro en el que la auténtica Betty Anne Waters detalló todo el proceso de exculpación, Goldwyn consigue emocionar con una película, que, en ocasiones, resulta excesivamente lacrimógena.
lunes, 8 de agosto de 2011
"Nuestra canción de amor", emocional y un tanto edulcorada
Olivier Dahan, que tan buenas sensaciones nos dejó en La vie en rose –retrato algo edulcorado pero tremendamente sincero, emocionante y triste de la vida de Edith Piaff–, se ha pasado un tiempo deambulando por el mundo del vídeoclip, para finalmente realizar un nuevo trabajo de inmersión en la vida de otra cantante, esta vez de otro mundo y de otro país: su protagonista es Jane Wyatt (Zellweger), ex cantante y compositora de country que tras un accidente de coche sobrevive a varios intentos de suicidio atada a una silla de ruedas y a su único amigo, al que conoció durante su estancia en un psiquiátrico.
Nuestra canción de amor, título que de entrada no parece presagiar una gran película, esconde en su interior destellos de buen cine y una enorme capacidad para emocionar. Aunque pueda resultar sorprendente, Dahan se ha alejado todo lo que ha podido de los convencionalismos del género, construyendo su relato sin apenas recorrer nombres de afamados cantantes de country y, lo que es de agradecer, sin recurrir a los clásicos bares repletos de tipos con sombreros tejanos, vaqueros y camisas de cuadros que bailan al son del 'coyote dax local'. Dahan rehuye todos esos tópicos para dejar que sean sus protagonistas – el talento y la calidad de sus actores lo permite– quienes transiten libres en esta dramática y sólida road movie.
Una buena parte del filme se sostiene gracias al soberbio duelo interpretativo entre un desaprovechado Forrest Whitaker y una Renée Zellweger, cada día mejor dotada para conseguir empatía sin forzar situaciones ni llegar a parecer lastimera. Mención a parte para un recuperado Nick Nolte, auténtico roba-planos con una reducida presencia y las cuatro pinceladas que el director le consiente. Pero quizá, y sin intención de desmerecer su excelente reparto, lo mejor de Nuestra canción de amor es una genial banda sonora encabezada por los temas que Bob Dylan compusiera expresamente –material que se convertiría en uno de sus mejores y recientes trabajos, Together Through Life– y con los que el director ha conseguido realzar prácticamente toda una película rodada en el Nueva Orleáns post Katrina. Una pena que en determinados momentos ese conjunto se mueva entre la ingeniosa y sorprendente recreación de anécdotas –el encuentro legendario del bluesman Robert Johnson con el diablo– y la inclusión, extraña y fuera de tono, de ilustraciones animadas.
viernes, 5 de agosto de 2011
"Harry Potter y las reliquias de la muerte, parte II", por fin, el final
Catorce años después de la publicación de su primer libro y diez desde el estreno de su primera película, Harry Potter y la piedra filosofal, la saga de películas sobre las peripecias del niño mago llega a su final. Un final anunciado, casi precipitado, en las dos anteriores, es decir en Harry Potter y el misterio del Príncipe y en la primera parte de ésta que nos ocupa.
Durante estas 8 películas los tres protagonistas han crecido a la par, mientras que sus personajes lo han hecho de forma desigual. Así, en cuanto a los segundos queda demostrada la madurez de Harry que, de inocente, indeciso e incrédulo niño, ha pasado a adolescente valiente, decidido y con la madurez suficiente como para asumir su papel de elegido. Hermione y Ron en cambio, mantienen intactas sus cualidades –resabidilla ella, tontorrón y despistado él– al tiempo que nos ofrecen una desencajada e insípidamente química relación de amor.
Las novelas, y mucho más sus adaptaciones, se han ido oscureciendo con el tiempo. Una evolución que se hizo evidente con El prisionero de Azkaban –película magníficamente dirigida por el mejicano Alfonso Cuarón– y que se ha corroborado en las tres últimas, pero sobre todo en esta segunda parte de Las reliquias de la muerte. Una influencia debida, principalmente, a los diferentes estilos de sus cuatro directores: el encargado de las dos primeras, Chris Columbus –guionista y director especializado en cine comercial para los más pequeños– fue una buena elección para destapar a un personaje que se confirmaba ya como ídolo literario infantil. Pero el giro de Cuaron, –salvando el escollo de Mike Newell en la cuarta– se confirmó con la batuta y el profesionalismo del británico David Yates, quien ha dedicado cuatro años de su vida a cerrar el círculo, cada vez más tétrico y oscuro, de las adaptaciones.
La singularidad de esta última entrega tiene mucho que ver con las fuentes cinematográficas en las que ha bebido la iconografía de Harry Potter, focalizando de forma explícita sus homenajes en tres de las trilogías más conocidas de la historia. Harry, Ron y Hermione, reproducen los esquemas emocionales de Luke, Han Solo y la princesa Leia –incluido el origen del propio Harry/Luke– igual que las varitas comparten su similitud lumínica con las espadas láser. Y por si había dudas, Yates se permite el lujo de actualizar la famosa secuencia de Star Wars en la que los tres protagonistas están a punto de perecer en un triturador de basuras. La segunda trilogía, menos obvia y literaria, pero igualmente reconocible gracias a esa mención de “el elegido”, nace de Matrix. Harry es un Neo mago, un Neo que, con la ayuda de sus amigos y el resto de la Orden, debe enfrentarse a su propio destino, o lo que es lo mismo, el destino de toda la humanidad. Y por último, presente en toda la obra de Rowling está Tolkien. Donde ponía Saruman aquí pone Voldemor, donde Gandalf ponemos Dumbledore, y por supuesto en el lugar de Frodo pongamos a Harry Potter. De otras múltiples referencias, en esta última novela-película no podemos olvidarnos de la artúrica adaptación de Boorman y su espada mágica en Excalibur.
Habrá quien eche de menos una despedida con más épica, una batalla desmedida y una lucha entre el bien y el mal, más y mejor aprovechada digitalmente hablando. Pero lo cierto es que este broche, sin derroches ni lujos, ofrece una brillante salida a la historia del niño mago, y lo que todavía se agradece más es que la película no supere las dos horas de duración. Lo que garantiza un excelente ritmo narrativo y mucho menos cansancio para los más pequeños. Sí es patente la escasa presencia de personajes tan emblemáticos como Dumbledore y Sirius Black, algo que queda compensado con ese enigmático Severus, tan sobriamente interpretado por Alan Rickman.
Durante estas 8 películas los tres protagonistas han crecido a la par, mientras que sus personajes lo han hecho de forma desigual. Así, en cuanto a los segundos queda demostrada la madurez de Harry que, de inocente, indeciso e incrédulo niño, ha pasado a adolescente valiente, decidido y con la madurez suficiente como para asumir su papel de elegido. Hermione y Ron en cambio, mantienen intactas sus cualidades –resabidilla ella, tontorrón y despistado él– al tiempo que nos ofrecen una desencajada e insípidamente química relación de amor.
Las novelas, y mucho más sus adaptaciones, se han ido oscureciendo con el tiempo. Una evolución que se hizo evidente con El prisionero de Azkaban –película magníficamente dirigida por el mejicano Alfonso Cuarón– y que se ha corroborado en las tres últimas, pero sobre todo en esta segunda parte de Las reliquias de la muerte. Una influencia debida, principalmente, a los diferentes estilos de sus cuatro directores: el encargado de las dos primeras, Chris Columbus –guionista y director especializado en cine comercial para los más pequeños– fue una buena elección para destapar a un personaje que se confirmaba ya como ídolo literario infantil. Pero el giro de Cuaron, –salvando el escollo de Mike Newell en la cuarta– se confirmó con la batuta y el profesionalismo del británico David Yates, quien ha dedicado cuatro años de su vida a cerrar el círculo, cada vez más tétrico y oscuro, de las adaptaciones.
La singularidad de esta última entrega tiene mucho que ver con las fuentes cinematográficas en las que ha bebido la iconografía de Harry Potter, focalizando de forma explícita sus homenajes en tres de las trilogías más conocidas de la historia. Harry, Ron y Hermione, reproducen los esquemas emocionales de Luke, Han Solo y la princesa Leia –incluido el origen del propio Harry/Luke– igual que las varitas comparten su similitud lumínica con las espadas láser. Y por si había dudas, Yates se permite el lujo de actualizar la famosa secuencia de Star Wars en la que los tres protagonistas están a punto de perecer en un triturador de basuras. La segunda trilogía, menos obvia y literaria, pero igualmente reconocible gracias a esa mención de “el elegido”, nace de Matrix. Harry es un Neo mago, un Neo que, con la ayuda de sus amigos y el resto de la Orden, debe enfrentarse a su propio destino, o lo que es lo mismo, el destino de toda la humanidad. Y por último, presente en toda la obra de Rowling está Tolkien. Donde ponía Saruman aquí pone Voldemor, donde Gandalf ponemos Dumbledore, y por supuesto en el lugar de Frodo pongamos a Harry Potter. De otras múltiples referencias, en esta última novela-película no podemos olvidarnos de la artúrica adaptación de Boorman y su espada mágica en Excalibur.
Habrá quien eche de menos una despedida con más épica, una batalla desmedida y una lucha entre el bien y el mal, más y mejor aprovechada digitalmente hablando. Pero lo cierto es que este broche, sin derroches ni lujos, ofrece una brillante salida a la historia del niño mago, y lo que todavía se agradece más es que la película no supere las dos horas de duración. Lo que garantiza un excelente ritmo narrativo y mucho menos cansancio para los más pequeños. Sí es patente la escasa presencia de personajes tan emblemáticos como Dumbledore y Sirius Black, algo que queda compensado con ese enigmático Severus, tan sobriamente interpretado por Alan Rickman.
jueves, 4 de agosto de 2011
"Beginners", extraño, y excesivo, cine personal
Nos dicen en la promoción de esta película, incluso en su sinopsis, que Beginners es una comedida dramática que “explora el humor, la confusión y el amor”. Y de todo esto sólo es cierto lo último. Es decir, que explora, un poco, el amor. Para aclararnos, Beginners tiene de comedia lo que el colesterol de sano.
Mike Mills, responsable de multitud de vídeoclips y también de una interesante primera película de título Thumbsucker, ha escrito y dirigido esta historia basándose casi totalmente en sus propias experiencias: al morir su madre y después de 44 años de casados, su padre le reveló que era gay, que su madre lo sabía y que a partir de ahora iba a pasar el resto de su vida orgulloso de su condición sexual.
La revelación, que dejó al director prácticamente desarmado y sin palabras, se convirtió en muy poco tiempo en el guión de Beginners, película que, como ya hemos advertido, tiene poco –más bien nada– de comedia, y mucho de drama: su protagonista se enfrenta a varios problemas encadenados, el primero la muerte de su madre a causa del cáncer, el segundo saber que tanto ella como su padre han vivido un matrimonio de mentira, ya que uno de ellos era homosexual, y el tercero, quizá en el que más hincapié hace la película, la pérdida de un padre que justo acababa de comenzar a rehacer su vida fuera del armario. Por si eso no fuera suficiente, Oliver (Ewan McGregor), no sabe qué hacer con una historia de amor fugaz con la que se acaba de tropezarse por casualidad.
Beginners utiliza recursos como el salto atrás y adelante en el tiempo, las falsas narraciones, las fotografías o los dibujos –la profesión de Mills, ilustrador y diseñador, así se lo permiten– acompañados de la voz en off de su protagonista, para conformar un retrato irregular, que cabalga entre la empatía y las emociones que produce la pérdida de un ser querido, y el hastío de cómo enfrentarse a la realidad de un nuevo e impredecible amor en esa misma situación. No es una película imperfecta, pero sí podría haber sido mucho más de lo que es. Y si algo no desmerece, es la presencia de un Christopher Plummer en su mejor momento y de la expresiva y taciturna Mélanie Laurent, actriz francesa a la que también hemos visto en los Malditos Bastardos de Tarantino.
Mike Mills, responsable de multitud de vídeoclips y también de una interesante primera película de título Thumbsucker, ha escrito y dirigido esta historia basándose casi totalmente en sus propias experiencias: al morir su madre y después de 44 años de casados, su padre le reveló que era gay, que su madre lo sabía y que a partir de ahora iba a pasar el resto de su vida orgulloso de su condición sexual.
La revelación, que dejó al director prácticamente desarmado y sin palabras, se convirtió en muy poco tiempo en el guión de Beginners, película que, como ya hemos advertido, tiene poco –más bien nada– de comedia, y mucho de drama: su protagonista se enfrenta a varios problemas encadenados, el primero la muerte de su madre a causa del cáncer, el segundo saber que tanto ella como su padre han vivido un matrimonio de mentira, ya que uno de ellos era homosexual, y el tercero, quizá en el que más hincapié hace la película, la pérdida de un padre que justo acababa de comenzar a rehacer su vida fuera del armario. Por si eso no fuera suficiente, Oliver (Ewan McGregor), no sabe qué hacer con una historia de amor fugaz con la que se acaba de tropezarse por casualidad.
Beginners utiliza recursos como el salto atrás y adelante en el tiempo, las falsas narraciones, las fotografías o los dibujos –la profesión de Mills, ilustrador y diseñador, así se lo permiten– acompañados de la voz en off de su protagonista, para conformar un retrato irregular, que cabalga entre la empatía y las emociones que produce la pérdida de un ser querido, y el hastío de cómo enfrentarse a la realidad de un nuevo e impredecible amor en esa misma situación. No es una película imperfecta, pero sí podría haber sido mucho más de lo que es. Y si algo no desmerece, es la presencia de un Christopher Plummer en su mejor momento y de la expresiva y taciturna Mélanie Laurent, actriz francesa a la que también hemos visto en los Malditos Bastardos de Tarantino.
lunes, 1 de agosto de 2011
"Cars 2", tan lejos del buen cine de animación...
Los responsables, productores, guionistas y director, han concebido esta segunda entrega de Cars como un homenaje a las películas de espías, un mezcla cómico-paródica a medio camino entre Los Vengadores y James Bond. Los coches, aportación más que anecdótica a la iconografía de este último, permiten esas y muchas otras licencias. Personaje clave, fundamental en el desarrollo de esta historia es Fin McMissile, un Aston Martín con todos los tics, frases, guiños y homenajes a tan sofisticado agente y al que da vida, o mejor voz, Michael Caine. Todo esto por supuesto, para quienes se atrevan con el reducido número de copias que se estrenará en su versión original.
La segunda aportación de Cars 2 se refugia en algo mucho mas obvio, la Formula-1. Lo que permite a los distribuidores encajar en la fisonomía de sus protagonistas a algunos personajes mediáticos sobradamente conocidos en nuestro país, como por ejemplo Antonio Lobato, Pedro Martínez de la Rosa o el mismísimo Fernando Alonso –en su versión original también podrán escuchar a Lewis Hamilton y a, sorpresa, Sophia Loren–.
Como su predecesora, Cars 2 se mueve más en el terreno del cine infantil, público que Pixar –ahora ya Disney–, de forma inteligente, no quiere dejar escapar. Para ellos es pues este espectáculo de comedia blanca en la que apenas queda espacio para la travesura. Su responsable, John Lasseter regresa a la dirección, después de unos años refugiado únicamente en tareas de productor ejecutivo, aunque su mano apenas se nota, y Cars 2 se queda a mucha distancia de proyectos suyos tan originales y geniales como Toy Story o Bugs, y por supuesto todavía mucho más de otros surgidos de la factoria Pixar tales como Monsters, Up, y por supuesto de esa obra maestra llamada Wall-e. Porque lo mejor de Cars 2 no es la película sino el corto que la precede con los personajes de Toy Story. Resumiendo, un producto de animación 3-D que cumple su objetivo, aunque sin molestar ni trascender.
La segunda aportación de Cars 2 se refugia en algo mucho mas obvio, la Formula-1. Lo que permite a los distribuidores encajar en la fisonomía de sus protagonistas a algunos personajes mediáticos sobradamente conocidos en nuestro país, como por ejemplo Antonio Lobato, Pedro Martínez de la Rosa o el mismísimo Fernando Alonso –en su versión original también podrán escuchar a Lewis Hamilton y a, sorpresa, Sophia Loren–.
Como su predecesora, Cars 2 se mueve más en el terreno del cine infantil, público que Pixar –ahora ya Disney–, de forma inteligente, no quiere dejar escapar. Para ellos es pues este espectáculo de comedia blanca en la que apenas queda espacio para la travesura. Su responsable, John Lasseter regresa a la dirección, después de unos años refugiado únicamente en tareas de productor ejecutivo, aunque su mano apenas se nota, y Cars 2 se queda a mucha distancia de proyectos suyos tan originales y geniales como Toy Story o Bugs, y por supuesto todavía mucho más de otros surgidos de la factoria Pixar tales como Monsters, Up, y por supuesto de esa obra maestra llamada Wall-e. Porque lo mejor de Cars 2 no es la película sino el corto que la precede con los personajes de Toy Story. Resumiendo, un producto de animación 3-D que cumple su objetivo, aunque sin molestar ni trascender.
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