martes, 31 de mayo de 2011

"Pequeñas mentiras sin importancia", amor y amistad en muy largo-metraje

Segunda película en un margen de unas semanas en las que se repiten papeles: un actor francés, que intenta labrarse también su carrera como director. Este el caso de Guillaume Canet al que en España recordamos sobre todo por su trabajo en La playa (2000) de Danny Boyle y en el Vidocq (2001) de Pitof. Pero al igual su compatriota Mathieu Amalric que acaba de estrenar la recomendable Tournée, Canet cuenta ya con varios cortos y tres largos, currículum suficiente para seguirle la pista como cineasta.
Es la primera vez que el actor, director y guionista, prefiere quedarse únicamente tras la cámara para de esa forma controlar mejor lo que le interesa contar. Porque Pequeñas mentiras sin importanciaLes petits mouchoirs si lo prefieren bajo su título original– es un extenso retrato coral en el que lo importante es el trabajo del actor. La cámara de Canet se acerca para ofrecernos casi siempre primeros planos en los que distinguir el dolor, la alegría, la ternura, la bondad y la mentira a las que se someten sus protagonistas.

La película radiografía la vida de este grupo de inseparables amigos a partir del accidente que sufre uno de ellos. A partir de ese momento, el del accidente, Canet nos muestra a esa pandilla cortada por el patrón de Los amigos de Peter a la francesa, y con ella un amplio abanico de comportamientos arquetípicos perfectamente reconocibles, cuyo temática, como explica su título, gira en torno a las pequeñas mentiras con las que nos movemos a diario y que terminan construyendo un muro en nuestros sentimientos. Podríamos decir que el director reinventa la crisis de los cuarenta, aunque sus personajes oscilan entre los treinta y se aproximan peligrosamente a los cincuenta.

La única pega que cabe ponerle al trabajo de Canet es su excesivo metraje debido, en parte, a que muchas de sus secuencias se dilatan más de lo que el espectador está dispuesto a soportar. Todo eso sí, en beneficio del trabajo de unos actores consolidados que nos ofrecen lo mejor de su repertorio, y entre los que destacan por méritos propios François Cluzet y Marion Cotillard.
En Francia Pequeñas mentiras sin importancia ha conseguido un enorme éxito de taquilla, algo que en España será más difícil de alcanzar, primero porque el cine francés no suele funcionar excepcionalmente bien y segundo por la insuficiente cantidad de copias con las que, previsiblemente, se estrenará.

"Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos", mucho tiempo perdido


Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que Zhang Yimou nos emocionaba con películas tan intensas como Sorgo Rojo, Semilla de Crisantemo y sobre todo, Linterna Roja –producidas todas entre 1988 y 1991–, o incluso diez años después con El camino a casa. Tan lejos, que de aquel incipiente joven que luchaba con rudimentarios instrumentos cinematográficos contra el duro régimen comunista no queda prácticamente nada: veinte años más tarde, Zhan Yimou se ha convertido en el niño mimado y adoptado, o lo que es lo mismo, en el cineasta favorito del régimen. La prueba: la carta blanca recibida para organizar unos espectaculares y brillantes juegos olímpicos de Pekín en 2008.
A partir de Hero, su cine se decanta de forma paulatina por un estilo visualmente deslumbrante que deja entre bastidores la profundidad del guión y de los personajes. La película que aquí nos ocupa, y de la que omitiré el título por razones obvias, no deja de ser un producto de consumo rápido en el que su director ni siquiera ha echado mano del efectismo y la épica de producciones anteriores como La casa de las dagas voladoras o La maldición de la flor dorada. Como tampoco sirve de acicate el intento, bienintencionado eso sí, de adaptar la brillante y genial ópera prima de los hermanos Coen, Sangre fácil. Todo lo que pueda destacar de esta inusual adaptación tiene su origen en el guión de Joel y Ethan Coen. El resto, una retahíla de personajes ambiciosos unos, enamorados otros, no supone más que un devenir de un relato que pocas o casi ninguna expectativas despierta.

jueves, 26 de mayo de 2011

"Piratas del Caribe: en mareas misteriosas", con un poco más de ritmo

La factoría de Jerry Bruckheimer, esa máquina omnipotente de hacer dinero en el cine y en la televisión, nos trae otra nueva entrega de su franquicia estrella, Piratas del Caribe, esta vez en mareas misteriosas, que es dónde según parece se encuentra uno de los tesoros más codiciados por los hombres, la fuente de la eterna juventud.

Basada, en origen, en las fábulas y leyendas sobre los viajes del conquistador español Ponce de León, esta aventura de Piratas parte de Inglaterra y España camino a Florida, donde se supone se encontraba el agua milagrosa que permitía, a quien la bebiera, prolongar unos cuantos años la vida. Rodada con un presupuesto de los que quitan el hipo –se dice que menor que la anterior secuela– , una buena parte invertido en una hábil campaña de marketing iniciada el primer día de rodaje –las anécdotas sobre Keith Richards, las bromas de Johnny Deep y, por supuesto, el embarazo de Penélope Cruz–, esta cuarta entrega está narrada de forma desigual. Así, mientras su primera hora se resuelve entre las dosis excesivas del amanerado Jack Sparrow y la presentación, igual de excesiva, del personaje de Pe, en la segunda parte –el viaje en sí hacia las mareas misteriosas– la película gana en interés, intriga y acción. Y es entonces cuando la presencia del saltimbanqui Sparrow se hace tan necesaria como sus exabruptos o sus ingeniosas salidas de tono.

No se le puede pedir más. Bueno, en realidad si se puede, pero seamos sinceros: aunque el sello de Rob Marshall es suficiente para que la historia no termine en un aplatanamiento excesivo, que es lo que Gore Verbinski consiguió, ocasionalmente, en las anteriores secuelas, su currículum tampoco predice que esta cuarta entrega se vaya a convertir en la panacea de las películas de piratas modernas.

De los actores, salvo Johnny Deep que se lleva todo el protagonismo como viene siendo habitual, Ian McShane en el traje de un Barbanegra que podía y debería haber sido más malo, Penélope que pasa el examen con un aprobado justito, sí es obligado destacar la presencia de dos actores españoles, Astrid Berges-Frisbey y Óscar Jaenada, más la primera que el segundo, ya que su personaje, Syrena, así se lo permite.


"¿Estás ahí?", pues al parecer no

No podemos conocer el resultado de la obra de teatro del argentino Javier Daulte en la que se basa la ¿Estás ahí?, entre otras cosas porque hace un par de años en España. Sin embargo, en la película que Roberto Santiago ha adaptado si tenemos algunas cosas claras. La primera es su innecesaria presencia dentro del panorama cinematográfico español. Innecesaria –palabra que aparecerá más en esta reducida crónica– por fútil, por intrascendente y porque una vez terminada no sé sabe bien qué es lo que el cineasta ha querido contar en ella.

La segunda es la paradoja de que una película tan breve –90 minutos– pueda parecer interminable, y que de forma simultánea su final se nos presente casi de improviso, liquidando de forma apresurada su reducido mensaje. Lo primero se debe a que muchas de sus secuencias parecen dilatarse en exceso de forma innecesaria. Y es doloroso que este trabajo esté firmado por Roberto Santiago, director que, como mínimo, ha conseguido trabajos irregulares pero dignos como El Club de los suicidas o incluso su ópera prima Hombres felices.

¿Estás ahí? juega a ofrecernos una comedia disparatada –su punto de partida, la novia muerta que continúa presente para hacerle la vida imposible a su novio así lo profetiza– con situaciones a priori divertidas –y algunas de ellas lo son– pero se ve lastrada por una preocupante carencia de ritmo y, lo que es más grave, por la ausencia total de contenido. La sensación de vacío que se produce una vez finalizada es tan grande, que resulta increíble que productores y director –¿estaban ellos ahí?– hayan sido incapaces de resolver una trama, que tal y como se nos plantea, no daría más que para un digno cortometraje. Más triste todavía si tenemos en cuenta el innegable talento que encontramos entre intérpretes tan sólidos como Carmen Elias y Miguel Rellán, dignos secundarios, o Gorka Otxoa y Miren Ibarguren, los protagonistas de esta pretendida comedia romántica modelo Ghost.


lunes, 23 de mayo de 2011

"Medianoche en París"

Si recorremos su filmografía más selectamente neoyorquina nos resultaría impensable que algún día Woody Allen –o lo que es lo mismo su alter ego, encarnado aquí por Owen Wilson– fuese capaz de colocar a la capital parisina en el altar de sus diálogos. Que es lo que ocurre en Medianoche en Paris, sentido homenaje nacido de la admiración que el director dice sentir por la capital francesa. Así, donde decía Nueva York digamos París, donde estaba Diane Keaton pongamos a Marion Cotillard, en el lugar del judío bajito de las gafas de pasta situemos a Owen Wilson, y el resultado será otra genial, divertida y personal comedia romántica de Woody Allen.
El guión de la película parte de una idea aparentemente anecdótica: ¿Es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor? La respuesta nos llega de manos de un culto pero desaprovechado guionista de Hollywood cuyas aspiraciones le llevan hasta la ciudad del amor. Allí, descubrirá que quizá lo que más desea no es la plácida vida de Malibú junto a su esposa, sino el encanto bohemio de París. Para ello Allen realiza un ejercicio de magia, esa magia maravillosa que tan buenos resultados le dio en La rosa púrpura de El Cairo o incluso en La maldición del escorpión de jade, y nos presenta el idílico y fascinante mundo nocturno de los parisinos años veinte, plagado de fascinantes y renombrados artistas e intelectuales. Pero más nos vale no profundizar en exceso en un relato cuyo misterio se esconde en la respuesta que el propio autor da a tan brillante pregunta.
A sus 76 años el director demuestra en Medianoche en París una vitalidad cinematográfica envidiable y un ingenioso sentido del humor, que nos recuerda –por si alguien lo había olvidado– su enorme capacidad para construir un comedia universal con los mínimos elementos.
Para su actor protagonista, Owen Wilson, es una magnífica oportunidad de demostrar que su talento va más allá de las burdas comedias comerciales veraniegas. Del resto, destaca por méritos propios Marion Cotillard, a quien también podremos admirar dentro de unos días, y en un registro totalmente distinto, en Pequeñas mentiras sin importancia. Kathy Bates, Rachel MacAdams, Tom Hiddleston, Michael Sheen, Adrián Brody y Carla Bruni forman parte también del extenso y singular reparto de este divertidísimo y genial relato de Woody Allen.

sábado, 21 de mayo de 2011

El sicario de Dios, cómic intrascendente

El sicario de Dios es de esos extraños productos que uno no sabe bien cómo, pero que se acaban estrenando con una inmerecida campaña de marketing y con muchísimas más expectativas de las que en realidad se merecen.

Dirigida por el joven Scott Charles Stewart, debutante con la insípida Legión, la película deambula –como tantos otros productos del cine comercial reciente– entre el cómic y el videojuego. Reconvertida digitalmente como producto 3-D, El sicario de Dios es un paso más hacia el abismo del vacío cinematográfico abierto con Legión y en el que sus productroes han conseguido embaucar de nuevo a Paul Bettany –protagonista también de su anterior trabajo–, un actor cuyas aspiraciones deberían apuntar un poco más arriba, teniendo en cuenta sus magníficas dotes interpretativas.

En el prólogo del El sicario de Dios se nos advierte que esto tiene más pinta de cómic -el que adapta, Priest, del surcoreano Hyung Min-Woo- que de cualquier otra cosa. Y por muchos homenajes que intente vendernos su director –un arranque inspirado en Blade Runner, el spaghetti western con momentos a lo Sergio Leone, las motos a lo Akira en un desierto extraído de Mad Max o las luchas a lo Matrix– la historia es previsible y su desarrollo así lo atestigua: un Van Helsing disfrazado de franciscano, o sea Priest, que en el pasado se dedicó a matar vampiros, recupera su traje de guerrero al ver como su mayor enemigo, un antiguo monje de su misma orden, –gracias a un trato con la reina de los vampiros– se convierte en el primer chupasangre humano capaz de soportar la luz del sol. ¿Complicado? Para nada.

Todo ello edulcoradísimo con efectos especiales, explosiones y fondos digitales, que es el terreno en el que mejor se ha movido su director –ha participado como especialista en efectos visuales en películas como Sin City, The Host, Grindhouse, La Jungla 4.0 o Iron Man–, y en el que, según parece, debería haberse quedado. Ni la presencia del veterano Christopher Plummer ni las carantoñas de acción de Maggie Q –la nueva Nikita– consiguen salvar del tedio a este producto hecho exclusivamente para fans acérrimos de los videojuegos.


"El último exorcismo", verdades a medias

El falso documental es un recurso que el cine de terror ha adoptado en los últimos años con resultados más que aceptables. El potencial de la televisión como multiplicador del efecto realidad –falsa por otro lado– al que los cineastas pretenden imitar y el baratísimo uso de la cámara en mano y el sonido directo, son sin duda dos bazas a tener muy en cuenta. El proyecto de la bruja de Blair (1999) abrió un camino que pocos quisieron o supieron explorar. Ocho años después Jaume Balaguero y Paco Plaza, dos de nuestros mejores directores de terror, reinterpretaron el modelo de forma magistral en su primer Rec (2007) –de que estos días ruedan la tercera entrega– adaptando el modelo del reporterismo televisivo en su viaje al terror de vecinal.
Daniel Stamm, joven director aleman afincado en Hollywood con tan sólo un, brillante, largometraje en su currículum –A Necesary Death–, ha querido construir El último exorcismo al modo de un falso documental que sigue las peripecias de Marcus Cotton (Patrick Fabian), un peculiar predicador y exorcista recién imbuido en una singular crisis de fe –que nos recuerda sospechosamente al icono del género–. Cotton pretende desvelar las técnicas fraudulentas que existen tras el denominado “negocio del exorcismo” y para ello viaja, junto con un equipo de cámara y sonido, hasta la Lousiana rural donde un granjero, convencido de que su hija adolescente Nell (Ashley Bell) está poseída por un demonio, solicita sus servicios.

Stamm mantiene el pulso narrativo y la tensión durante más de una hora. Pero llegado ese momento comenzamos a ver que tras ese cinema verité en el que se esconde su discurso, no parece haber mucho más. Quizá por eso el giro de guión que nos depara en sus últimos minutos suena más a parche o a tirita que a sorpresa final. Un buen intento de aproximación a nuestro Rec o a Actividad Paranormal, que por desgracia para los amantes del género se queda a mitad de camino.


viernes, 20 de mayo de 2011

"El inocente", convencional cine legal

No es la primera vez que vemos a Matthew McConaughey vestido de defensor, ni será la última. De trazo similar, el actor ya se puso en la piel de un joven que intentaba salvar de la pena de muerte a Samuel L. Jackson en Tiempo de matar (1996), y un año después, aunque en distinta época, hacía otro tanto por los esclavos de Spielberg en Amistad (1997).

Esta vez McConaughey se nos presenta enfundado en Armani cual cínico y astuto abogado criminalista, capaz de lidiar con mafiosos, asesinos, moteros, traficantes y cantantes. Mickey, su personaje, dirige su bufete desde su Lincoln, –The Lincoln Lawyer, “el abogado del Lincoln”, ese es el título original de esta película y del libro en el que se basa– con acierto y mucho estilo. Así es su vida hasta que un joven niño rico (Ryan Phillippe) le contrata para sacarle de un apuro. Y como ya se podrán imaginar, y como sucede de forma reincidente en este modelo de thrillers, las apariencias engañan y la vida de Mickey comienza a desmoronarse casi al mismo tiempo que su caso.

Adaptada por el guionista de televisión John Romano (Turno de guardia, Monk o The beast) la película parte de la novela anteriormente citada del autor de best-sellers Michael Connolly, novelista al que también adaptó Clint Eastwood en Deuda de sangre. En esta ocasión, el director Brad Furman, un recién llegado al mundo del largo, resuelve de forma eficiente una película que, por contenidos, tramas, personajes y estilo visual podría pasar perfectamente como un capítulo más de una –elegante y precisa– serie de abogados. Un thriller legal para lucimiento personal de McConaughey, un poco menos para el anodino Ryan Phillippe; acompañados ambos por la presencia de dos secundarios de lujo, William H. Macey y John Leguizamo, de un recién salido del plan renove, Michael Paré, y en el que, sobre todo, disfrutamos de la espléndida y bella madurez de Marisa Tomei.


"Miss Tacuarembó", extravagancia kitsch católica

Miss Tacuarembó es de esas películas imposibles de clasificar. Primero porque se mueve en el terreno del musical y de la comedia, pero no se queda en ninguno de los dos, y segundo porque está narrada en tres estados temporales a los que el director nos obliga a saltar de forma un tanto arbitraria.
Adaptación de la novela homónima del singular artista uruguayo Dani Umpi –músico, escritor, dibujante y performance– , la película intenta aproximarse a las ambiciones musicales de la joven Natalia que, acompañada siempre por su mejor amigo Carlos , se debate entre la devoción a Jesucristo –a quien culpa de la llegada de la televisión en color a su hogar- y sus fascinación por ídolos de la canción tan divergentes como pueden ser Madonna o Parchís. La puesta en escena de Miss Tacuarembó se mueve entre el mundo naif de su protagonista –trabaja en un parque temático consagrado al culto católico llamado Cristo Park– y la irregularidad de un guión que salta de etapa en etapa y de momento en momento creando una confusión que terminar por lastrar a la propia película.
Martín Sastre, director y guionista que debuta con este largo, ha elegido quizá el camino más difícil, intentar adaptar los mundos tan singularmente extravagantes y personales de Dani Umpi. El resultado disfruta y padece al mismo tiempo de esa complicada conjugación kistch que es fundir en un solo producto un universo pop tan sumamente variado: desde la ingenua visión del catolicismo, pasando por la inspiración musical ochentera –en la que el Flashdance de Irene Cara ocupa una parte fundamental– y terminando en la mitificación de las telenovelas, encarnada aquí en Jannette Rodríguez, protagonista de Cristal y de la que la Natalia de la película adopta su nombre artístico.
Divertida por momentos, Miss Tacuarembó se entiende más como una serie de postales irregulares que como producto completo. Su protagonista, Natalia Oreiro, que además da vida a otro de los personajes de la historia, encaja perfectamente en este extraño papel. Entre sus protagonistas la presencia de una estilizada Rossy de Palma y del también español Alejandro Tous.


miércoles, 18 de mayo de 2011

"Tournée", retrato sincero del burlesque

Mathieu Amalric es un actor francés cuyas inquietudes como director han quedado demostradas con siete cortometrajes y cinco largos. Tournée es el tercero de estos últimos pero seguramente no será el último. Por eso, antes de adentrarnos en la historia, merece la pena detenerse en el actor para subrayar que Amalric suele ser muy estricto para elegir sus trabajos, casi siempre con un profundo sentido dramático, como lo prueban Rois et reine (2004), El asunto Ben Barka (2005) o La escafandra y la mariposa (2007), pero también con muchísimo acierto en otros productos más comerciales pero con muchísima calidad, entre los que destacan Munich de Steven Spielberg (2005), Maria Antonieta de Sofia Coppola (2006), o el último James Bond, Quantum of Solace (2008).
Sobre el casting de la película cuenta el propio director que hasta tres semanas antes de comenzar el rodaje no tenía claro quién iba a ser su protagonista, lo que finalmente le obligó también a ponerse frente a la cámara. El resultado es un relato sobre las andanzas de Joachim Zand, un productor de televisión que regresa a Francia acompañado de una troupe de strepeers que, con el nombre de New Burlesque, recorre clubs nocturnos y bares de carretera, buscando el escenario idóneo que permita a sus chicas mostrar todo su talento.

La mirada que Amarlic ofrece del grupo es ingenua y condescendiente, pero también directa y franca. Casi todas las secuencias revelan momentos de verdad a los que sólo un documentalista -si fuera el caso- habría podido tener acceso dejando la cámara escondida en una esquina para, de esa forma, no perturbar el trabajo de sus actrices. El relato, adornado con una variedad de números musicales, rodados en directo y con un exquisito sentido cinematográfico, profundiza en los temores de sus protagonistas, y aunque su espectáculo invoque la parte lúdica, sexy y vital de nuestra existencia, tras esa fachada se esconde el dolor y la tristeza que albergan sus personajes, comenzando por los intentos frustrados del propio director de la tournée de este burlesque por encontrar un lugar mejor para sus artistas.

Tournée encandiló al jurado y a la crítica del pasado festival de Cannes, y eso le permitió a Mathieu Amarlic llevarse dos de los premios más codiciados: el de Mejor Director y el Fipresci, Premio de la Crítica Cinematográfica. Por eso y por su evidente calidad merece la pena dedicarle dos horas de nuestra vida.


martes, 17 de mayo de 2011

"Sin identidad", entretenimiento y punto

Sin identidad es la enésima presentación de un thriller de acción en el que su protagonista pierde su memoria y con ella su identidad y su vida. La película está basada en la novela Ors moi, publicada en 2003 por el escritor y dramaturgo francés Didier van Cauwelaert. Una pena que no se haya llevado antes al cine, ya que de esa forma la sensación a dejà-vu que nos transmite la historia quizá tendría menos relevancia. Comento todo esto porque Sin identidad, al igual que su título, es un trabajo sin personalidad, que bucea, bebe, se fija u homenajea a películas sobradamente conocidas como The Game, Bourne, Cypher, Salt, etc. Por no mencionar el Frenético de Roman Polanski, quien a su vez reivindicaba al Hitchcock más puro, que es lo que según parece también pretende su director, Jaume Collet-Serra, sin conseguirlo.

Es muy difícil contar de qué va Sin identidad sin desvelar argucias fundamentales de la trama que le eviten al espectador la desagradable sensación de conocer más de lo que debería (algo que por cierto, no han hecho en el trailer). Por eso, sólo diré que su protagonista, Martin Harris (Liam Nesson) es un doctor en biotecnología que durante un viaje a Berlín, pierde su documentación y parte de su memoria tras un gravísimo y espectacular accidente de coche.

Quizá lo mejor que se puede decir de Sin identidad es que cumple la función para la que ha sido diseñada, que no es otra que la de entretener. Con un ritmo más que aceptable, la acción transcurre de forma más o menos equilibrada, sin apenas caídas o perdidas de interés y con un reparto simplemente correcto: ni Liam Neesson, ni Diane Kruger, ni January Jones, ni Frank Langella, merecen ser destacados por encima de Bruno Ganz, a quien le corresponde el honor de dar vida, con brevedad pero también con contundencia, al único personaje interesante de esta historia. En lo demás es imposible destacar un estilo propio, porque no lo tiene, y porque su calidad no le permite compararse ni remotamente con las anteriormente mencionadas, y mucho menos con Polanski o Hitchcock.

En Estados Unidos Sin identidad ha llegado hasta el número uno, mieles que el director catalán Jaume Collet-Serra ya casi disfrutó con su primer trabajo, La casa de cera (House of Wax). Ante semejante logro, debemos valorar el trabajo de oficio de un director al que podemos considerar afortunado y al que deseamos lo mejor como cineasta.

miércoles, 11 de mayo de 2011

"Carta Blanca", comedia también blanca

Los hermanos Farrelly, como buenos guionistas de comedia, son conscientes de que el matrimonio, además de una institución, la mayoría de las veces es un milagro. Muchos de sus trabajos anteriiores han escrutado -deformadamente- las mieles del amor, el desamor y los celos, aproximándose peligrosamente al matrimonio precisamente con la satira Matrimonio compulsivo, en la que Ben Stiller nos ofrecía una entrega más de gags, tics y demás manías.

Podríamos decir que, como cualquier mortal, han madurado en y con sus filmes. Prueba de ello es esta Carta blanca en la que presentan un estado evolucionado de sus relaciones cinematográficas anteriores. Su protagonista, Rick, al que da vida un amancebado Owen Wilson, está entrando en el peligroso terreno de la crisis de los cuarenta. Tiene una vida casi perfecta: una casa con jardín, una esposa que le quiere y dos criaturas que han dejado paso a una vida sexual más que reducida. Y aunque mantiene viva la llama del deseo, su mirada se está desviando cada día más hacia otras mujeres. Su esposa, consciente de ello y aconsejada por una singular terapeuta le propone lo que presume como método infalible: darle una semana de ‘carta blanca’ para que convierta todas sus fantasías en realidad, todo sin reproches, ni preguntas. A la sazón, una manzana envenenada con pocas posibilidades de llegar a buen puerto.
Para ello, los cineastas han apostado aquí por un humor a medio camino entre la gamberrada estudiantil y la moralina de sit-com, olvidándose casi por completo de su capacidad para transgredir que tan buenos resultados les dio en Algo pasa con Mary o Dos tontos muy tontos. Aún así, su ingenio para construir gags genuinos apelando para ello a tabúes sexuales como la masturbación o el sexo oral, sigue siendo único. Por eso, y por el magnífico trabajo de sus actores, empezando por Owen Wilson, siguiendo por Jason Sudeikis o Christina Applegate y terminando en ese irreverente secundario llamado Stephen Merchant –digno de destacar es su participación junto a Ricky Gervais en la serie Extras– merece la pena no perderse el final de esta ingenua –y predecible– comedia sin pretensiones de Peter y Bobby Farrelly.

domingo, 8 de mayo de 2011

Cine europeo en Los Verdi, y gratis

Los Cines Verdi de Madrid han preparado un evento cultural prácticamente único en España que cumple ya sus 8 ediciones. Se trata de proyectar 27 películas europeas en un sólo día. El evento se realizará de forma simultánea en ciudades como Budapest, Milán o Bruselas. Con él, se ponen al alcance del espectador una serie de películas que de otra forma jamás llegarían a las salas de cine. Una tarea encomiable que además tiene premio: la entrada es gratuita. Eso es, gratis, hasta completar aforo.

Será este lunes día 9 de mayo desde las 11:15 de la mañana.

Una oportunidad única de descubrir joyas actuales del cine europeo (Die Fremde, Can Go Through Skin, A espada e a rosa, Hitler in Hollywood, Applause, The Runway…) de países tan diversos y con cinematografías tan poco conocidas en nuestro país como Estonia, Lituania, Eslovenia o la República Checa, además del cine de Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia o España, entre otros.

Hay que advertir, eso sí, que todas las películas se proyectarán en versión original con subtítulos en inglés, excepto el documental nominado a los Premios Goya ¿Cuánto pesa su edificio, Sr. Foster? y Die Fredme (When We Leave) que sí llevarán subtítulos en español.

Se puede encontrar información sobre los horarios aquí y sobre las películas que se proyectarán aquí.

"Rompecabezas", la magia de una mujer en una historia sencilla

Rompecabezas es la ópera primera de la argentina Natalia Smirnoff, cineasta que ha crecido, cinematográficamente hablando, gracias a sus participaciones como ayudante de dirección –y también directora de cásting– de compañeros como Marcelo Pinyero (Las viudas de los jueves), Alejandro Agresti (Todo el bien del mundo), Pablo Trapero (Nacido y criado) y Lucrecia Martel (La ciénaga, La niña santa). Para debutar ha elegido una historia propia en la que retrata la fuerza y la determinación de una madre de familia, Carmen (María Onetto), que acaba de cumplir cincuenta años y a la que todavía le quedan muchas cosas por vivir. El día de su cumpleaños alguien, casi por equivocación, le regala un rompecabezas. Su empeño, y una capacidad inusual para recomponerlo, la convierten tan sólo unos días en una adicta a los puzzles. Gracias a este hobby forjará amistad con Roberto (Arturo Goetz), un maduro y culto solterón millonario que busca pareja para un torneo. La aparente fragilidad de María del Carmen queda tocada cuando se da cuenta que existe algo más allá de la cotidianidad de su vida doméstica: un entorno en el que ella participa de forma sustancial, pero en el que nadie –ni su marido, ni sus hijos– parecen tenerla en cuenta.

El rompecabezas del título parece funcionar, por momentos, a modo de metáfora: su familia es el puzzle que ella debe recomponer y al que aporta el equilibrio necesario. El problema es que toda la fuerza con la que la directora desea dotar a su madre-coraje se desinfla poco a poco a medida que avanza la historia. Y lo que debería ser un proceso de aprendizaje, redención y catarsis para toda la familia, se queda, finalmente, en una mínima evolución que le permite a su protagonista crear un reducido universo propio.

Estilísticamente, Rompecabezas presenta lo mejor de cada uno de los directores con los que Natalia Smirnoff ha ido forjando su carrera: la naturalidad, el trato de la música y los silencios de Lucrecia Martel y Pablo Trapero, y la ironía vital de Alejandro Agresti. Una parte de la magia que envuelve la historia pertenece a María Onetto, su fascinante actriz protagonista que inunda cada plano con su cálida presencia. Al final nos queda la duda de saber lo que la directora sería capaz de hacer con un guión todavía más sólido y redonde que éste. Paciencia, es su ópera prima.

sábado, 7 de mayo de 2011

"No tengas miedo", relato doloroso de un abuso sexual

Aunque puede sonar extraño por tratarse de un cineasta sobradamente conocido, Montxo Armendáriz no es un director prolífico. En los últimos diez años sólo ha dejado su firma en dos proyectos de ficción: Silencio roto y Obaba. Lo que demuestra que el realizador navarro se toma su tiempo a la hora de elegir un argumento que llevar a la pantalla. De esa profunda y meditada reflexión ha surgido No tengas miedo, una historia cuya temática descansa en la vida de una joven víctima de abusos sexuales, desde los siete hasta los catorce años.

Siguiendo un camino ya abierto por trabajos como El bola y, sobre todo por Te doy mis ojos, Montxo Armendáriz ofrece una visión contundente, sin artificios ni maniqueísmos, huyendo de la violencia explícita, pero cuya excesiva frialdad termina marcando una insalvable distancia emocional. No hay tregua ni respiro para el entorno, ni para la víctima de No tengas miedo. El excesivo sufrimiento, la mayoría de las veces perfectamente sugerido, nunca mostrado, impide que su protagonista disfrute de apenas un minuto de felicidad. Y aunque la realidad así lo dicte, a los ojos del espectador, la empatía es proporcionalmente mayor cuanto más amplio es el abanico de emociones que sus protagonistas ofrecen.


Ese es el único pero que cabe ponerle a un trabajo sólido, sobriamente fotografiado y dirigido, que radiografía de forma completa un caso de abuso sexual en el seno de una familia. Entre sus protagonistas destaca la credibilidad de Lluis Homar y la presencia de Michelle Jenner, esta última una de las más firmes y jóvenes revelaciones de nuestro cine.


jueves, 5 de mayo de 2011

"Año bisiesto", descarnado retrato de la soledad

Michael Rowe es un autor dramático australiano afincado en México desde hace 15 años. Tiempo más que suficiente para desentrañar los tópicos y entresijos de la sociedad mexicana. Para debutar ha elegido un frío, durísimo y descarnado guión –escrito en colaboración con Lucía Carreras–, un profundo y sórdido retrato de la soledad –la misma que el director sintió durante sus primeros años en México–, la falta de cariño, los límites de la sexualidad y la fragilidad emocional.

Su personaje central, Laura, es una joven periodista oaxaqueña que sobrevive a duras penas en un solitario apartamento de ciudad de México. Allí, separada geográfica y emocionalmente de su familia, intenta esconder la soledad de su alma y de su cuerpo con la frustración que producen las relaciones esporádicas. Hasta que se cruza en su camino Arturo, un hombre impasible que se debate entre la ternura y el sadismo. Él, entre prácticas extremas masoquistas a las que Laura se entrega complaciente, intentará llenar él vació que produjo la pérdida del padre de Laura un 29 de febrero. Pero su incomunicación y su tristeza sólo le concederán una solución.

Rowe utiliza para ello un lenguaje desprovisto de movimientos, introduciendo la cámara en la vida de la protagonista y dejando que la escena suceda sin movimientos que la perturben. Es un cine frío, iluminado y fotografiado de forma natural, explícitamente intencionado para profundizar en la soledad y la incomunicación. De igual modo los actores ruedan las escenas de sexo sin filtros, ni barridos, ni fundidos, ni cortes. Y a pesar de ese ejercicio de extrema dureza al que Rowe obliga al espectador, tanto por la crudeza de sus secuencias sexuales como por la duración de los planos, Año Bisiesto emociona y sus imágenes nos inquietan, cualidades que le han permitido ganar la Cámara de Oro en el último Festival de Cannes.


De los productores de "300", y se nota una burrada

Immortals es el título de la última película de Tarsem Singh, que ya dirigió hace años La Celda, la película que lanzó a J.Lo. Está producida por los mismos que 300 y lo dicho, se nota muchísimo. Por lo que se puede ver, se han gastado poco dinero en actores (no hay estrellas) y mucho en digitalizaciones y demás efectos. El resultado es, como en 300, visualmente impactante. Ojalá la historia (Mitología griega, Titanes, Teseo, etc) esté a la altura.

miércoles, 4 de mayo de 2011

"The company men", ejecutivos en paro

La crisis económica ha tenido un impacto tan fuerte en nuestras vidas que era imposible que el cine no se fijase en ella. The Company Men es quizá la primera película made in hollywood que trata el tema, desde la ficción, incidiendo en su aspecto más humano utilizando para ello a un variopinto grupo de ejecutivos de una compañía naviera. Es también la primera, tal vez, que incide en cuáles han sido los costes personales y emocionales para los ejecutivos medios, una acomodada clase social que, como el resto, también ha sufrido la caída del boom inmobiliario.

Su responsable, John Wells, se ha labrado su prestigio en la televisión produciendo y escribiendo en series tan conocidas como Urgencias, El ala oeste de la Casa Blanca, Turno de guardia y más recientemente Shameless. Pero curiosamente, en este caso, Wells escribió la historia después de la última recesión económica, a principios de los noventa, utilizando como base de su material experiencias de conocidos, amigos y familiares de diversos orígenes socio-económicos. Y después de darle algunas vueltas lo guardó en un cajón, donde ha permanecido casi diecisiete años. Los hechos recientes -la crisis económica provocada por las hipotecas suprime en EE.UU.- le permiten una vigencia casi milagrosa.

El arranque de The Company Men es una situación bien conocida por muchos españoles: el despido de uno de sus protagonistas. A partir de ahí, el director analiza las circunstancias que rodean a este despido, comenzando por la vergüenza, el sentimiento de inferioridad, la perdida de autoestima y el miedo al abismo, el que supone enfrentarse a realidades tan livianas como pedir la baja del club de golf, vender el coche, tal vez el piso, y que aún así no hay dinero para pagar las tarjetas. Pero esa recomposición social se presenta también para el cineasta como una oportunidad para redimirse y recuperar la vida familiar. Rodada con maestría y con un soberbio casting de actores, comenzando por Tommy Lee Jones, Chris Cooper, Craig T. Nelson, Ben Affleck, Kevin Costner o Maria Bello, esta historia ofrece un inteligente retrato humano sobre la ambición y la amistad en el trabajo. Una pena que ese punto de vista tan esperanzador que Wells se permite en la parte final de la película, tenga muy poco que ver con la realidad que nos toca vivir en estos días.


The Company Men - Tráiler español por keane43

domingo, 1 de mayo de 2011

"Thor", superhéroe demasiado fantástico


Al igual que otros directores con un profundo sello personal y un bagaje, digamos, independiente –Ang Lee, Michael Gondry–, el británico Kenneth Branagh ha sucumbido ante las garras de uno de los superhéroes de la Marvel. Pero no hay que equivocarse: Thor no es un superhéroe cualquiera. Su historia está inspirada en la mitología nórdica que le vió nacer. Y quizá ha sido precisamente ese punto mitológico el que ha ayudada para que Branagh arrinconase a Shakespeare durante un tiempo para y para dedicarle sus favores al dueño del martillo.

Thor, protagonizado por la escultural y labrada figura del australiano Chris Hemsworth, hijo de Odín, padre de todos, es un guerrero soberbio, engreído y prepotente con un comportamiento más próximo al de un niño pijo con martillo y armadura, que al del heredero del mitológico reino de Asgard. Todas estas ‘virtudes’ le llevarán al destierro –¿se puede llamar así cuando le echan de su planeta y le mandan a la Tierra?–, gracias al cual conocerá a Jane Foster (Natalie Portman), la que se convertirá en su amor platónico.

Así, el prólogo de Thor, nos sumerge en un mundo plagado de reinos fantásticos, fondos irreales, monstruos, batallas, tronos y demás virguerías digitales, un universo espectacular en sus imágenes y contundente en sus diálogos. Brannagh no desdeña los efectos, pero tampoco se somete a ellos y por eso su Thor consigue evitar la parafernalia dicharachera a la que estamos acostumbrados en el género. Su visión incide más en las ambiciones de un superhéroe que encuentra más semejanzas en clásicos como El rey Lear o Macbeth que en unos tipos enfundados con mallas de colores: el ansia de conquista de Thor se complementa con las oscuras ambiciones de su hermano Loki (Tom Hiddleston), ambos aspirantes al trono de Odin (Anthony Hopkins).

Aunque no hay que equivocarse: una cosa es lo que su director quiere y otra lo que consigue. Y es que el espectáculo necesario para poner en pie al personaje tiene tanta presencia en la producción, que termina ahogando cualquier intento de introspección. Aún así, el resultado es una película de acción espectacular que revitaliza el género épico y que ofrece entretenimiento en altas dosis. Mucho Anthony Hopkins, mucho Chris Hemsworht, mucho Tom Hiddleston, y un poquito menos de Natalie Portman, que para eso tiene ya otras cuatro películas en cartelera.