Los títulos de crédito, santo y seña de identidad de David Fincher –que por música y estética se nos antojan realizados por un discípulo aventajado de los Massive Attack, o lo que es lo mismo por el líder de los Nine Inch Nails–, además de ser lo mejor de esta adaptación son también una premonición de lo que nos espera: un juego lleno de oscuridades al que su director le ha conferido brillo y desasosiego a partes iguales gracias a una omnipresente y tecnológica banda sonora. Una estrategia que, por si sola, resulta interesante pero también insuficiente. La primera razón, cuyo origen es el propio guión de Steven Zaillian, tiene que ver con la magna densidad de esta primera parte de Millenium: parece tarea hercúlea resumir en dos horas –la película en realidad dura dos horas y media largas– las más de 650 páginas utilizadas por Stieg Larssen para describir las hazañas del periodista Michael Blomskvist y de la hacker Lisbeth Salander. Son tantos los datos, tantas las líneas de investigación, los personajes y los sucesos que se esconden tras Los hombres que no amaban a las mujeres, que, como le sucediese a Niels Arden, Nikolaj Arcel y Rasmus Heisterberg –responsables del guión de la versión sueca de 2009–, guionista y director no han tenido más remedio que sucumbir a un desmedido metraje para encajar todas las piezas de Larssen en más de dos horas y media de película. Dicen que las buenas adaptaciones cinematográficas pueden –y deben– ser fieles al espíritu pero infieles a las palabras. Ni Zaillian ni Fincher lo han conseguido. Aunque para muchos, su pecado, la excesiva fidelidad, es canónicamente perdonable.
Sin embargo, uno de los hallazgos que permite esta segunda y reciente versión –la anterior es del 2009– de Los hombres que no amaban a las mujeres es la comprensión sobre las intenciones del Larssen a la hora de componer y estructurar su novela. Deja claro Fincher que a Larssen lo que más le interesaba era la investigación del periodista Mikael Blomkvist para descubrir un misterio familiar que terminará en la revelación de un sanguinario asesino en serie. Y para mantener al espectador pendiente de esa enrevesada trama necesitaba de un personaje que sobrepasará las fronteras de la normalidad, una especie de superhéroe, un ángel de la guarda con los poderes y la fuerza del cómic. Lisbeth Salander responde a esa necesidad. Pero para desgracia de Larssen, y ahora de Fincher, Salander engulle a Blomskvist y a su revista, Millenium, erigiéndose en auténtico eje central de la novela. Consciente ya de ese poder, Larssen termina rendido a sus encantos y en las siguientes novelas, es ella la protagonista absoluta. Algo parecido le sucederá al espectador de esta versión cinematográfica, que exhausto tras dos horas y media de película y algo desconcertado, no sabrá si ha sido seducido por la fuerza arrolladora y tierna de ese personaje llamado Lisbeth Salander o por la actriz que tan enigmáticamente la interpreta, Rooney Mara. O tal vez ambas.
Fincher no ha conseguido toda su brillantez ni en la estructura, ni en los giros, ni en los diálogos: todo eso está en la novela y quedó perfectamente plasmado en la adaptación sueca. Donde el director en cambio sí ha dejado su firma ha sido en conseguir, gracias a la fotografía, a la música y a la imagen mutante de su Salander, un estado de ánimo desasosegante durante muchos momentos de la película. Y al final a pesar de trabajar sobre una estructura y un ritmo irregular que le empujan a un cierre atropellado, casi desastroso, el recuerdo que permanece en nuestra memoria es el de la mirada tierna y desafiante de Rooney Mara, su actriz protagonista.
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martes, 31 de enero de 2012
viernes, 27 de enero de 2012
MIB-3, o lo que es lo mismo "Men in Black 3"
Will Smith y Tommy Lee Jones se vuelven a vestir de negro para interpretar de nuevo a los Agentes "J" y "K", respectivamente. Nuevas incorporaciones: Josh Brolin como un joven agente "K" y Alice Eve como agente "Oh". Una de las primeras fotos de esta secuela que se estrenará, quizás, el 25 de mayo.
"J. Edgar", festival DiCaprio
En un año tan prolijo en biopics, sumamos esta aproximación a la figura del que fuera creador del FBI, J. Edgar Hoover, proyecto sobre la que planeaba una gran expectación. No sólo por tratarse de una figura tan emblemáticamente conocida, sino porque la presencia de Clint Eastwood como director y de Leonardo DiCaprio de protagonista. Con semejantes y tan contundentes armas son muchas las expectativas y las esperanzas que la Warner tenía –y tiene– en el proyecto, algo que en Hollywood se suele traducir en ingentes cantidades de dólares para producción y promoción.
Hay sin duda destellos –muchos– de gran cine, de una soberbia puesta en escena, en su mayoría sobria, elegante, sin pretensiones, casi desnuda, permitiendo que el actor sea el centro de atención y que toda la secuencia sirva para mostrar al personaje, a ese Edgar ambicioso, maniático, solitario, pero sobre todo intensamente tenaz. Así es el protagonista que nos muestra Clint Eastwood en este acercamiento en el que nos resume algunos de los momentos más importantes de su vida, hurgando y saltando –el uso de los flashbacks aunque comprensible, resulta excesivo– del pasado al presente. El guión –obra de Dustin Lance Black–, complejo, intenso e interesante se mantiene durante casi dos horas y media en el perfil único de su protagonista, sin tiempo apenas para contar otras vidas u otras tramas que puedan despistar pero que quizá hubiesen conseguido entrever mucho más que su velada homosexualidad, momento intenso sobre el gira buena parte del relato.
Habrá quien vea similitudes entre este J. Edgar y La Dama de Hierro, pero lo cierto es que a parte de ser ambos biopics basados en una estructura narrativa que combina pasado y presente, en el de Eastwood las zonas grises y las sombras forman parte del relato, dejando en entredicho muchas de las hazañas de ese supuesto héroe promotor y creador del FBI. Algo que se ha evitado por completo en la Tatcher de Phyllida Lloyd y que le confiere a ésta cierto toque de incredulidad documental.
Dejando al margen la presencia de un maquillaje acartonado por momentos y nada acertado en algunos personajes –Josh Hamilton que interpreta a Robert Irwin, el amigo de Edgar, por ejemplo–, Edgar es todo DiCaprio: un DiCaprio adulto, maduro y a quien las lecciones aprendidas en El aviador de Scorsese le han permitido resolver con notable alto la experiencia de dar vida a tan renombrado personaje.
No estamos ante un Gran Torino, al menos no en esencia, pero la dinámica del equipo de Eastwood sigue funcionando bien, y su base, el guión y las interpretaciones –además de DiCaprio destacan Judi Dench, Naomi Watts y Jeffrey Donovan– ofrecen otro gran trabajo cinematográfico que merece la pena tener en cuenta con o sin Oscar.
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Hay sin duda destellos –muchos– de gran cine, de una soberbia puesta en escena, en su mayoría sobria, elegante, sin pretensiones, casi desnuda, permitiendo que el actor sea el centro de atención y que toda la secuencia sirva para mostrar al personaje, a ese Edgar ambicioso, maniático, solitario, pero sobre todo intensamente tenaz. Así es el protagonista que nos muestra Clint Eastwood en este acercamiento en el que nos resume algunos de los momentos más importantes de su vida, hurgando y saltando –el uso de los flashbacks aunque comprensible, resulta excesivo– del pasado al presente. El guión –obra de Dustin Lance Black–, complejo, intenso e interesante se mantiene durante casi dos horas y media en el perfil único de su protagonista, sin tiempo apenas para contar otras vidas u otras tramas que puedan despistar pero que quizá hubiesen conseguido entrever mucho más que su velada homosexualidad, momento intenso sobre el gira buena parte del relato.
Habrá quien vea similitudes entre este J. Edgar y La Dama de Hierro, pero lo cierto es que a parte de ser ambos biopics basados en una estructura narrativa que combina pasado y presente, en el de Eastwood las zonas grises y las sombras forman parte del relato, dejando en entredicho muchas de las hazañas de ese supuesto héroe promotor y creador del FBI. Algo que se ha evitado por completo en la Tatcher de Phyllida Lloyd y que le confiere a ésta cierto toque de incredulidad documental.
Dejando al margen la presencia de un maquillaje acartonado por momentos y nada acertado en algunos personajes –Josh Hamilton que interpreta a Robert Irwin, el amigo de Edgar, por ejemplo–, Edgar es todo DiCaprio: un DiCaprio adulto, maduro y a quien las lecciones aprendidas en El aviador de Scorsese le han permitido resolver con notable alto la experiencia de dar vida a tan renombrado personaje.
No estamos ante un Gran Torino, al menos no en esencia, pero la dinámica del equipo de Eastwood sigue funcionando bien, y su base, el guión y las interpretaciones –además de DiCaprio destacan Judi Dench, Naomi Watts y Jeffrey Donovan– ofrecen otro gran trabajo cinematográfico que merece la pena tener en cuenta con o sin Oscar.
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"El Topo", espías como funcionarios
En lo que va de año, el genero de espías nos ha ofrecido dos buenos ejemplos de cine de calidad. El caso Farewell, basándose en un hecho real, analizaba la fuga de secretos desde la KGB hacia la CIA que acabó, presumiblemente, con la caída del telón de acero. Unos meses mas tarde, en La Deuda un plantel de actores, comandados por Helen Mirren y Tom Wilkinson, daban vida a un comando del Mosad infiltrado en la Alemania pro soviética para capturar a un ex criminal de guerra nazi.
Ahora le toca el turno a la adaptación de uno de los mejores escritores del genero, John Le Carré, y su tercera entrega sobre las aventuras del agente Smiley, Tinker, Taylor, soldier, spy, traducida aquí como El topo y que ya fue adaptada por la BBC en 1979 en formato de serie. La combinación entre la magnifica radiografía novelada de Le Carré y el manejo sobrio y contundente del sueco Tomás Alfredson, director de la aterradora y brillante Dejame entrar, hacen de este trabajo una obra imprescindible.
Alfredson emplea con seguridad los recursos mínimos, primeros planos, cruces de miradas y silencios, para conseguir con todo ello un relato frío, sin efectismos, pausado en presencia pero ágil en ritmo, con algún que otro flashback confuso en sus inicios, pero con la pericia que la literatura de Le Carré se merece. En El topo prima de forma brillante el trabajo de los actores: el Smiley que pintan los guionistas Bridget O'Connor y Peter Straughan y que el director remata es un tipo corriente, tan reconocible como olvidable, un Smiley que no inspira ninguna confianza, inexpresivo, enigmático y por ello digno de temer. Gary Oldman compone probablemente el más aterrador —por indescifrable— de todos sus malos. Y su entorno no es mucho más esperanzador. En él, hasta un benevolente Colin Firth puede resultar terriblemente peligroso. Igual de digno es el trabajo de Toby Jones, Ciarán Hinds o de Benedict Cumberbatch, actor a quien algunos hemos disfrutado en la genial actualización del Sherlock Holmes televisivo; o de un omnipresente John Hurt (esta misma semana también presente en la aventura épico-farragosa Immortals). Resumiendo: un trabajo de acompañamiento coral en el que Gary Oldman atempera unas cuantas arias.
Una cosa debe quedar muy clara: no estamos ante el típico producto de Hollywood, complaciente y entretenido. Entre otras cosas porque El topo de Alfredson desmitifica el trabajo de espía convirtiendo a sus protagonistas en simples funcionarios, unos vulgares oficinistas, capaces –como cualquier oficinista– de las más terribles puñaladas –aquí asesinatos reales–, que sobreviven entre un mar de informes y grabaciones y que terminarán devorados por una enfermedad profesional y endémica llamada paranoia.
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Ahora le toca el turno a la adaptación de uno de los mejores escritores del genero, John Le Carré, y su tercera entrega sobre las aventuras del agente Smiley, Tinker, Taylor, soldier, spy, traducida aquí como El topo y que ya fue adaptada por la BBC en 1979 en formato de serie. La combinación entre la magnifica radiografía novelada de Le Carré y el manejo sobrio y contundente del sueco Tomás Alfredson, director de la aterradora y brillante Dejame entrar, hacen de este trabajo una obra imprescindible.
Alfredson emplea con seguridad los recursos mínimos, primeros planos, cruces de miradas y silencios, para conseguir con todo ello un relato frío, sin efectismos, pausado en presencia pero ágil en ritmo, con algún que otro flashback confuso en sus inicios, pero con la pericia que la literatura de Le Carré se merece. En El topo prima de forma brillante el trabajo de los actores: el Smiley que pintan los guionistas Bridget O'Connor y Peter Straughan y que el director remata es un tipo corriente, tan reconocible como olvidable, un Smiley que no inspira ninguna confianza, inexpresivo, enigmático y por ello digno de temer. Gary Oldman compone probablemente el más aterrador —por indescifrable— de todos sus malos. Y su entorno no es mucho más esperanzador. En él, hasta un benevolente Colin Firth puede resultar terriblemente peligroso. Igual de digno es el trabajo de Toby Jones, Ciarán Hinds o de Benedict Cumberbatch, actor a quien algunos hemos disfrutado en la genial actualización del Sherlock Holmes televisivo; o de un omnipresente John Hurt (esta misma semana también presente en la aventura épico-farragosa Immortals). Resumiendo: un trabajo de acompañamiento coral en el que Gary Oldman atempera unas cuantas arias.
Una cosa debe quedar muy clara: no estamos ante el típico producto de Hollywood, complaciente y entretenido. Entre otras cosas porque El topo de Alfredson desmitifica el trabajo de espía convirtiendo a sus protagonistas en simples funcionarios, unos vulgares oficinistas, capaces –como cualquier oficinista– de las más terribles puñaladas –aquí asesinatos reales–, que sobreviven entre un mar de informes y grabaciones y que terminarán devorados por una enfermedad profesional y endémica llamada paranoia.
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jueves, 26 de enero de 2012
"No tengas miedo a la oscuridad", terror sin perspectivas
El guionista y director Guillermo del Toro se ha dedicado últimamente a las tareas de productor, como lo demuestra su presencia en películas como Los ojos de Julia, Kung-fu Panda 2, El gato con botas o la que nos ocupa, No tengas miedo a la oscuridad. En esta ocasión, Del Toro es, además de productor, responsable de un guión –co-escrito junto a Mathew Robbins– que comenzó su andadura en 1993.
No tengas miedo a la oscuridad es en realidad un remake de la película para televisión del mismo título –en España se estrenó como Frío en la noche–, producida y estrenada en 1973 y protagonizada, entre otros, por Jim Hutton y Kim Darby, a la que recordamos sobre todo por su papel de jovencita en Valor de ley, junto al duque John Wayne. Con un presupuesto ajustado al formato –la televisión– esta tv movie demostró que las enseñanzas de Alfred Hitchcock eran perfectamente válidas: avanzar sin mostrar, utilizando para ello la luz, la oscuridad, la fotografía y la música. Con esos elementos, esta singular versión televisivia consiguió provocar auténticos escalofríos. La historia de una pareja instalada en una antigua mansión familiar y la presencia de unos entes extraños, no suponía ninguna novedad argumental, pero la humildad de la propuesta y la eficacia a la hora de utilizar y dosificar sus recursos la han convertido en una película de culto.
Partiendo de ese mismo material, Del Toro y Robbins han escrito un guión de género –terror– que ni mejora ni ofrece nuevas perspectivas sobre el original. Salvo, que consideremos dentro del terreno de las aportaciones el pecado de romper la regla antes mencionada, es decir mostrar en lugar de esconder. De este modo, productor y director no tienen reparos en presentarnos a unos pequeños monstruos, perfectamente digitalizados, pero que dada su falta de entereza, terminan importando más bien poco. Jugando con todos los tópicos conocidos –escaleras, amplias habitaciones, claroscuros, escenas de bañera, sótanos peligrosos, jardines escondidos, etc– han apostado por traspasar el protagonismo: esta vez la elegida no es la esposa del protagonista –así era en la original– si no la hija del marido, una niña de diez años. La fotografía y la música son también dos de las recursos con los que juega perfectamente Troy Nixey, dibujante de cómics que debuta con esta película, sin estrépito pero con profesionalidad.
La mejor baza de No tengas miedo a la oscuridad no es la presencia de dos estrellas como Katie Holmes o Guy Pearce, sino una prácticamente desconocida Bailee Madison, a la que con tan sólo doce años le auguramos un brillante futuro en el mundo del cine.
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No tengas miedo a la oscuridad es en realidad un remake de la película para televisión del mismo título –en España se estrenó como Frío en la noche–, producida y estrenada en 1973 y protagonizada, entre otros, por Jim Hutton y Kim Darby, a la que recordamos sobre todo por su papel de jovencita en Valor de ley, junto al duque John Wayne. Con un presupuesto ajustado al formato –la televisión– esta tv movie demostró que las enseñanzas de Alfred Hitchcock eran perfectamente válidas: avanzar sin mostrar, utilizando para ello la luz, la oscuridad, la fotografía y la música. Con esos elementos, esta singular versión televisivia consiguió provocar auténticos escalofríos. La historia de una pareja instalada en una antigua mansión familiar y la presencia de unos entes extraños, no suponía ninguna novedad argumental, pero la humildad de la propuesta y la eficacia a la hora de utilizar y dosificar sus recursos la han convertido en una película de culto.
Partiendo de ese mismo material, Del Toro y Robbins han escrito un guión de género –terror– que ni mejora ni ofrece nuevas perspectivas sobre el original. Salvo, que consideremos dentro del terreno de las aportaciones el pecado de romper la regla antes mencionada, es decir mostrar en lugar de esconder. De este modo, productor y director no tienen reparos en presentarnos a unos pequeños monstruos, perfectamente digitalizados, pero que dada su falta de entereza, terminan importando más bien poco. Jugando con todos los tópicos conocidos –escaleras, amplias habitaciones, claroscuros, escenas de bañera, sótanos peligrosos, jardines escondidos, etc– han apostado por traspasar el protagonismo: esta vez la elegida no es la esposa del protagonista –así era en la original– si no la hija del marido, una niña de diez años. La fotografía y la música son también dos de las recursos con los que juega perfectamente Troy Nixey, dibujante de cómics que debuta con esta película, sin estrépito pero con profesionalidad.
La mejor baza de No tengas miedo a la oscuridad no es la presencia de dos estrellas como Katie Holmes o Guy Pearce, sino una prácticamente desconocida Bailee Madison, a la que con tan sólo doce años le auguramos un brillante futuro en el mundo del cine.
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martes, 24 de enero de 2012
lunes, 23 de enero de 2012
"Immortals", mitología fast food
Nuevo intento de recuperar la fuerza y, sobre todo, el impacto que en su momento supuso 300, hace ya cinco años, por parte de Gianni Nunnari y Mark Canton, los mismos productores de la exitosa y sanguinaria adaptación del cómic de Frank Miller.
Esta vez se trata de un guión original de los hermanos Vlas y Charley Parlapánides, estadounidenses de origen griego, que consiguieron convencer a los productores justamente tras el estreno de su anterior epopeya clásica. Immortals juega continuamente con la mitología griega, utilizando –casi siempre a su antojo– a personajes como Zeus, Atenea, Poseidón, Fedra, Teseo e Hiperión, protagonistas de esta aventura.
El indio Tarsem Singh, que ya nos había aburrido con un puñado de ensoñaciones digitales perfectamente fotografiadas en La celda, se ha hecho cargo de la dirección. Su mano se nota visiblemente en la composición de planos y en una fotografía que intenta componer –de nuevo, como en La Celda– e imitar retablos renacentistas de Rafael, o de neoclásicos franceses como Jacques-Louis David en composiciones tan famosas como El rapto de las Sabinas. Con este estilo, una vez más, lo que único que el director ha consumado ha sido el encubrimiento y la carestía en la creación de personajes interesantes, duales y empáticos. Sólo la brutalidad, la vileza y un inestimable temperamento sangriento consiguen salvar por momentos a Hyperión, el único personaje de verdad con el que nos encontramos en Immortals, a quien justamente da vida un inesperado Mickey Rourke. En sus espaldas, y en a las de John Hurt –alter ego de Zeus en la tierra–, recae lo mejor y más interesante de esta aventura de sesgos mitológicos. De su protagonista, Henry Cavill –el nuevo Superman en El hombre de acero– poco podemos mencionar ya que su personaje, aunque evoluciona de escéptico a creyente, apenas encuentra espacio para demostrar sus cualidades.
Sí acierta en cambio Immortals en recoger la espada de 300 al conseguir que todos sus efectos resulten convincentes y perfectamente enmarcados en un mundo griego sujeto a los instintos de los dioses. Nada que ver, por tanto, con aquel frustrante intento llamado Furia de Titanes que el año pasado visitó nuestra cartelera. Aquí, el detalle y el diseño de producción –lo que mejor sabe hacer Tarsem Singh, que estos días retoca detalles de la nueva versión de Blancanieves– están tratados con mimo; y el 3-D, aunque no mejora, tampoco molesta en una película abundante en acción, en la que se repiten casi los mismos tics y las manías – luchas con espadas, descabezamientos, salpicaduras de sangre, torsos desnudos y cámaras ralentizadas– que en su predecesora e inspiradora.
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Esta vez se trata de un guión original de los hermanos Vlas y Charley Parlapánides, estadounidenses de origen griego, que consiguieron convencer a los productores justamente tras el estreno de su anterior epopeya clásica. Immortals juega continuamente con la mitología griega, utilizando –casi siempre a su antojo– a personajes como Zeus, Atenea, Poseidón, Fedra, Teseo e Hiperión, protagonistas de esta aventura.
El indio Tarsem Singh, que ya nos había aburrido con un puñado de ensoñaciones digitales perfectamente fotografiadas en La celda, se ha hecho cargo de la dirección. Su mano se nota visiblemente en la composición de planos y en una fotografía que intenta componer –de nuevo, como en La Celda– e imitar retablos renacentistas de Rafael, o de neoclásicos franceses como Jacques-Louis David en composiciones tan famosas como El rapto de las Sabinas. Con este estilo, una vez más, lo que único que el director ha consumado ha sido el encubrimiento y la carestía en la creación de personajes interesantes, duales y empáticos. Sólo la brutalidad, la vileza y un inestimable temperamento sangriento consiguen salvar por momentos a Hyperión, el único personaje de verdad con el que nos encontramos en Immortals, a quien justamente da vida un inesperado Mickey Rourke. En sus espaldas, y en a las de John Hurt –alter ego de Zeus en la tierra–, recae lo mejor y más interesante de esta aventura de sesgos mitológicos. De su protagonista, Henry Cavill –el nuevo Superman en El hombre de acero– poco podemos mencionar ya que su personaje, aunque evoluciona de escéptico a creyente, apenas encuentra espacio para demostrar sus cualidades.
Sí acierta en cambio Immortals en recoger la espada de 300 al conseguir que todos sus efectos resulten convincentes y perfectamente enmarcados en un mundo griego sujeto a los instintos de los dioses. Nada que ver, por tanto, con aquel frustrante intento llamado Furia de Titanes que el año pasado visitó nuestra cartelera. Aquí, el detalle y el diseño de producción –lo que mejor sabe hacer Tarsem Singh, que estos días retoca detalles de la nueva versión de Blancanieves– están tratados con mimo; y el 3-D, aunque no mejora, tampoco molesta en una película abundante en acción, en la que se repiten casi los mismos tics y las manías – luchas con espadas, descabezamientos, salpicaduras de sangre, torsos desnudos y cámaras ralentizadas– que en su predecesora e inspiradora.
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jueves, 12 de enero de 2012
Trailer de "Al borde del abismo"
Man on a ledge, en España Al borde del abismo, está protagonizada por Sam Worthington (Avatar), Elizabeth Banks (Los próximos tres días), Jamie Bell (Billy Elliot), Edward Burns (Ella es única), Ed Harris (Pollock), Kyra Sedgwick (The Closer) y Genesis Rodríguez, entre otros. El guión es del venezolano Pablo F. Fenjves y está dirigido por Asger Leth –hijo de Jorgen Leth, director junto a Lars Von Trier de Cinco condiciones– quien hasta ahora se había curtido como ayudante de dirección y director de fotografía y que el año pasado co-dirigió Ghosts of Cité Soleil, un semi–documental sobre la vida de las bandas que controlan Haití.
Al borde del abismo es un thriller sobre un ex policía convicto y fugado que amenaza con saltar al vacío desde un rascacielos de Manhattan, un plan que, probablemente, oculta otro mucho más grande. Y, puesto que la crítica para esta película has sido embargada por su distribuidora –Aurum– hasta el 27 de enero, no pienso contar nada más. Que disfrutéis el trailer.
Al borde del abismo es un thriller sobre un ex policía convicto y fugado que amenaza con saltar al vacío desde un rascacielos de Manhattan, un plan que, probablemente, oculta otro mucho más grande. Y, puesto que la crítica para esta película has sido embargada por su distribuidora –Aurum– hasta el 27 de enero, no pienso contar nada más. Que disfrutéis el trailer.
lunes, 9 de enero de 2012
"Drive", cine negro en polaroid
Y aunque el título intente despistarnos, esta vez no se trata de un remake, sino de la adaptación de la novela homónima de James Sallis sobre las vivencias de un joven conductor especialista. Con un argumento heredero de The Driver –dirigida y escrita en 1978 por Walter Hill y protagonizada por un jovencísimo e inexperto Ryan O’Neal– en realidad Drive tiene también mucho que ver, por estilo, presencia y circunstancias, con el The Getaway de Sam Peckinpah o el Bullit de Peter Yates.
Y las semblanzas no terminan en el título –The Driver versus Drive– porque aquí el protagonista es otro Ryan, Gosling. El suyo, apodado simplemente Driver, es un personaje silencioso, directo, sin fisuras aparentes, que intenta mantener el tipo en un entorno hostil y violento plagado de mafiosos, asesinos, ladrones y ex-convictos. Es un Steve McQueen moderno y más joven que, sin quererlo, se tropieza con su particular Ali McGraw, con el aspecto infantil y cándido de Carey Mulligan. Entre ambos surgirá una relación basada exclusivamente en las miradas y los silencios, un amor entre lo platónico y lo trágico.
Con esos elementos dramáticos, el productor Adam Sieguel, el guionista Hossein Amini y el director han conseguido un relato de cine negro con colores saturados, digno heredero del instagram cinematográfico, rodado de forma espectacular, original y atractiva en el que predominan las acciones sobre los diálogos, y en el que las secuencias de acción –no olvidemos que hablamos de coches y velocidad– y las persecuciones están perfectamente dosificadas. Drive arranca con un ritmo seductor –aires setenteros, coches rápidos y ruidosos y colores chillones–, consigue enganchar a pesar de ciertos baches narrativos, para despegar en su recta final dejando un sabor a cine elegante, sobrio, rodado con muchísima soltura y protagonizado por un Gosling que recuerda todo lo bueno de Steve McQueen. Junto a él, además de la fragilidad de Carey Mulligan, la presencia siempre agradecida de ese monstruo de la interpretación que es el televisivo Bryan Cranston (Breaking Bad), sin olvidarnos de Ron Pearlman (Sons of Anarchy), Albert Brooks y Christina Hendricks (Mad Men).
lunes, 2 de enero de 2012
"The Artist", cuando el cine es magia
¿Una imagen vale más que mil palabras? No siempre. Pero sí en esta ocasión y gracias a un director y guionista francés de complicado nombre: Michael Hazanavicius. De él sabemos que ha dirigido cuatro cuatro largometrajes, dos de ellos –OS 117: El Cairo, nido de espías y OS 117, perdido en Rio– protagonizados por el mismo personaje y el mismo actor, Jean Dujardin. Sabemos también que está casado con Bérénice Bejo, protagonista también de The Artist. Y ahora, gracias a este trabajo, descubrimos que es un apasionado del cine clásico, que se ha atrevido con un homenaje arriesgado y contra pronóstico, realizando una película en blanco y negro con la única ayuda sonora de una esplendida partitura compuesta por Ludovic Bource.
Antes de asistir a este fascinante y emocionante viaje que supone ver The Artist, uno no sabe muy bien si calificar a este cineasta francés de aventurero suicida o de loco atemporal. Pero bastan diez minutos de película para comprender que estamos ante un sentido homenaje, ante una lección de historia del cine, en realidad, ante un engaño. No menor, sin mayor. Porque Hazanavicius nos hace creer que estamos viendo una película romántica sobre una pareja de actores, cuando la realidad es muy distinta: lo que The Artist nos ofrece es una historia de amor, sí, pero de amor hacia el cine, un repaso a las influencias y a la magia de directores como Lang, Ford, Lubistch, Hitchcock, Murnau, y con ellos estrellas como Douglas Fairbanks, Gloria Swanson, Joan Crawford, Greta Garbo y John Gilbert.
Además de la magia de la historia, de la música –toda una hazaña para Ludovic Bource componer casi 100 minutos de banda sonora– y del diseño de producción –una parte de la película se rodó en escenarios reales, como por ejemplo la casa de la protagonista está rodada en la mansión de Mary Pickford– destaca también el trabajo de sus dos protagonistas –en realidad tres, puesto que Uggie, el perro que acompaña a George Valentín está muy presente– Jean Dujardin y Bérénice Bejo. El primero, para quien el cineasta escribió expresamente el personaje de George Valentin, recoge toda la altivez de estrellas como Gilbert o Fairbanks para terminar aproximándose a un extrovertido y enérgico Vittorio Gassman. Y ella, porque además de conocer muy de cerca al director –es su esposa en la vida real–, transmite vitalidad y optimismo. Los dos, ayudados por estadounidenses curtidos como John Goodman o James Cromwell, consiguen que la película emocione y fascine. Y es que en cien minutos de The Artist hay muchísimo más cine que en todos los productos de 3-D.
Ganadora del Premio del Público en San Sebastián, y el Premio al Mejor Actor en Cannes, la película puede dar dentro de unos meses el campanazo y convertirse en ganadora de unos cuantos Oscar. Pero eso, es otra historia.
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Antes de asistir a este fascinante y emocionante viaje que supone ver The Artist, uno no sabe muy bien si calificar a este cineasta francés de aventurero suicida o de loco atemporal. Pero bastan diez minutos de película para comprender que estamos ante un sentido homenaje, ante una lección de historia del cine, en realidad, ante un engaño. No menor, sin mayor. Porque Hazanavicius nos hace creer que estamos viendo una película romántica sobre una pareja de actores, cuando la realidad es muy distinta: lo que The Artist nos ofrece es una historia de amor, sí, pero de amor hacia el cine, un repaso a las influencias y a la magia de directores como Lang, Ford, Lubistch, Hitchcock, Murnau, y con ellos estrellas como Douglas Fairbanks, Gloria Swanson, Joan Crawford, Greta Garbo y John Gilbert.
Además de la magia de la historia, de la música –toda una hazaña para Ludovic Bource componer casi 100 minutos de banda sonora– y del diseño de producción –una parte de la película se rodó en escenarios reales, como por ejemplo la casa de la protagonista está rodada en la mansión de Mary Pickford– destaca también el trabajo de sus dos protagonistas –en realidad tres, puesto que Uggie, el perro que acompaña a George Valentín está muy presente– Jean Dujardin y Bérénice Bejo. El primero, para quien el cineasta escribió expresamente el personaje de George Valentin, recoge toda la altivez de estrellas como Gilbert o Fairbanks para terminar aproximándose a un extrovertido y enérgico Vittorio Gassman. Y ella, porque además de conocer muy de cerca al director –es su esposa en la vida real–, transmite vitalidad y optimismo. Los dos, ayudados por estadounidenses curtidos como John Goodman o James Cromwell, consiguen que la película emocione y fascine. Y es que en cien minutos de The Artist hay muchísimo más cine que en todos los productos de 3-D.
Ganadora del Premio del Público en San Sebastián, y el Premio al Mejor Actor en Cannes, la película puede dar dentro de unos meses el campanazo y convertirse en ganadora de unos cuantos Oscar. Pero eso, es otra historia.
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