Los muñecos creados por Jim Henson hace ya más de treinta y cinco años, regresan al cine por séptima vez para intentar rememorar tiempos pasados y recordar que una vez hubo un programa inteligente, ácido, entretenido y sumamente divertido llamado The Muppets Show y al que en España se le bautizó como El Show de los Teleñecos. Las creaciones de Jim Henson han divertido, como mínimo, a dos generaciones que seguramente recibirán con nostalgia esta nueva inmersión de los Muppets en el mundo del cine.
Para poner en marcha de nuevo la maquinaria Henson, los productores han puesto su mirada en algunas de las comedias de culto recientes: del guión se han encargado Nicholas Stoller y Jason Segel, este último protagonista de la archiconocida Cómo conocí a vuestra madre, y para dirigirla han contratado a James Bobin, una de las mentes que se esconden tras series como Da Ali G Show o Flight of the Concords. Y por supuesto, entre sus protagonistas además de los Muppets, el propio Jason Segel, Amy Adams y Rashida Jones, protagonista esta última de Parks and Recreation. Un equipo funcional para poner en marcha de nuevo una franquicia que no asomaba por la pantalla grande desde 1999.
Más allá del recuerdo y la nostalgia, es evidente que el humor de los Muppets no ha envejecido todo lo bien que a muchos –entre ellos sus productores– les gustaría. Y es que, más que el guión, lo que resulta complicado es conseguir un punto de empatía con unos muñecos a los que más que los años, les pesa la movilidad y la posibilidad de enfrentarse a actores reales y escenarios complicados en un mundo que va mucho más allá de la televisión. Ni la presencia de Jason Segel como guionista consigue consolidar una historia que transmita interés o intriga, más allá de lo que supone disfrutar de las bromas de Gonzo –casi ausentes en el filme– o de las burradas de Animal, el batería más loco de la orquesta. Falla también el villano, interpretado con ciertos maniqueísmos y poca entereza por un Chris Cooper que mejores momentos nos ha dado.
Aún así, en un mundo dominado por la animación digital –mucha ya en 3-D– no podemos barrer de un plumazo a este grupo de marionetas locas que tan buenos ratos nos han hecho pasar en la televisión, un medio en el que parecían moverse mucho mejor que en el del cine. Y por eso, es muy probable que sus fans, que son muchos, sigan deleitándose con las fanfarronadas de Fozzie y Gonzo, con la exhuberancia y pomposidad de Peggy y con las sensatas disertaciones de Kermit.
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martes, 28 de febrero de 2012
viernes, 24 de febrero de 2012
"Shame", mucho más de lo que se cuenta
A veces los silencios, lo que no se cuenta, de lo que no se habla y lo que no se ve, es más importante que lo que se nos muestra. Sucede en la literatura, en la pintura, en el arte en general, y sobre todo en el cine. En Shame, su director, el británico Steve McQueen –ningún parentesco con el fallecido actor de Hollywood– establece un diálogo con el espectador basado en detalles que ninguno de sus dos protagonistas, dos hermanos interpretados por Michael Fassbender y Carey Mulligan, se atreven a contar. Es precisamente ese subtexto escondido, pero palbable, y el abismo moral en el que se encuentra sumido su protagonista y los que generan buena parte de la tensión en la que se basa Shame.
Superado lo evidente, la parte física y superficial en la que McQueen nos muestra todo tipo de prácticas sexuales –en solitario, desde el ordenador, en pareja, en grupo u homosexual– , Shame representa en la figura de Brandon –Fassbender– la pornografía del alma, la desnudez interior: un hombre atractivo con una vida acomodada y metódica gracias a un trabajo de prestigio y a un céntrico piso en Nueva York. Todo apariencia. Brandon es en realidad un ser inestable, con enormes dudas morales, dominado por la vergüenza del título, incapaz de amar y que suple la ausencia de cariño con una enfermiza adicción al sexo. Sin entrar en más detalles que desvelen lo fascinante de la obra de este novel director –con sólo dos películas ya le podemos considerar como una de las nuevas promesas del cine europeo–, Shame es un trabajo de introspección, contado con las dosis justas de reflexión, con un estilo y una profundidad que asombran y en el que, más allá de la historia, sobresale el retrato de su protagonista tratado con mimo y con ternura, pero también con la distancia suficiente como para permitir que sea el espectador quien rellene los vacíos morales que McQueen plantea en su película.
Hay también un retrato de la ciudad, Nueva York, cuyo momento álgido y simbólico surge en la reinterpretación que Carey Mulligan hace del clásico de Frank Sinatra, transformando el brillo y esplendor de la original en melancólica y sublime tristeza crepuscular. Son casi cuatro minutos que resumen el sentido de la historia y que, como en el resto del filme, cuentan más con el cómo que con el qué.
Shame es también la culminación de un actor, Michael Fassbender, que se ha convertido en imprescindible y que cuando lleguen hasta nosotros Haywire –Steven Soderbergh– y Prometheus –Ridley Scott–, habrá estrenado en España seis películas en menos de un año. Un record para un actor que hasta ahora era conocido por un papel en Hermanos de sangre y su villano en el bélico de Tarantino Malditos bastardos. Este su segundo trabajo junto a Steve McQueen –el primero fue Hunger, en 2008–, lo certifica: sin duda estamos en la era Fassbender.
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Superado lo evidente, la parte física y superficial en la que McQueen nos muestra todo tipo de prácticas sexuales –en solitario, desde el ordenador, en pareja, en grupo u homosexual– , Shame representa en la figura de Brandon –Fassbender– la pornografía del alma, la desnudez interior: un hombre atractivo con una vida acomodada y metódica gracias a un trabajo de prestigio y a un céntrico piso en Nueva York. Todo apariencia. Brandon es en realidad un ser inestable, con enormes dudas morales, dominado por la vergüenza del título, incapaz de amar y que suple la ausencia de cariño con una enfermiza adicción al sexo. Sin entrar en más detalles que desvelen lo fascinante de la obra de este novel director –con sólo dos películas ya le podemos considerar como una de las nuevas promesas del cine europeo–, Shame es un trabajo de introspección, contado con las dosis justas de reflexión, con un estilo y una profundidad que asombran y en el que, más allá de la historia, sobresale el retrato de su protagonista tratado con mimo y con ternura, pero también con la distancia suficiente como para permitir que sea el espectador quien rellene los vacíos morales que McQueen plantea en su película.
Hay también un retrato de la ciudad, Nueva York, cuyo momento álgido y simbólico surge en la reinterpretación que Carey Mulligan hace del clásico de Frank Sinatra, transformando el brillo y esplendor de la original en melancólica y sublime tristeza crepuscular. Son casi cuatro minutos que resumen el sentido de la historia y que, como en el resto del filme, cuentan más con el cómo que con el qué.
Shame es también la culminación de un actor, Michael Fassbender, que se ha convertido en imprescindible y que cuando lleguen hasta nosotros Haywire –Steven Soderbergh– y Prometheus –Ridley Scott–, habrá estrenado en España seis películas en menos de un año. Un record para un actor que hasta ahora era conocido por un papel en Hermanos de sangre y su villano en el bélico de Tarantino Malditos bastardos. Este su segundo trabajo junto a Steve McQueen –el primero fue Hunger, en 2008–, lo certifica: sin duda estamos en la era Fassbender.
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miércoles, 22 de febrero de 2012
"Frankenweenie" ya tiene póster
Los más cinéfilos sabréis que allá por 1984, el singular Tim Burton –cuando trabajaba para Disney y no era ni el 1% de conocido que es hoy– realizó un cortometraje llamado Frankenweenie, la historia de un perro con poderes especiales. En España, algunos lo pudimos ver en las pantallas coincidiendo con el estreno de Ed Wood o incluso en alguna sesión especial de Filmoteca (Valencia, en mi caso). La historia era tan buena, tan emocionante, que era cuestión de tiempo que Burton la convirtiese en un largo. Que es lo que ha hecho. Este es el poster de Frankenweenie, el largometraje que se estrenará próximamente. De regalo os dejo esa maravilla que es el cortometraje, dividido en tres partes.
lunes, 20 de febrero de 2012
"The Descendents", brillante normalidad
Alexander Payne ha conseguido labrarse una merecida fama como retratista de la actual clase media norteamericana con tan sólo cuatro películas. Sus trabajos contienen una enorme carga de incisiva mordacidad, una sutil crítica ácida, no exenta de cierta ironía, que le sirve para mostrar los defectos –también las virtudes, que son menos– de una escala de valores cimentada en el prestigio y el poder económico. Payne es de los pocos directores de Hollywood a quien le gusta rascar para mostrarnos lo que se esconde bajo la superficie y lo hace apelando, casi siempre, a sus raíces literarias. Al menos es lo que se traduce al comprobar que sus cuatro mejores trabajos –Election, A propósito de Schmidt, Entre copas y Los descendientes– son adaptaciones de sendas novelas.
Para su desgracia, casi todas sus películas han sido precedidas por campañas de márketing que intentaban venderlas como comedias. La realidad es que en sus cuatro grandes trabajos antes mencionados sólo encontramos restos de comedia en el choque y la ironía con el que se presentan los personajes y en determinados destellos de sus sorprendentes e inteligentes diálogos; en lo demás, las situaciones que describe el cineasta son tan duras que en ocasiones cuesta calificarlas simplemente como dramas.
Los descendientes es un brillante relato, una incisiva adaptación, sobre la vida de un hombre a punto de ser desbordado por los acontecimientos y cuya vida familiar pende de un hilo. Es también una ejemplar lección sobre la transmisión familiar de los valores, sobre el poder de la humildad y sobre cómo el orgullo no es siempre tan importante como nos han inculcado. Todo eso lo hace Payne con un guión resuelto con una gran maestría –obra del propio Payne, Nat Faxon y Jim Rash–, sin concesiones, sin maniqueísmos, sin falsas emotividades encubiertas con temas musicales. La suya, aunque suene a tópico, es una mirada sincera hacia la vida de un hombre que debe recuperar el cariño de sus hijos tras descubrir que su felicidad estaba basada en un cúmulo de pequeñas, pero importantes, mentiras.
Fundamental el trabajo de los actores en esta excelente adaptación. George Clooney en primer lugar por conseguir despojarse del traje y las frases de cafetería de lujo para convertirse en algo singularmente tan difícil e inexistente como un tipo corriente, un abogado que responde al patrón de persona normal con un, aparentemente, comportamiento igual de normal. No sorprende que su trabajo haya llegado hasta el Globo de Oro, como tampoco sorprendería –con permiso de Gary Oldman, Leonardo DiCaprio y Brad Pitt– que se llevará el Oscar al Mejor Actor dentro de unos días. Otro tanto para, Shailene Woodley, descubrimiento veinteañero a la que le espera una brillante carrera. El resto, incluido Beau Bridges, se mueven con discreción pero con rotundidad, alrededor de esta pequeña gran historia basada en la novela homónima de Kaui Hart Hemmings.
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Para su desgracia, casi todas sus películas han sido precedidas por campañas de márketing que intentaban venderlas como comedias. La realidad es que en sus cuatro grandes trabajos antes mencionados sólo encontramos restos de comedia en el choque y la ironía con el que se presentan los personajes y en determinados destellos de sus sorprendentes e inteligentes diálogos; en lo demás, las situaciones que describe el cineasta son tan duras que en ocasiones cuesta calificarlas simplemente como dramas.
Los descendientes es un brillante relato, una incisiva adaptación, sobre la vida de un hombre a punto de ser desbordado por los acontecimientos y cuya vida familiar pende de un hilo. Es también una ejemplar lección sobre la transmisión familiar de los valores, sobre el poder de la humildad y sobre cómo el orgullo no es siempre tan importante como nos han inculcado. Todo eso lo hace Payne con un guión resuelto con una gran maestría –obra del propio Payne, Nat Faxon y Jim Rash–, sin concesiones, sin maniqueísmos, sin falsas emotividades encubiertas con temas musicales. La suya, aunque suene a tópico, es una mirada sincera hacia la vida de un hombre que debe recuperar el cariño de sus hijos tras descubrir que su felicidad estaba basada en un cúmulo de pequeñas, pero importantes, mentiras.
Fundamental el trabajo de los actores en esta excelente adaptación. George Clooney en primer lugar por conseguir despojarse del traje y las frases de cafetería de lujo para convertirse en algo singularmente tan difícil e inexistente como un tipo corriente, un abogado que responde al patrón de persona normal con un, aparentemente, comportamiento igual de normal. No sorprende que su trabajo haya llegado hasta el Globo de Oro, como tampoco sorprendería –con permiso de Gary Oldman, Leonardo DiCaprio y Brad Pitt– que se llevará el Oscar al Mejor Actor dentro de unos días. Otro tanto para, Shailene Woodley, descubrimiento veinteañero a la que le espera una brillante carrera. El resto, incluido Beau Bridges, se mueven con discreción pero con rotundidad, alrededor de esta pequeña gran historia basada en la novela homónima de Kaui Hart Hemmings.
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viernes, 17 de febrero de 2012
"La Dama de Hierro", una Dama llamada Meryl
El cine europeo aprende rápido de su homólogo hollywodiense y poco a poco comienza a deglutir iconos políticos para tamizarlos y presentarlos en la gran pantalla. Pasó con The Queen dónde, de soslayo pero con contundencia, se analizaba también al Primer Ministro Tony Blair, y ha pasado con los presidentes franceses, François Miterrand, Jacques Chirac y recientemente con Nicolas Sarkozy. No sorprende que la cineasta Phyllida Lloyd –Mamma mia!– se hay fijado en una mujer de semejante talante y trayectoria, tal vez uno de los personajes políticos más importantes del pasado siglo: la que fuera Primera Ministra británica, Margaret Thatcher.
Polémicas a un lado sobre la excesiva benevolencia con la que aparece reflejado el personaje, todo lo que tiene de bueno La Dama de Hierro se lo debe a Meryl Streep. A ella y a su inspiración: no hay película más allá del personaje. Ni tampoco parecían pretenderlo sus productores. Por eso este proyecto es mucho más humilde que prepotente. No es un biopic, pero tampoco deja de serlo. Y quienes no hayan conocido, televisivamente hablando, al personaje podrán crearse una imagen bastante acertada de cómo fue o, como mínimo, cómo pudo llegar a ser.
Aby Morgan –guionista y responsable de la interesante serie The Hour–, y Phyllida Lloyd, la directora, han demostrado en La Dama de Hierro una gran destreza para estructurar los momentos más importantes de su vida y conjugarlos con los recuerdos sentimentales y privados de una Thatcher ya anciana, aprisionada por la visión de su marido muerto, pero perfectamente lúcida en sus expresiones y pensamientos. Streep ha recogido buena parte de su espíritu, sus tics, sus miradas y su energía para dejarse la piel frente a la cámara y conseguir algo a lo que ya nos tiene malacostumbrados: otra lección de interpretación cuyo destino irrefrenable parece ser el Globo y el Oscar. Las dudas sobre si conseguirá o no su tercer Oscar las podremos despejar la madrugada del 27 de febrero de 2012.
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Polémicas a un lado sobre la excesiva benevolencia con la que aparece reflejado el personaje, todo lo que tiene de bueno La Dama de Hierro se lo debe a Meryl Streep. A ella y a su inspiración: no hay película más allá del personaje. Ni tampoco parecían pretenderlo sus productores. Por eso este proyecto es mucho más humilde que prepotente. No es un biopic, pero tampoco deja de serlo. Y quienes no hayan conocido, televisivamente hablando, al personaje podrán crearse una imagen bastante acertada de cómo fue o, como mínimo, cómo pudo llegar a ser.
Aby Morgan –guionista y responsable de la interesante serie The Hour–, y Phyllida Lloyd, la directora, han demostrado en La Dama de Hierro una gran destreza para estructurar los momentos más importantes de su vida y conjugarlos con los recuerdos sentimentales y privados de una Thatcher ya anciana, aprisionada por la visión de su marido muerto, pero perfectamente lúcida en sus expresiones y pensamientos. Streep ha recogido buena parte de su espíritu, sus tics, sus miradas y su energía para dejarse la piel frente a la cámara y conseguir algo a lo que ya nos tiene malacostumbrados: otra lección de interpretación cuyo destino irrefrenable parece ser el Globo y el Oscar. Las dudas sobre si conseguirá o no su tercer Oscar las podremos despejar la madrugada del 27 de febrero de 2012.
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lunes, 13 de febrero de 2012
"Arrugas", puñetazo de realidad, en animación
En contadas y escasas ocasiones, nuestro cine permite que hasta él se acerquen talentos cuyas capacidades han quedado sobradamente demostradas en otras facetas artísticas. Ese es el caso de Paco Roca, dibujante y guionista de cómics, fundamentalmente historietista, con dos obras magníficas y sobre las que no existe la más mínima duda: Arrugas (Delcourt, 2007) y El invierno del dibujante (Astiberri, 2010).
La situación del ilustrador valenciano y de su cómic de cabecera, editado en 2007 en Francia como Rides, para posteriormente ser reconocido y publicado en España un año después, es el pan nuestro de cada día en un mundo –el del cómic y la novela gráfica española– en el que resulta imprescindible alcanzar prestigio en el país galo antes que en el propio.
Gracias a la gran calidad de Arrugas, a sus múltiples premios y a su difusión –sobre todo en Francia– algunos productores pusieron la vista en la historia con la –¿arriesgada?– intención de convertirla en película. A Ignacio Ferreras, como director, y a Manuel Cristóbal (Perro Verde Films) y a Cromosoma –responsables del documental Bicicleta, cuchara, manzana– como productores, hay que agradecerles el riesgo y el respeto que han tenido a la hora de embarcarse en esta aventura, que es hacer cine de animación comprometido en España.
Porque sí, Arrugas es una película que produce un cierto ardor, no en el estómago, sino en el alma. La razón es que el tema que aborda –el Alzheimer y las residencias de ancianos–, hasta ahora permanecía ahogado en los furgones de cola de los informativos, excepto cuando se trataba de un suceso grave o una estafa. Para todo lo demás, el qué, el cómo y el cuándo sobre la forma de tratar a nuestros ancianos ha sido y es puro tabú. Por eso la valentía, primero de Roca con su cómic y después de los productores, es todavía mayor.
El personaje central de Arrugas –inspirado según el propio autor en el padre de uno de sus mejores amigos– es Emilio, un ex director de una sucursal bancaria y ahora un anciano jubilado que acabará en una residencia de ancianos donde conocerá a Miguel y al resto de personajes, y dónde se enfrentará a la realidad de sus últimos días. Una trama tan amarga y tan realista que, tal y como reconocen director y dibujante, hubiese resultado excesivamente dura para contarla con actores reales. La animación, en cambio, permite una cierta distancia que amortígue el puñetazo de realidad, pero sin perder crudeza. Entre otras cosas porque en Arrugas no hay espacio para superhéroes o mundos fantásticos, pero sí para que el director describa las fantasías que viven algunos de sus protagonistas.
Preseleccionada para los Oscar, finalmente no consiguió entrar dentro de las películas de animación, un privilegio que sin embargo fue para la divertida y musical obra de Trueba y Mariscal, Chico y Rita. Quizá los Goya le deparen mejor y merecida suerte a una de nuestras mejores películas del año.
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La situación del ilustrador valenciano y de su cómic de cabecera, editado en 2007 en Francia como Rides, para posteriormente ser reconocido y publicado en España un año después, es el pan nuestro de cada día en un mundo –el del cómic y la novela gráfica española– en el que resulta imprescindible alcanzar prestigio en el país galo antes que en el propio.
Gracias a la gran calidad de Arrugas, a sus múltiples premios y a su difusión –sobre todo en Francia– algunos productores pusieron la vista en la historia con la –¿arriesgada?– intención de convertirla en película. A Ignacio Ferreras, como director, y a Manuel Cristóbal (Perro Verde Films) y a Cromosoma –responsables del documental Bicicleta, cuchara, manzana– como productores, hay que agradecerles el riesgo y el respeto que han tenido a la hora de embarcarse en esta aventura, que es hacer cine de animación comprometido en España.
Porque sí, Arrugas es una película que produce un cierto ardor, no en el estómago, sino en el alma. La razón es que el tema que aborda –el Alzheimer y las residencias de ancianos–, hasta ahora permanecía ahogado en los furgones de cola de los informativos, excepto cuando se trataba de un suceso grave o una estafa. Para todo lo demás, el qué, el cómo y el cuándo sobre la forma de tratar a nuestros ancianos ha sido y es puro tabú. Por eso la valentía, primero de Roca con su cómic y después de los productores, es todavía mayor.
El personaje central de Arrugas –inspirado según el propio autor en el padre de uno de sus mejores amigos– es Emilio, un ex director de una sucursal bancaria y ahora un anciano jubilado que acabará en una residencia de ancianos donde conocerá a Miguel y al resto de personajes, y dónde se enfrentará a la realidad de sus últimos días. Una trama tan amarga y tan realista que, tal y como reconocen director y dibujante, hubiese resultado excesivamente dura para contarla con actores reales. La animación, en cambio, permite una cierta distancia que amortígue el puñetazo de realidad, pero sin perder crudeza. Entre otras cosas porque en Arrugas no hay espacio para superhéroes o mundos fantásticos, pero sí para que el director describa las fantasías que viven algunos de sus protagonistas.
Preseleccionada para los Oscar, finalmente no consiguió entrar dentro de las películas de animación, un privilegio que sin embargo fue para la divertida y musical obra de Trueba y Mariscal, Chico y Rita. Quizá los Goya le deparen mejor y merecida suerte a una de nuestras mejores películas del año.
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jueves, 9 de febrero de 2012
"The River", nueva producción de Spielberg para la televisión
La cadena de televisión ABC acaba de estrenar –7 de febrero– los dos primeros capítulos de la nueva producción de Steven Spielberg, creada por Michael R. Perry (La Zona Muerta, El Guardian) y Oren Peli (guionista de las tres entregas de Paranormal Activity y director de la primera).
The River no sólo es noticia por el estreno o por la presencia de Spielberg en la producción. Lo est también porque el elegido para dirigir los dos primeros capítulos ha sido el director catalán, ya afincado en Hollywood, Jaume Collet-Serra, un profesional que ha demostrado su eficiencia en filmes como La Casa de Cera o, recientemente, el thriller Sin identidad.
La serie, que se emite todos los martes por la noche, relata la desaparición, y su posterior búsqueda, del famoso presentador de uno de los programas de naturaleza y animales más conocidos de EE.UU.. Bruce Greenwood (Super 8, Yo Robot) da vida al naturalista y doctor Emmet Cole y Leslie Hope (24, El Mentalista) a su esposa Tess Cole. La serie se emitirá también en Canadá, Holanda y Suecia.
The River no sólo es noticia por el estreno o por la presencia de Spielberg en la producción. Lo est también porque el elegido para dirigir los dos primeros capítulos ha sido el director catalán, ya afincado en Hollywood, Jaume Collet-Serra, un profesional que ha demostrado su eficiencia en filmes como La Casa de Cera o, recientemente, el thriller Sin identidad.
La serie, que se emite todos los martes por la noche, relata la desaparición, y su posterior búsqueda, del famoso presentador de uno de los programas de naturaleza y animales más conocidos de EE.UU.. Bruce Greenwood (Super 8, Yo Robot) da vida al naturalista y doctor Emmet Cole y Leslie Hope (24, El Mentalista) a su esposa Tess Cole. La serie se emitirá también en Canadá, Holanda y Suecia.
miércoles, 8 de febrero de 2012
"Atraco por duplicado", tontos y aburridos
Podemos decir sin miedo a equivocarnos que Jon Lucas y Scott More son dos de los guionistas más afortunados de Hollywood. Este año, el tándem, ha conseguido colocar Resacón 2 ¡Ahora en Tailandia!, El cambiazo –recién estrenada– y la que ahora nos ocupa, Atraco por duplicado, en las carteleras de todo el mundo. En total tres guiones de sendas comedias, la primera de ellas con una taquilla más que considerable, que les han permitido el lujo de debutar cómo directores con 21 and Over, película que ruedan precisamente estos días.
A diferencia de sus otras comedias, Atraco por duplicado, es todo un ejercicio de escritura teatral: su acción transcurre en un espacio único y cerrado, una sucursal bancaria, y sucede prácticamente en tiempo real. El argumento es simple –dos bandas coinciden en robar el mismo banco– pero muy efectivo y desde los títulos de crédito ya se nos advierte que la inspiración de este singular atraco bebe de fuentes como Charada o Un diamante al rojo vivo y las clásicas películas de atracos de bancos. Y como en las buenas comedias de ladrones, aquí no todo es lo que parece. Es en ese juego, y en una buena parte de sus diálogos, donde la película se defiende con buenos argumentos, aunque con gags menos gamberros y más predecibles que los de Resacon en Las Vegas, hasta ahora su guión más redondo y salvaje.
Menos acierto muestra esta historia a la hora de crear y presentar personajes. El mismo protagonista, interpretado con no demasiada sangre por Patrick Dempsey, deambula durante los 87 minutos sin encontrar en ningún momento su lugar ni dar pistas de quién es en realidad. Del resto, solo destaca la creación de ese extraño y demente Tim Blake Nelson y la belleza sexy y madura de una desaparecida del cine de calidad, Ashley Judd.
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A diferencia de sus otras comedias, Atraco por duplicado, es todo un ejercicio de escritura teatral: su acción transcurre en un espacio único y cerrado, una sucursal bancaria, y sucede prácticamente en tiempo real. El argumento es simple –dos bandas coinciden en robar el mismo banco– pero muy efectivo y desde los títulos de crédito ya se nos advierte que la inspiración de este singular atraco bebe de fuentes como Charada o Un diamante al rojo vivo y las clásicas películas de atracos de bancos. Y como en las buenas comedias de ladrones, aquí no todo es lo que parece. Es en ese juego, y en una buena parte de sus diálogos, donde la película se defiende con buenos argumentos, aunque con gags menos gamberros y más predecibles que los de Resacon en Las Vegas, hasta ahora su guión más redondo y salvaje.
Menos acierto muestra esta historia a la hora de crear y presentar personajes. El mismo protagonista, interpretado con no demasiada sangre por Patrick Dempsey, deambula durante los 87 minutos sin encontrar en ningún momento su lugar ni dar pistas de quién es en realidad. Del resto, solo destaca la creación de ese extraño y demente Tim Blake Nelson y la belleza sexy y madura de una desaparecida del cine de calidad, Ashley Judd.
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martes, 7 de febrero de 2012
"Un lugar para soñar", adaptación edulcorada
En 2006, el periodista y columnista del diario británico The Guardian, Benjamín Mee, decidió cometer, tal vez, la mayor locura de su vida: junto con su familia, Mee, compró una destartalada casona de trece dormitorios en Devon, al suroeste de Inglaterra, rodeada de doce hectáreas de bellas tierras con bosques, campos, lagos y una vistas asombrosas. Y en la que se incluían también 250 animales de distintas especies. Mee y su familia habían comprado un zoo. A partir de ese día, la vida del columnista se convirtió en una aventura continua: una hipoteca de más de medio millón de libras, la fuga de uno de sus felinos, la muerte repentina de su esposa, la concesión de la licencia de apertura para su zoo y uno de los veranos más lluviosos que se recuerdan en tierras británicas. Estas son algunas de las vicisitudes que el propio Benjamín Mee ha plasmado en su libro autobiográfico We bougth a zoo, que en España se ha traducido como Nos compramos un zoo, y que ha servido de inspiración para la película que aquí se ha traducido –de forma inexplicable, una vez más– como Un lugar para soñar.
Cameron Crowe, artífice de dos películas interesantes –Jerry McGuire y Casi famosos– y otras tantas decepcionantes –Vanilla Sky y Elizabethtwon– ha transformado un drama de vida en una edulcoradísima historia de superación. En sus manos, todo el material dramático, tenso, casi tragicómico, que destila la vida de Benjamín Mee se convierte en un listado de segundos tristes suplantados casi al instante por un buenrollismo de manual que termina convirtiendo un relato intenso en una película sin alma ni recursos. Son incomprensibles y desaprovechados algunos de los cambios que Crowe y su guionista, Aline Brosh McKenna, han introducido en su particular Nos compramos un zoo: como por ejemplo obligar al periodista a abandonar por completo su profesión, o a tomar la determinación de comprarse el zoo meses después de la muerte de su esposa utilizando como justificación la necesidad de un nuevo entorno para sus hijos. Son aportaciones que no aparecen ni en el libro ni en la vida del verdadero protagonista y que, a tenor del desarrollo del filme, resultan innecesarias. Al igual que de manual resultan las subtramas amorosas incuidas en el guión –algunas forzadas y mal contadas– y que rematan, cual guinda, un pastel muchísimo más almibarado que la materia prima en la que está basado.
Sin embargo –y en lo que Crowe es un maestro– el cineasta consigue extraer lo mejor de ese artífice en personificar al chaval de clase media trabajadora llamado Matt Damon. En él recae el peso de la acción y es su faceta de padre la que destila los mejores momentos –que los tiene– de la película. Damon y los secundarios de esta cinta, entre los que no se encuentra Scarlett Johansson, son lo mejor de una película que se merecía un guión más dramático y menos dulce.
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Cameron Crowe, artífice de dos películas interesantes –Jerry McGuire y Casi famosos– y otras tantas decepcionantes –Vanilla Sky y Elizabethtwon– ha transformado un drama de vida en una edulcoradísima historia de superación. En sus manos, todo el material dramático, tenso, casi tragicómico, que destila la vida de Benjamín Mee se convierte en un listado de segundos tristes suplantados casi al instante por un buenrollismo de manual que termina convirtiendo un relato intenso en una película sin alma ni recursos. Son incomprensibles y desaprovechados algunos de los cambios que Crowe y su guionista, Aline Brosh McKenna, han introducido en su particular Nos compramos un zoo: como por ejemplo obligar al periodista a abandonar por completo su profesión, o a tomar la determinación de comprarse el zoo meses después de la muerte de su esposa utilizando como justificación la necesidad de un nuevo entorno para sus hijos. Son aportaciones que no aparecen ni en el libro ni en la vida del verdadero protagonista y que, a tenor del desarrollo del filme, resultan innecesarias. Al igual que de manual resultan las subtramas amorosas incuidas en el guión –algunas forzadas y mal contadas– y que rematan, cual guinda, un pastel muchísimo más almibarado que la materia prima en la que está basado.
Sin embargo –y en lo que Crowe es un maestro– el cineasta consigue extraer lo mejor de ese artífice en personificar al chaval de clase media trabajadora llamado Matt Damon. En él recae el peso de la acción y es su faceta de padre la que destila los mejores momentos –que los tiene– de la película. Damon y los secundarios de esta cinta, entre los que no se encuentra Scarlett Johansson, son lo mejor de una película que se merecía un guión más dramático y menos dulce.
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lunes, 6 de febrero de 2012
"El cambiazo", comedia inofensiva
Es inherente al ser humano ambicionar lo que no tiene. Por ejemplo, si tienes una bella esposa, tres hijos hermosos, una carrera fulgurante como abogado de una prestigiosa firma con una sexy ayudante, lo más probable es que en realidad, lo que desees es ser un soltero modelo peter pan, beber y comer todo lo que te dé la gana, no dar un palo al agua y tirarte a la primera chica que se te ponga a tiro después de haber disfrutado de un buen partido de béisbol. De forma resumida esto es lo que les sucede a los protagonistas de El cambiazo –traducido, por una vez, de forma correcta a partir de The Change-Up–, comedia con pretensiones gamberras pergeñada por los guionistas de Resacón en Las Vegas y su secuela.
Nada nuevo bajo el sol, pues este intercambio de cuerpos y personalidades ya nos lo ha mostrado el cine hasta la saciedad. Con lo cual, El cambiazo resulta previsible de principio a fin. Si algo hace soportable este producto de Scott More y John Lucas, dirigido por David Dobkin –Los rebeldes de Shanghai, De boda en boda y Cuestión de pelotas–, es la presencia de un actor especialmente dotado para la comedia, Jason Bateman, y aquellos gags en los que guionistas y director han apostado de verdad por su vena más gamberra. En el resto, la película no termina por apostar de forma decidida y radical por la comedia, desprendiendo un cierto tufillo a mensaje y moralina –no desees a la vecina del quinto y confórmate con tu esposa y tus hijos– , que termina por enterrar los momentos –pocos– de slapstick con los que arranca el filme.
Salvada, en algunos momentos, por el trabajo de sus actores, además de Bateman también es digno el trabajo de Ryan Reynolds y la mirada arrasadora de Olivia Wilde, El cambiazo entra dentro de ese paquete de comedias absurdas que recaudarán una más que respetable taquilla, pero que a penas dejarán el más mínimo rastro, ni en nuestra conciencia, ni en nuestro corazón.
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Nada nuevo bajo el sol, pues este intercambio de cuerpos y personalidades ya nos lo ha mostrado el cine hasta la saciedad. Con lo cual, El cambiazo resulta previsible de principio a fin. Si algo hace soportable este producto de Scott More y John Lucas, dirigido por David Dobkin –Los rebeldes de Shanghai, De boda en boda y Cuestión de pelotas–, es la presencia de un actor especialmente dotado para la comedia, Jason Bateman, y aquellos gags en los que guionistas y director han apostado de verdad por su vena más gamberra. En el resto, la película no termina por apostar de forma decidida y radical por la comedia, desprendiendo un cierto tufillo a mensaje y moralina –no desees a la vecina del quinto y confórmate con tu esposa y tus hijos– , que termina por enterrar los momentos –pocos– de slapstick con los que arranca el filme.
Salvada, en algunos momentos, por el trabajo de sus actores, además de Bateman también es digno el trabajo de Ryan Reynolds y la mirada arrasadora de Olivia Wilde, El cambiazo entra dentro de ese paquete de comedias absurdas que recaudarán una más que respetable taquilla, pero que a penas dejarán el más mínimo rastro, ni en nuestra conciencia, ni en nuestro corazón.
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