lunes, 9 de enero de 2012

"Drive", cine negro en polaroid

El responsable de Drive es Nicolas Winding Refn, cineasta danés hasta hace unos meses prácticamente desconocido fuera de Dinamarca, dónde se ha cimentado una carrera gracias a películas tan taquilleras e interesantes como Pusher –con la que debutó en 1996 y de la que ya se han realizado dos secuelas y un remake– o Bronston. Este año, con Drive, ha dado un salto de gigante al conseguir el Premio a la Mejor Dirección en la última edición del Festival de Cannes.

Y aunque el título intente despistarnos, esta vez no se trata de un remake, sino de la adaptación de la novela homónima de James Sallis sobre las vivencias de un joven conductor especialista. Con un argumento heredero de The Driver –dirigida y escrita en 1978 por Walter Hill y protagonizada por un jovencísimo e inexperto Ryan O’Neal– en realidad Drive tiene también mucho que ver, por estilo, presencia y circunstancias, con el The Getaway de Sam Peckinpah o el Bullit de Peter Yates.

Y las semblanzas no terminan en el título –The Driver versus Drive– porque aquí el protagonista es otro Ryan, Gosling. El suyo, apodado simplemente Driver, es un personaje silencioso, directo, sin fisuras aparentes, que intenta mantener el tipo en un entorno hostil y violento plagado de mafiosos, asesinos, ladrones y ex-convictos. Es un Steve McQueen moderno y más joven que, sin quererlo, se tropieza con su particular Ali McGraw, con el aspecto infantil y cándido de Carey Mulligan. Entre ambos surgirá una relación basada exclusivamente en las miradas y los silencios, un amor entre lo platónico y lo trágico.

Con esos elementos dramáticos, el productor Adam Sieguel, el guionista Hossein Amini y el director han conseguido un relato de cine negro con colores saturados, digno heredero del instagram cinematográfico, rodado de forma espectacular, original y atractiva en el que predominan las acciones sobre los diálogos, y en el que las secuencias de acción –no olvidemos que hablamos de coches y velocidad– y las persecuciones están perfectamente dosificadas. Drive arranca con un ritmo seductor –aires setenteros, coches rápidos y ruidosos y colores chillones–, consigue enganchar a pesar de ciertos baches narrativos, para despegar en su recta final dejando un sabor a cine elegante, sobrio, rodado con muchísima soltura y protagonizado por un Gosling que recuerda todo lo bueno de Steve McQueen. Junto a él, además de la fragilidad de Carey Mulligan, la presencia siempre agradecida de ese monstruo de la interpretación que es el televisivo Bryan Cranston (Breaking Bad), sin olvidarnos de Ron Pearlman (Sons of Anarchy), Albert Brooks y Christina Hendricks (Mad Men).



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