miércoles, 16 de noviembre de 2011

"Tímidos anónimos", pecado de humildad

El francés Jean-Pierre Ameris comparte con Jean-Pierre Jeunet –además del nombre– un especial cariño hacia los personajes que, bajo la piel de la cotidianidad, esconden al más maravilloso y heróico de los seres. Así eran los protagonistas de Delicatessen y, con un énfasis mucho mayor, su obra cumbre, Amelie. Tímidos anónimos cumple muchos de esos requisitos. De entrada se trata de un cuento sobre dos personajes a quienes la timidez les ha impedido realizar muchos de sus sueños, empezando por expresar y hacer público su amor. Y aunque el estilo de Ameris es menos detallista que el de Jeunet, su planificación, sus colores, su musicalidad e incluso las reacciones de sus personajes, responden a un punto de vista común.

La única pega que se le puede poner a esta entretenida comedia romántica es precisamente su excesiva timidez, su falta de pretensiones, a la hora de abordar a unos personajes y una historia tan original. La humildad del planteamiento y la falta de profundidad, hace que la película quede reducida tan sólo a unas cuantas secuencias que, quizá, en otras manos –Jeunet sin ir más lejos– se habrían convertido en una historia de amor más apasionante, probablemente más larga y con alguna que otra subtrama alternativa a la de los protagonistas. Tímidos anónimos es una historia romántica con forma de cuento de –no llega– hora y media que no empalaga, que entretiene y se digiere con muchísima facilidad. No sólo por su duración, si no por un guión y unos diálogos acertados, y por las interpretaciones de sus dos protagonistas: Benoît Poelvoorde, habitual de la comedia y al que hemos visto hace poco en el taquillazo del cine francés Nada que declarar, e Isabelle Carré, actriz por la que Ameris parece sentir una especial predilección al haberla convertido en protagonista de sus dos últimas películas.

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