sábado, 16 de abril de 2011

"Carlos", una obra maestra cercenada

Olivier Assayas se ha enfrentado a esta biografía del terrorista Carlos con una enorme curiosidad periodística. Así, lo que comenzó como un proyecto casi documental a partir de la detención en Sudan de Ilich Ramírez Sánchez, más conocido como Carlos, se convirtió de pronto en tres películas de más de hora y media cada una.

En Carlos, Assayas asume un riesgo enorme al utilizar una gran cantidad de hechos e intentar condensarlos en tan sólo 330 minutos. Sin embargo, el resultado es pulcro y objetivo, a pesar de haberse tomado la licencia de ficcionar todas las zonas oscuras –las más personales- de este idealista revolucionario transformado en mercenario y asesino. Esos veinte años que el director y guionista resume de forma meticulosa, sirven para repasar la vida de un hombre enigmático e idealista, chulesco y apasionado con las mujeres, seguro e inteligente frente a políticos, y sobre todo equivocado en sus formas revolucionarias. Y en lugar de idealizar a su protagonista, el director elige el camino de la reconstrucción huyendo de los artificios del cine acción, consiguiendo así una gran verosimilitud a la hora de retratar personajes y escenarios. Quizá una de las muchas virtudes de este magno trabajo documental es permitir que los actores hablen en la lengua en la que hablarían en la vida real. De este modo la percepción de verosimilitud se acentúa a medida que los personajes pasan por la vida de Ilich Ramírez. Desde sus relaciones venezolanas, pasando por su primer atentado en el Reino Unido, sus días en París, o sus amistades alemanas, desfilan en Carlos una multitud de lenguas que conforman la Babel propia en la que se movía el terrorista.

Una baza fundamental para conseguir este objetivo ha sido la elección de su protagonista, el actor venezolano Edgar Ramírez, quien comparte con su protagonista apellido y nacionalidad. Edgar da credibilidad a su personaje en cualquier idioma. Un trabajo que se ha visto recompensado este año con su nominación al Globo de Oro al Mejor actor.


Sin embargo, todos esos hallazgos, todos los elogios que podamos hacer sobre este magnífico trabajo, se perderán en nuestras salas de cine al convertir los 330 minutos
que dura el metraje original de Carlos en 165 minutos. En esta nueva versión, mortalmente herida por la guadaña del montaje, los personajes entran y salen sin aviso ni permiso. Desaparecen tramas completas y las elipsis se nos antojan inexplicables. Resulta incomprensible que se obligue al espectador a un trabajo de comprensión innecesario e inútil. Y al mismo tiempo, al quedar cercenada, es inapreciable la enorme calidad de este magnífico trabajo de Olivier Assayas y su equipo.

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